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os gobiernos de Rusia e Irán suscribieron el pasado martes en Teherán un acuerdo de cooperación militar que amplía las autorizaciones de ingreso de barcos de guerra en las respectivas aguas territoriales, y la renovación de los equipos militares obsoletos de origen soviético en los arsenales del ejército iraní.
El ministro de Defensa ruso, Serguei Shoigu, dijo que el acuerdo forma parte de una coordinación binacional en el marco de la lucha contra el terrorismo internacional y contrabando de drogas, y consideró que la profundización de los lazos de su país con Irán es clave para la estabilidad regional y del mundo.
Este acuerdo marca un viraje en la política rusa de suspender las ventas de armamento a Irán, en cumplimiento de una resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) emitida en 2007, como sanción por el programa nuclear de Teherán. Aunque el cambio se presenta como resultado de una confluencia de visiones coyuntural entre Moscú y Teherán, la realidad es que no podría explicarse sin el precedente de la oleada de sanciones económicas y comerciales impuestas recientemente por Occidente contra Rusia en respuesta al presunto apoyo del Kremlin a los separatistas ucranios y a su anexión de Crimea.
Se trata, en suma, de un efecto más de la torpeza y la miopía con que Europa y Estados Unidos han reaccionado ante Rusia tras la caída del bloque soviético a principios de la década antepasada: aunque los gobiernos postsoviéticos de ese país, encabezados por Boris Yeltsin y por Vladimir Putin, hicieron cuanto pudieron por ser considerados socios y aliados de Occidente, Estados Unidos siguió tratando a Rusia como enemigo potencial; la OTAN extendió hacia oriente su presencia militar y se dedicó a cercar, sin justificación alguna, al gobierno de Moscú y a atizar separatismos en los territorios ex soviéticos.
Tal hostilidad ha inducido a Rusia a rearmarse y a intentar recuperar la condición de superpotencia que había ostentado la URSS.
Si bien es cierto que Estados Unidos sigue siendo el país de mayor capacidad militar y económica, también lo es que existen naciones y bloques multinacionales que representan contrapesos importantes para sus intereses hegemónicos y que la escalada de tensiones entre esos actores puede generar consecuencias indeseables para la frágil estabilidad mundial.
Es pertinente y necesario, por ello, que Washington y sus aliados se abstengan de reinventar a un enemigo estratégico que había dejado de serlo.