La eclosión artística que se produce en el Renacimiento es inseparable de la explosión de la producción mercantil que trae aparejada la nueva burguesía en ascenso.
A finales del siglo XIII las dos últimas Cruzadas se saldan con sendos fracasos. Algo que era ya inevitable. Porque justamente todas las anteriores, iniciadas dos siglos atrás, habían creado las condiciones políticas, económicas y sociales que marcan la irreversible decadencia del feudalismo.
Como consecuencia de esos dos siglos de agitación político-militar (y las notables conmociones sociales que la acompañan), la quietud, rigidez e inmovilismo característicos del orden feudal se ven sobrepasados. Europa traba relaciones con un mundo oriental más desarrollado y del que se había mantenido al margen durante más de cinco siglos. Sus consecuencias serán fructíferas.
Italia y la decadencia feudal
Los nobles empiezan a decorar sus mansiones con tapices y finos muebles, mientras sus mujeres demandan para su vestuario telas ricas y joyas de Oriente. Nuevos alimentos, como el azafrán, el arroz o la caña de azúcar empiezan a cultivarse en Occidente. La industria se revitaliza y expande como consecuencia de la introducción de nuevas maquinarias como los molinos de viento o técnicas como la fabricación de vidrio y de tapices.
Pero sobre todo, las Cruzadas han sido un impulso decisivo para el comercio con Oriente. El Mediterráneo se abre para que salgan las flotas europeas, lo que a su vez revoluciona la construcción naval, favorece la expansión mercantil y hace florecer por todas partes (Venecia, Génova, Pisa, Barcelona, Marsella,….) repúblicas ciudadanas donde una nueva burguesía comercial se hace con la hegemonía económica y política.
Y de todas las naciones de Occidente implicadas en este resurgir económico y social, Italia será el país que tomará una gran ventaja. Una serie de condiciones particulares así lo va a permitir.
En Italia es donde se organiza técnicamente el financiamiento, el abastecimiento y el trasporte de las Cruzadas. Lo que requiere un movimiento de dinero a gran escala que la economía natural del feudalismo es incapaz de ofrecer. Por lo que rápidamente surge la iniciativa individual y, en consecuencia, empieza a desarrollarse la libre competencia frente al ideal corporativo y gremial de la Edad Media. La complejización y envergadura de los movimientos económicos exige una nueva forma de financiación, y en las Repúblicas italianas surgirán las primeras organizaciones bancarias de Europa.
También en Italia, una nobleza feudal sometida al férreo control de los Estados pontificios es más débil que en el resto de Europa, lo que permite que la emancipación de la burguesía triunfe más rápida y fácilmente allí. Italia será el primer país europeo donde la nobleza feudal rural no sólo se convierte en una nobleza ciudadana, sino que se asimila completamente a la nueva aristocracia del dinero que ha surgido en las ciudades.
Este desarrollo inicial del capitalismo que acaba de demoler los ya cuarteados cimientos del modo de producción feudal –y que verdaderamente podemos decir que hace su explosión en la Italia de los siglos XIV y XV– trae consigo una auténtica revolución en el mundo cultural y artístico que había dominado la Baja y la Plena Edad Media.
El racionalismo en el arte
El racionalismo que la burguesía trae al nuevo sistema económico, pasará a dominar en lo sucesivo también el mundo espiritual y artístico. En su vida material, la burguesía hace del cálculo, el método y la racionalidad contable su forma de vida. Principios que ahora se convertirán también en decisivos para el arte. La unidad coherente del espacio y las proporciones, la limitación de la representación a un único motivo principal y el ordenamiento de la composición de forma que pueda ser abarcada con una sola mirada se imponen al simbolismo religioso-espiritual que hasta entonces dominaba el arte.
El mismo espíritu racionalista que domina en la organización del trabajo, en la técnica comercial y bancaria, en la contabilidad, en los métodos de gobierno y la diplomacia se extiende al mundo artístico. Los elementos irracionales que el simbolismo había impuesto durante siglos al arte románico y gótico, pierden cualquier eficacia y encanto a los ojos del burgués, que es el nuevo destinatario principal de las obras de arte.
Lo bello pasa a ser lo racional: debe haber una concordancia lógica entre las distintas partes singulares de un todo, la armonía de sus relaciones sólo puede ser expresada a través de los números, las composiciones se disponen a través del método matemático-geométrico, se huye y se rechaza la contradicción –omnipresente en la larga etapa anterior– en las relaciones entre las figuras y el espacio, así como de las distintas partes del espacio entre sí.«La nueva clase burguesa ha irrumpido con fuerza, pero no posee aún plena conciencia de si misma»
Aparece la perspectiva en las composiciones pictóricas mediante la reducción del espacio a términos matemáticos, se logra la proporcionalidad de lo representado sistematizando sus formas particulares,… Progresivamente, y a medida que la burguesía se consolida como la nueva clase emergente, todos los criterios del valor artístico se someten a motivos racionales y todas la leyes del arte se racionalizan.
