Joanen Cunyat
Rocío Molina ha creado un universo propio y distinto, basado en tumbar estereotipos, en la forma, el género, la sexualidad, la improvisación, los cánones… que tiene la libertad del cuerpo por bandera.
Rocío Molina nace en Málaga en 1984. Empieza a bailar a los tres años, con siete esboza sus primeras coreografías, y a los diecisiete se gradúa en el Real Conservatorio de Danza de Madrid con matrícula de honor y entra a formar parte del elenco de compañías profesionales con gira internacional.
Todos sus trabajos son transgresores, pero hundiendo sus raíces en el flamenco. Desde los 22 años ha presentado más de 15 espectáculos diferentes.
En el 2010, con veintiséis años, recibió del Ministerio de Cultura el Premio Nacional de Danza por “su aportación a la renovación del arte flamenco y su versatilidad y fuerza como intérprete capaz de manejar con libertad y valentía los más diversos registros”.
Explican en la web de su compañía, que con veintiocho años, el bailarín Mikhail Baryshnikov se arrodilló ante ella a las puertas de su camerino del New York City Center, tras la representación ‘Oro viejo’.
Desde 2014, es artista asociada al Teatro Nacional de Chaillot en París, en 2019 recibió el UK National Dance Award y hasta en tres ocasiones el Premio Max de Teatro.
Ha representado sus obras en teatros y festivales de todo el mundo, y ha colaborado con grandes figuras del flamenco nacional, como María Pagés, Miguel Poveda, Antonio Canales o Israel Galván, y con nombres de la creación artística contemporánea como Carlos Marquerie, Mateo Feijóo y Jean Paul Goude.
Rocío Molina se debe a la verdad del cuerpo y a la libertad de crear experimentando el movimiento. Una especie de Stanislavski contra Strasberg, que diría Jorge Eines, pero en la danza. Crea desde la práctica y el ensayo, no desde el concepto. A sus 36 años, las nuevas generaciones de profesionales del baile la veneran.
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¿Qué ha significado el Léon de Plata de la Bienal de Venecia?
Me he ubicado ahora, la verdad. No tenía mucha conciencia de la repercusión porque no suelo prestar atención a los premios. Coincidió en el comienzo del año, con mucho ruido, más con la ola que acompaña a algo así. Pero es un premio muy pensado y me ha empezado a abrumar un poco más tarde.
No gestiono bien las cosas que generan ruido, pero esto me ha permitido echar la vista atrás, algo que no suelo hacer, y darme cuenta de que llevo ya lo mío caminado. Es una buena noticia, y más en un momento en el que no solemos tenerlas.
‘Echo primero el cuerpo como el que echa a un animal a un terreno nuevo’
Te mueve la experimentación permanentemente… ¿qué buscas?
No busco la conceptualidad, ni parto de lo mental. Hace años lo hacía y no me funcionaba. Soy bailaora y mi trabajo es con el cuerpo y la emoción, y yo echo primero el cuerpo como el que echa a un animal a un terreno nuevo. Soy una persona curiosa y me gusta ponerme y probar sensaciones diferentes.
Llevo toda una vida trabajando sobre esto y cubriendo estas necesidades a través del arte y te expones a cambios, transformaciones y mutaciones, y te genera una adicción porque necesitas encontrar algo diferente, opuesto… es lo que me mueve, vivir experiencias cada vez mas liberadoras y encontrarme con mis prejuicios. Aunque te sientas libre, no dejas de encontrarte con barreras en ti misma.
Yo vivo lo que bailo y bailo lo que vivo, y lo hago a través de estos temblores de tierra de los que necesitas cada vez más dosis. Es un peligro.
‘Aunque te sientas libre, no dejas de encontrarte con barreras en ti misma’
Luego es ir sanándote, entendiéndote. Prefiero bailar lo que me pasa, el conflicto, tener esa sensibilidad a través del baile que es lo que me ayuda, lo que me da y lo que me quita.
En la interpretación hay quien recurre a los sentimientos y a los conceptos previos, y hay quien trabaja con el cuerpo, con el ensayo y la práctica…
Empiezas con una idea, sobre dimensiones, texturas… un universo que te imaginas, y otras obras son un folio en blanco. Pero yo confío en el cuerpo, porque en él está la sabiduría. El pensar está en el cuerpo. También tengo más pereza mental y tiro de lo que conozco, a través de la experimentación. El cuerpo sabe muy bien lo que tiene que ir sucediendo, y te ordena y te manda lo que tiene que pasar.
‘Inicio’ es una conversación con la música de Riqueni. ¿Cómo nace un espectáculo tan minimalista?
