Los cuartos de final de la Copa de la Reina, que enfrentaron en el Nuevo San Mamés al Athletic de Bilbao y el Atlético de Madrid, congregaron a 48.121 espectadores. Se pulverizaba así el récord de asistencia a un partido de fútbol femenino en España, que databa de 2003, con 26.000 espectadores.
Unas cifras que superan la asistencia del 86% de los partidos de la todopoderosa liga de fútbol masculina. Quienes se desplazaron a ver este partido de fútbol femenino no cabrían en 14 de los 20 estadios de la primera división masculina.
Pero la explosión del fútbol femenino en España no se ha detenido aquí: al Wanda Metropolitano la cifra de espectadores se multiplicó, alcanzando los 60.739, récord mundial para un partido de clubes en el fútbol femenino.
Esta no es solo una “noticia deportiva”. El fútbol tiene, en el mundo y especialmente en España, una evidente dimensión social, y es uno de los más importantes espectáculos de masas.
El deporte femenino ya superó hace años al masculino. En las olimpiadas de Londres 2016 y Río 2016 el medallero español estuvo dominado por las mujeres. Pero en el deporte de masas por excelencia, el fútbol, parecía imposible revertir una tendencia que convertía a las mujeres en invisibles. Aparecían como “sujetos pasivos”, acudiendo masivamente a los estadios, pero para ver jugar a hombres.
Esta realidad ya está empezando a cambiar. Y no es casual que la explosión del fútbol femenino haya coincidido en el tiempo con el enorme salto adelante del movimiento feminista, con las masivas huelgas del 8 de marzo en los últimos dos años o las movilizaciones contra la sentencia de la manada.
Que ámbitos tan tradicionalmente masculinizados como el fútbol también sean sacudidos por esta oleada feminista es una noticia de enorme relevancia social.
Y todos los datos y cifras lo corroboran. No solo la asistencia a los estadios.
Las licencias han crecido un 561% desde 2002, y si en 2005 se impulsó la Asociación de Clubes de fútbol femenino con solo 13 miembros, ahora son casi 70, y los clubes que participan en la primera y segunda división femenina suman ya 128.
El fútbol femenino ha pasado a ser un producto “rentable”, fruto del aumento de la demanda social. Por eso un monopolio como Mediapro ha pagado para seguir retransmitiendo los partidos en abierto. El último año la audiencia televisiva del fútbol femenino alcanzó los 7 millones de espectadores.
Y clubes tan importantes como el Real Madrid no quieren “quedar fuera”, y ya han cerrado un acuerdo para crear el próximo año su equipo de fútbol femenino.
El reciente mundial de Francia ha sido el gran escaparate del salto, en cantidad y calidad, dado por el fútbol femenino. Con una audiencia global en televisión de 1.000 millones de espectadores, algo impensable hace pocos años.
Y España ha sido protagonista. Entró por primera vez en los cuartos de final, y aunque cayó eliminada, fue la única selección que consiguió poner en aprietos a la todopoderosa selección norteamericana, que ha revalidado su título mundial.
Los resultados de los partidos, los goles de Jenni Hermoso, las jugadas de Lucía García, Patri Guijarro o Nahikari García, abrieron telediarios y coparon titulares de la prensa general y deportiva.
Una realidad que en el futuro puede ser incluso mejor, impulsada por unas selecciones inferiores que han ganado la Eurocopa sub-17 y sub-19 o han conseguido el segundo puesto en el mundial sub-20.
No ha sido un camino fácil. Hace solo cuatro años, en el mundial de 2015, las jugadoras de la selección se rebelaron ante el trato machista y paternalista del seleccionador, exigiendo su dimisión.
La estrella de la selección norteamericana, Megan Rapinoe, es una destacada activista LGTBI, algo impensable en las estrellas del fútbol masculino. Pero al mismo tiempo, las jugadoras norteamericanas han presentado una demanda por discriminación: a pesar de que generan más ganancias, cobran menos que sus homólogos masculinos.
Y la realidad de la mayoría de jugadoras de fútbol en España está todavía a un nivel amateur. La mitad de las futbolistas de élite en España no cobra un sueldo, y otro 31% menos de 500 euros al mes.
La lucha de las jugadoras de fútbol femenino, muy lejos de los millonarios contratos del fútbol masculino, se concentra ahora en lograr un convenio colectivo que garantice un salario mínimo de entre 14.000 y 20.000 euros anuales.
Se ha avanzado mucho, pero queda mucho por hacer.