El acuerdo alcanzado por el G5+1 con Teherán sobre el programa nuclear iraní ha tenido repercusiones inmediatas en las que aparecen con nitidez los reordenamientos geopolíticos, tanto regionales como globales, que han dado fruto al acuerdo y que éste no va sino a acentuar.
En el ámbito de Oriente Medio, Irán pasa de ser un “Estado paria”, aislado y señalado como régimen hostil tanto por las otras potencias regionales como por las grandes potencias mundiales lideradas por EEUU, a ser reconocido como un jugador activo de primera línea con el que es imprescindible contar para la resolución de los principales conflictos de la región.
La apertura de los mercados internacionales para los productos iraníes y la recuperación de entre 100 y 150 mil millones de dólares de sus reservas de divisas congeladas en bancos occidentales van a suponer una inyección económica que, unido a los cada vez más acusados problemas financieros de Arabia Saudita ante la caída del precio del petróleo, proyectan un futuro a corto plazo en que muy probablemente Irán pueda convertirse en la gran potencia económica de Oriente Medio. «EEUU ha reconocido su incapacidad para enfrentar en solitario la resolución de los múltiples y enquistados conflictos de la región»
La visita del presidente iraní Hasan Rohani por varios países europeos en las semanas posteriores al levantamiento de las sanciones, además de certificar el fin del aislamiento político, ha supuesto la firma de acuerdos industriales y comerciales con Roma por valor de 17.000 millones de euros. Poco más que un aperitivo de la posterior escala en París, donde el régimen de Teherán ha firmado sendos acuerdos con Airbus y Total para, respectivamente, comprar 118 aviones por un valor total de 25.000 millones de euros y que la petrolera francesa pase a extraer de forma inmediata hasta 200.000 barriles diarios de Irán. Paralelamente, el gobierno iraní firmaba toda otra serie de contratos con los principales monopolios franceses: PSA Peugeot Citroën, Sanofi, SNCF, Bouygues, Aeropuertos de París, Vinci, Suez,… Para cerrar el éxito de su gira europea, Hasan Rohani puso de manifiesto el alto grado de sintonía y las excelentes relaciones con el Vaticano, un poder mucho más activo y con mayor influencia en la escena internacional de lo que parece.
Sin embargo, muy por encima incluso de la visita europea de Rohani, aunque mucho menos publicitada por la prensa occidental, ha sido la gira –iniciada sólo unas horas después del levantamiento de las sanciones a Teherán– del presidente chino Xi Jinping por los tres países claves de Oriente Medio: Arabia Saudita, Irán y Egipto, la potencia financiera, la potencia emergente y la potencia militar respectivamente de la región.
En Irán, los acuerdos firmados entre China y Teherán empequeñecen hasta límites extremos la carrera de los países europeos por hacerse un hueco en el mercado iraní. Un acuerdo estratégico a diez años que incluye entre otros los ámbitos energético (gas y petróleo), industrial, comercial, medioambiental, judicial y cultural. Y cuyo monto total está estimado en al menos 600.000 millones de dólares. También con Arabia Saudita y Egipto, China ha firmado importantes acuerdos económicos y comerciales que consolidan y dan forma al proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, el ambicioso plan con el que Pekín busca un triple objetivo.
Por un lado sortear los intentos de EEUU de contener su emergencia en las fronteras asiáticas. Por otro, expandir su propia economía y ganar tanto socios comerciales como aliados políticos entre los países que recorren la ruta terrestre y la vía marítima de la nueva Ruta de la Seda. Por último, pero no por ello menos importante, convertir la progresiva materialización de todos los proyectos locales que lleva aparejada la ruta en la carta de presentación global de una gran potencia mundial con unos planteamientos, propuestas y modos de actuación cooperativos y de beneficio mutuo completamente opuestos a los practicados por la superpotencia norteamericana.
Que el levantamiento de las sanciones a Irán haya sido seguida, de forma automática, por la gira de Xi Jinping envía un poderoso mensaje geopolítico.
Si EEUU, con el acuerdo con Irán ha reconocido su incapacidad para enfrentar en solitario la resolución de los múltiples y enquistados conflictos de la región, la aparición de China envía, por el contrario, el mensaje de que, de forma todavía prudente, sí existe una potencia mundial con la capacidad de intervenir activamente en ella; ofreciéndose incluso como mediador en las hostilidades políticas que enfrentan a los grandes poderes chiitas y sunnitas en la región.
La decisión de la línea Obama de renunciar, tras los desastres de Irak, Afganistán, Libia o Siria, a cualquier intervención militar directa, ha quitado a EEUU la principal herramienta de la que dispone para imponer a otros su hegemonía: su indiscutible superioridad militar. Sin ella, su capacidad de intervenir de forma decisiva queda notablemente mermada. Y es en ese hueco dejado por la superpotencia donde otros actores relevantes como Rusia (en el terreno militar) o China (en el terreno económico y diplomático) están encontrando la oportunidad de pasar a ocupar un papel cada vez más relevante en una región que desde los años 90 se había convertido en zona de actuación exclusiva de la superpotencia.
Una nueva situación que no hace más que reflejar los profundos cambios geoestratégicos que se están produciendo en el tablero mundial. Al mismo tiempo que anuncia los desplazamientos de poder que están por llegar en muchas otras regiones del planeta.