Como recogía uno de los principales diarios gallegos al día siguiente de la votación, los resultados son un triunfo contundente para el PP y un castigo incontestable para PSG-PSOE y BNG, los socios del gobierno bipartito.
Pero más allá de esta evidente rimera valoración política, los resultados de las elecciones gallegas del pasado 1-M han servido también para desmontar algunos tópicos profundamente arraigados sobre el mapa electoral gallego. Cuando a media mañana del domingo electoral, los avances de participación recogieron que éstos eran menores que los de 2005, una oleada de pesimismo recorrió los medios cercanos al bipartito. Todos daban por hecho que, a menor participación, mejores resultados para el PP y peores para ellos. Sin embargo, a medida que las sucesivas informaciones hacían aumentar la participación, hasta alcanzar la mayor de toda la historia, el optimismo volvía al gobierno. La realidad, sin embargo, ha venido a echar por tierra estos cálculos. Con una participación superior en 5 puntos a la del año 2005, el PP arrasa, obtiene 55.000 votos más y aumenta su porcentaje desde el 45 al 47,09%, que previsiblemente será aún mayor cuando se recuenten los votos de la emigración. La mayor movilización del electorado gallego ha ido, contrariamente a lo que se suponía, en beneficio del PP y en detrimento del gobierno de izquierdas. Tendrán que preguntarse por qué. Pero no es este el único lugar común que ha echado abajo el 1-M. Desde las elecciones de 2005, se tenía la convicción de que en Galicia se había producido un notable cambio sociológico con efectos políticos de primer orden. Que la pérdida de peso del mundo rural, caciquil, atrasado, de la Galicia interior y profunda en beneficio de la Galicia industrial y comercial, de la fachada marítima, de las grandes ciudades más dinámicas y avanzadas, estaba en correspondencia, se expresaba políticamente en la pérdida de la hegemonía del PP de los grandes barones territoriales de la época de Fraga. Y que, en consecuencia, esta nueva realidad de Galicia abría paso a un período de hegemonía de la izquierda. El 1-M ha echado por tierra la segunda parte de este premisa. Ha sido justamente en la Galicia dinámica, marítima, industrial y comercial donde se ha fraguado la victoria del PP y la derrota del bipartito. Hasta tal punto que los 55.000 votos que gana el PP son todos en Coruña y Pontevedra, las dos provincias mas dinámicas de la región. Y su victoria no es aún mayor, porque es en la Galicia interior, en la que todavía puede hablarse de la pervivencia de los poderes caciquiles, Orense y Lugo, donde pierde votos.