Todo Perú mira con indignación a Repsol, la petrolera insignia del Ibex35. La multinacional española no sólo es responsable del vertido de 6.000 barriles de crudo frente a las costas peruanas, generando un desastre ambiental de consecuencias todavía por calibrar, sino que ha tratado de escurrir el bulto. El gobierno de Pedro Castillo estudia acciones legales y no se descarta la retirada de las concesiones a Repsol.
El pasado sábado 15 de enero, y por circunstancias aún por esclarecer, se produjo un enorme derrame de crudo mientras el buque ‘Mare Doricum’ descargaba casi un millón de barriles a la Refinería La Pampilla (Callao), pocos kilómetros al norte de Lima. Tras dos semanas, la mancha de petróleo, que sigue avanzando en dirección norte, abarca más de 7 kilómetros cuadrados de océano y contamina una veintena de playas y dos áreas naturales protegidas. La marea negra ha dejado sin trabajo a más de 3.000 pescadores, así como a miles de peruanos que daban servicios a bañistas y turistas en plena temporada vacacional.
Y sólo es la punta del iceberg de un desastre ambiental que tendrá largas consecuencias en los ecosistemas, la cadena trófica, la alimentación y la salud humana. «Zonas reservadas, refugios de aves marinas, flora, fauna y todo el ecosistema de la biodiversidad biológica de la Corriente del Humboldt se ha visto comprometida. Se han extinguido especies enteras, como el caso de nutrias peruanas, y hemos visto cadáveres de aves y animales marinos en nuestras costas. Ahí ya no vive nada y no vivirá nada durante mucho tiempo», dice amargamente el biólogo peruano Giuliano Ardito.
Miles de peruanos, armados de palas y botas, tratan de retirar el crudo de las playas y los acantilados. Pero una marea negra no es simplemente una alteración estética del paisaje. «El alimento también está contaminado; toda la red y todas las especies que dependen de este entorno están condenados. Hablamos de una sustancia, el crudo, que contiene metales pesados y que, por tanto, tiene efectos mutagénicos», lamenta Ardito. Los estudios posteriores a otros desastres similares indican que la cadena trófica tardará décadas en eliminar los tóxicos cancerígenos. «Todo esto tiene consecuencias socioeconómicas muy importantes», dice el biólogo peruano.
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Las mentiras de Repsol
Por si el desastre no fuera ya lo suficientemente lamentable, la multinacional española ha añadido varios pluses intentando ocultar su responsabilidad -o directamente mintiendo a las autoridades y a la opinión públicas peruanas- dejando un fuerte clima de tensión entre el ejecutivo de Pedro Castillo y Repsol, cuya filial lleva operando en la refinería de La Pampilla desde 1996. El Gobierno se plantea suspender la concesión que le permite trabajar en una de las mayores refinerías petroquímicas del país andino.
Por si el desastre no fuera ya lo suficientemente lamentable, Repsol ha añadido varios pluses intentando ocultar su responsabilidad y mintiendo a las autoridades y a la opinión públicas peruanas.
Además de que tardó cinco horas en notificar el vertido -en las que se podía haber hecho mucho por contener la marea negra- en un primer momento, la multinacional dio parte de un derrame de dimensiones minúsculas -equivalente a 0,16 barriles de crudo, una capacidad algo inferior al depósito de gasolina de un coche- cuando finalmente tuvo que admitir que se trataba de un vertido de 6.000 barriles.
Repsol trató de achacar las causas del desastre a la «violencia del oleaje» del tsunami provocado por la erupción volcánica del Tonga en Nueva Zelanda. Pero tal causa ha sido desmentida por la primera ministra peruana, así como por pilotos de veleros deportivos, que en el día y hora que se produjo el vertido inicial estaban frente al buque italiano y suspendieron una regata porque no había viento ni olas.
Todo ello se suma a las acusaciones contra Repsol del capitán del buque italiano Mare Doricum, Giacomo Pisani, que en una carta hecha pública a los medios deja constancia de nueve irregularidades y malas prácticas cometidas por la empresa desde que advirtieron el derrame. Según Pisani, Repsol dijo al personal del buque que la contaminación estaba bajo control, pero él y su tripulación constataron que la barrera de contención que colocó el operador de la refinería “no tenía suficiente longitud para cubrir el perímetro del buque”. El capitán del buque también dio parte de que la empresa se negó a decirle la cantidad de crudo que descargó, lo que habría permitido calcular el volumen preciso de la fuga.