Pero llegar hasta ese punto, cuya máxima expresión podemos fijarla en un Miguel Ángel o un Leonardo da Vinci, no será fácil. Requerirá un largo período de tiempo para poder madurar completamente, y extenderse desde Italia hasta el resto de Europa. Y, seguramente, el modelo más puro y acabado de este proceso complejo que desemboca en el Renacimiento lo encontramos en la República de Florencia, cuna de los Médici.
La Florencia republicana
Habitualmente se suele asociar la creatividad y la riqueza artística que Florencia supo ofrecer al mundo a la figura de Lorenzo de Médici, uno de los grandes mecenas –figura que surge justamente en este periodo– del arte italiano y de artistas como Botticelli, Da Vinci, Miguel Ángel, Verrocchio, Bertoldo,… Sin embargo, Lorenzo de Médici será sólo el punto y final de una larga cadena de la que para encontrar su origen debemos remitirnos a varios siglos atrás.
En realidad, la historia de Florencia como República es similar a la de muchas otras ciudades-Estado italianas en las que no es posible llegar a una solución dinástica que dé continuidad y estabilidad a la forma de gobierno, por distintas razones de orden político, económico y social. La primera de ellas, justamente, por el extraordinario desarrollo que allí ha alcanzado una incipiente burguesía, cuyas rivalidades, competencia y conflictos internos hacen imposible lograr un poder político unificado, salvo durante breves períodos de tiempo.
La nueva clase burguesa ha irrumpido en ellas con una fuerza arrolladora, pero todavía no es una clase que posea plena conciencia de si misma ni se haya dotado de corporatividad. Los intereses de cada clan o familia de banqueros, industriales o grandes comerciantes pesan más que los intereses comunes como clase. Sólo permanecen unidas en los momentos en que deben enfrentarse a un enemigo exterior, ya sea la nobleza feudal o las revueltas populares. Una vez conseguida la victoria, vuelven a las divisiones internas.
Serán estás luchas intestinas entre las distintas fracciones de la burguesía florentina las que harán pasar de la república democrática al gobierno oligárquico, de éste a la autocracia militar, para acabar finalmente, ya en su época de decadencia, en la tiranía de los Médici. Cada una de estas turbulentas fases políticas tan distintas entre si, mantienen sin embargo en el terreno artístico un mismo hilo conductor, tema del que nos ocuparemos en la próxima entrega.
El naturalismo del gótico, en su período de plenitud, corresponde, en cierta medida, al naturalismo de la época clásica griega. «Esta nueva representación del espacio manifiesta ya el sentido realista de la burguesía»
La pintura de la realidad se mueve, tanto en uno como en la otra, dentro de los límites de severas formas de composición, y se abstiene de dar entrada a detalles particulares que podrían hacer peligrar la unidad de la composición.
El naturalismo del gótico tardío, en cambio, rompe esta unidad formal, como la había roto el arte del siglo IV a. de C. y el de la época helenística, y se entrega a la imitación de la realidad, despreciando de un modo casi brutal a veces la estructura formal. La singularidad del arte de la Baja Edad Media no está en el naturalismo mismo, sino en el descubrimiento del valor intrínseco de ese naturalismo, que en lo sucesivo tiene un fin frecuentemente en sí mismo, y ya no está –o por lo menos no está totalmente– al servicio de un sentido simbólico, de una significación sobrenatural. La relación con lo sobrenatural no falta ciertamente en él, pero la obra de arte es, en primer lugar, una copia de la naturaleza y no un símbolo que se sirve de las formas naturales solamente como de un medio para lograr un propósito extraño. La mera naturaleza no tiene todavía un significado en sí misma, pero ya es suficientemente interesante para ser estudiada y representada por sí (…)
El hombre de la época burguesa de la Baja Edad Media considera el mundo con ojos diferentes y con un punto de vista distinto que su antepasados, interesados únicamente por la vida futura. Está, por decirlo así, al borde del camino por el que discurre la vida multicolor, inextinguible e incontenible, y no sólo encuentra muy digno de observación lo que allí se desarrolla, sino que se siente complicado en aquella vida y aquella actividad (..) Las pinturas pasan ante el espectador como cuadros de una procesión, y él es espectador y actor a un tiempo.
Este aspecto, que suprime la división neta entre escenario y auditorio, es la expresión espacial del sentido dinámico de la vida, propio de la época. El espectador está también dentro de la escena; la platea es al mismo tiempo escenario. Escenario y público, realidad estética y empírica se tocan directamente y forman un único mundo continuo; el principio de frontalidad está abolido totalmente y el propósito de la representación artística es la ilusión total. El espectador no permanece ya ajeno a la obra de arte, no se encuentra frente a ella, como habitante de otro mundo, sino que está incurso en la esfera misma de la representación, y sólo esta identificación del ambiente de la escena representada con el de aquél en que se encuentra el espectador produce la perfecta ilusión del espacio.