Si lo ves desde fuera es muy romántico y muy literal. La música de Rafael es muy descriptiva, es un paisaje, es un olor. El espectáculo nace para descubrir mi nuevo cuerpo después de parir, a través de la música de Rafael que es la guitarra que llevo escuchando toda mi vida para inspirarme.
Eso te pone en una posición de emoción muy fuerte. Cómo bailo con él no es especial, es literal, lo que está sucediendo, me muevo según lo que escucho, sin conceptos… he tenido tantos cambios de pieles y tantas transformaciones que al volver a un baile que podría hace con 7 años, me di cuenta de la poca importancia que tenía ante su música. Me dedico a improvisar. Me conozco toda su música. No es que tenga nada particular sino que tiene una fuerza muy profunda, esa desnudez, ese vacío ha generado algo muy potente.
Es la relación entre él y yo, y esa es la obra que se transforma cada día. Subimos a escena a cuidarnos y amarnos. No tiene importancia si levanto el brazo derecho o el izquierdo, no es lo que ve el espectador, sino que ve una intimidad y una admiración entre la guitarra y la elaboración que yo hago.
‘Improvisando, te encuentras con lugares a los que no llegarías si los piensas’
Tienes una relación especial con la improvisación…
Juego con la emoción y la inspiración. Es la búsqueda de la frescura y la genialidad. Cuando repites un paso se pierde la frescura. Si yo no tengo la emoción, no la puedo transmitir. Me gusta ese vértigo y esa tensión de la improvisación. Lógicamente, la interpretación y el movimiento no tiene tanta calidad, pero la intención de donde parte ese movimiento y ese impulso tiene la máxima atención.
Es muy exigente y muy duro tirar de la inspiración todo el rato. Es muy difícil, pero te encuentras con lugares a los que no llegarías si los piensas.
¿Romper con estereotipos es una etapa o una forma de trabajar?
Al principio fue una etapa que atravesé sin darme cuenta. Nadie creía que yo iba a ser la bailaora que soy. Trabajé silenciosamente y punto. Cuando coges identidad sin darte cuenta, la utilizas como una herramienta de trabajo. Me gusta y me viene bien no cumplir con los estereotipos, y lo desarrollo. Si los cumpliera no lo podría defender igual. Si eres muy bella y esbelta, cuesta hacer una crítica sobre ello.
¿Cómo has vivido la pandemia?
Venía de una parada. Un año antes estaba intentando ‘confinarme’ pero muy a contracorriente, y el propio sistema que yo había creado con mi compañía me hacía imposible parar la rueda. Quería frenar en seco. Cuando llegó la pandemia vi que no tenía que pelear para frenar. La gente lo ha pasado muy mal y eso es lo peor de todo, pero en el aspecto artístico me sentí aliviada.
‘Nadie creía que yo iba a ser la bailaora que soy’
Luego hemos pasado por donde todo el mundo, miedo a ver cómo se reactiva todo, cómo seguir. La adaptación y la improvisación que nos ha dado la pandemia, la flexibilidad y los giros a los que nos somete es un aprendizaje para bien y para mal.
¿Qué necesita la danza?
Después de varias charlas con muchos artistas, en estos momentos que hemos tenido la oportunidad, siempre llegamos a la misma conclusión. El bailarín sabe lo que tiene que hacer, y no paramos, no hacemos otra cosa, pero lo que necesitamos es el apoyo de la administración. Es un arte más minoritario, no son conciertos de pop, y no genera como para tener las estructuras necesarias.
Hay que empezar por la educación, no se enseña esta cultura. En Francia se lleva a los chiquillos una vez al mes a consumir cultura. Primero la educación y que las instituciones valoren el trabajo que hacemos. No es solo bailar, son muchas cosas y se necesita un equipo, espacios, medios para poder gestionar todo esto. No es solo inspiración y duende
¿Por qué dices que eres una danzaora?
Eso ahora ya no lo diría. En ese momento no era capaz de olvidar los años que estuve de carrera, que es más larga que la de cura. No era capaz de olvidar mis dos horas de barra diaria, y luego ponerte el zapato y ser bailaora. Ahora es diferente, soy bailaora, he hecho todo el estudio de la técnica del baile, pero soy bailaora porque trabajo con el flamenco y con los zapatos. Luego mi cuerpo se mueve por donde va necesitando.
¿Como va a ser ‘Confesión de la carne’ que estrenarás en julio?
Es un nombre bastante provisional, la verdad. Estoy en ello. Es un formato de performance, y quiero alterar un poco el sentido de público y escena. Estamos trabajando sobre muchos conceptos, el deseo y el ruego… tenemos mucho trabajo por delante.