Ahora que el marco de un cuadro (…) sugiere al espectador que el espacio existente del lado de acá y del lado de allá de la ventana es uniforme y continuo, gana por primera vez el espacio pictórico profundidad y realidad. Hay, pues, que atribuir a la nueva visión “cinematográfica”, determinada por el dinámico sentido de la vida, el que la Baja Edad Media sea capaz de representar el espacio real, el espacio como nosotros lo entendemos
Esta hazaña no la habían logrado realizar ni la Antigüedad clásica ni la Alta Edad Media. A esta peculiaridad deben sobre todo las obras del gótico tardío su carácter naturalista. Y aunque comparado con el concepto renacentista de la perspectiva el espacio ilusorio de la Baja Edad Media resulte todavía inexacto e incoherente, esta nueva representación del espacio manifiesta ya el sentido realista de la burguesía (…)
El público del arte burgués y cortesano del Quattrocento
El público del arte del Renacimiento está compuesto por la burguesía ciudadana y por la sociedad de las cortes principescas. En cuanto a la orientación del gusto, ambos grupos sociales tienen muchos puntos de contacto, a pesar de la diversidad de origen. De un lado, el arte burgués conserva todavía los elementos cortesanos del gótico; además, con la renovación de las formas de vida caballerescas, que no han perdido por completo su atractivo para las clases inferiores, la burguesía adopta unas formas artísticas inspiradas en el gusto cortesano; de otro lado, los círculos cortesanos no pueden a su vez sustraerse al realismo y el racionalismo de la burguesía y participan en el perfeccionamiento de una visión del mundo y del arte que tienen su origen en la vida ciudadana.
A fines del Quattrocento la corriente artística ciudadano-burguesa y la romántico-caballeresca están mezcladas de tal suerte, que incluso un arte tan completamente burgués como el florentino adopta un carácter más o menos cortesano. Pero este fenómeno corresponde simplemente a la evolución general y señala el camino que conduce de la democracia ciudadana al absolutismo monárquico.
Ya en el siglo XI surgen en Italia pequeñas repúblicas marineras como Venecia, Amalfi, Pisa y Génova, que son independientes de los señores feudales de los territorios circundantes. En el siglo siguiente se constituyen otros comuni libres, entre ellos Milán, Lucca, Florencia y Verona, y se forman organismos estatales bastante indiferenciados aún en el aspecto social, apoyados en el principio de la igualdad de derechos entre los ciudadanos que ejercen el comercio y la industria. Sin embargo pronto estalla la lucha entre estos comuni y los nobles hacendados del contorno; esta lucha terminó por el momento con el triunfo de la burguesía.
La nobleza campesina se traslada entonces a las ciudades y trata de adaptarse a la estructura social y económica de la población urbana. Pero casi al mismo tiempo surge también otra lucha, que se desarrolla con mayor crudeza y que no se decide tan pronto. Es la doble lucha de clases entre la pequeña y la gran burguesía, de un lado, y el proletariado y la burguesía en conjunto, de otro. La población ciudadana, que estaba unida todavía en la lucha contra el enemigo común, la nobleza, se divide en grupos de intereses opuestos que guerrean entre sí del modo más encarnizado tan pronto como el enemigo parece haber desaparecido. A finales del siglo XII las primitivas democracias se han transformado en autocracias militares (…)«Es comprensible que la clase dominante de Florencia quisiera exhibir su poder y su riqueza»
Con la calma y la estabilidad, aunque éstas fueran impuestas por la fuerza a la mayoría de la población, comenzó para Florencia, desde principios del siglo XV, un nuevo florecimiento económico (…) Es comprensible que Florencia estuviera orgullosa de su victoria y que la clase dominante, que era la que sacaba provecho de estas adquisiciones (…) quisiera exhibir su poder y su riqueza (…)
El espíritu capitalista del Renacimiento lo componen juntamente el afán de lucro y las llamadas “virtudes burguesas”: la ambición de ganancia y la laboriosidad, la frugalidad y la respetabilidad. Pero también en el nuevo sistema ético encuentra expresión el proceso general de racionalización. Entre las características del burgués están las de perseguir miras positivas y utilitarias allí donde parece tratar sólo de su prestigio, la de entender por respetabilidad solidez comercial y buen nombre, y la de que en su lenguaje lealtad significa solvencia. Sólo en la segunda mitad del Quattrocento los fundamentos de la vida racional retroceden ante el ideal del rentista, y entonces por primera vez la vida del burgués asume características señoriales (…)
Arnold Hauser. Historia social del arte y la literatura