«Es cierto que la crisis ha hecho acto de presencia en los mensajes y a ningún político se le han ocurrido promesas grandilocuentes e inasumibles. Pero todos los bandos han centrado sus insustanciales consignas en atacar al contrario, sin ofrecer a los electores soluciones claras y concretas sobre esa cuestión clave para resolver las penurias de la economía española.»
Las camañas electorales no están para dar malas noticias, pero sería un escándalo que a partir del 23 y sin previo aviso los españoles empezaran a notar recortes en los servicios que prestan habitualmente comunidades y ayuntamientos por la sencilla razón de que no hay dinero. Hubiera sido enriquecedor conocer las ideas con las que el PP y el PSOE quieren emprender el nuevo rumbo que indefectiblemente ha de tomar la Administración intermedia en España. (EL MUNDO) EL PERIÓDICO.- En las consignas coreadas («no les votes»; «no más corrupción, pasamos a la acción») se detectaba un profundo rechazo hacia la clase política, especialmente palpable entre una juventud poco ideologizada pero muy desencantada por la falta de expectativas de futuro. Ni España ni Europa son regímenes totalitarios que se puedan desmoronar por una revuelta cívico-tecnológica, como ha sucedido a la otra orilla del Mediterráneo. Pero los jerarcas occidentales tampoco deberían hacer oídos sordos a este mar de fondo. Algo muy serio se está cociendo. EL PAÍS.- El descrédito de la política institucional es una de las causas, tal vez la principal, que explica la aparición de iniciativas como la del domingo, cuyo valor quizá más incontestable radica en la denuncia. Sustituir el debate político por la publicidad, convalidar la corrupción cuando es propia y denunciarla cuando es ajena, hacer de la invocación al interés ciudadano una simple coartada para legitimar las ambiciones de una facción, convertir la lucha por el poder en un fin en sí mismo, ajeno a cualquier proyecto, son errores que van minando el sistema democrático. El viejo topo que invocaba la utopía marxista no viene de fuera del parlamentarismo y del Estado de derecho, sino que está siendo irresponsablemente engendrado en su interior. Editorial. El Mundo Recortes no…. hasta el final de campaña QUEDAN CUATRO días para que termine esta campaña electoral y los ciudadanos apenas hemos oído propuestas de los candidatos a concejales y a diputados sobre el futuro de las finanzas de ayuntamientos y comunidades autónomas. Es cierto que la crisis ha hecho acto de presencia en los mensajes y a ningún político se le han ocurrido promesas grandilocuentes e inasumibles. Pero todos los bandos han centrado sus insustanciales consignas en atacar al contrario, sin ofrecer a los electores soluciones claras y concretas sobre esa cuestión clave para resolver las penurias de la economía española. Porque si en algo hay consenso entre los organismos internacionales es que en la administración local y regional está la clave para que España consiga empezar a salir de la crisis y recupere la credibilidad perdida en los mercados. Lo comprobamos en 2010; el Estado central sí consiguió cumplir con el compromiso adquirido con Bruselas de reducción del déficit, pero no así la mayoría de las comunidades autónomas. Nueve de las 17 superaron el déficit previsto del 2,4% de su Producto Interior Bruto (PIB). Andalucía, Aragón, Navarra, La Rioja y la Comunidad Valenciana lo hicieron por poco. Y Cataluña, Baleares, Murcia y Castilla-La Mancha se desviaron de forma considerable. Ayer, los analistas del banco HSBC decían que «la preocupación más acuciante es la credibilidad de la consolidación fiscal en los gobiernos regionales». Por tanto, los regidores de las autonomías y corporaciones locales que salgan de las urnas el próximo domingo tendrán que aplicar duras medidas de ajuste para cuadrar sus cuentas. Cataluña es el ejemplo. El Govern de Artur Mas se ha visto obligado a emprender importantes recortes en cuestiones básicas del presupuesto -sanidad y educación, por ejemplo- que han puesto en pie de guerra a los ciudadanos, muchos de los cuales salieron a la calle para protestar el sábado pasado. Es lógico pensar que se den situaciones parecidas tras la campaña electoral. En estos días nadie ha hablado de que las CCAA no van a poder crear este año los 40.000 empleos que inexplicablemente generaron el pasado. Del copago sanitario, -al que habrá que llegar tarde o temprano, según los expertos- no se comenta más que para lanzarlo al contrario como piedra arrojadiza. Como tampoco ningún político se ha referido a la situación de miles de empresas que están en la ruina porque los ayuntamientos no tienen dinero para pagar sus facturas. ¿No es el momento de que los candidatos presenten sus propuestas para redimensionar el desmesurado gasto autonómico? ¿Van a subir los impuestos? ¿Por qué apenas hemos oído nada sobre el modelo de financiación municipal, diferido sine die por los políticos? ¿Si los ayuntamientos se han quedado sin los ingresos que proporcionaba el sector inmobiliario, de dónde se nutrirán a partir de ahora para evitar el colapso? ¿Podrían recibir una parte de los impuestos nacionales que se restaría de lo que el Gobierno remite a las autonomías? Desde luego, las campañas electorales no están para dar malas noticias, pero sería un escándalo que a partir del 23 y sin previo aviso los españoles empezaran a notar recortes en los servicios que prestan habitualmente comunidades y ayuntamientos por la sencilla razón de que no hay dinero. Hubiera sido enriquecedor conocer las ideas con las que el PP y el PSOE quieren emprender el nuevo rumbo que indefectiblemente ha de tomar la Administración intermedia en España. La semana pasada decíamos que estábamos abocados a una campaña propia de elecciones generales. Así ha sido y con un bajo tono. Que nadie se sorprenda del auge de los movimientos que gritan ¡No votes! en las redes sociales. EL MUNDO. 17-5-2011 Opinión. El Periódico Algo se está cociendo Enric Hernández Las sucesivas manifestaciones del pasado fin de semana, de distinta índole, no deberían caer en saco roto. Pese a celebrarse en plena campaña, con el sesgo electoralista que ello comporta, la marcha del sábado logró aglutinar a muchos de los sectores damnificados por los recortes sociales que prepara el Govern. No le faltan razones a CiU para interpretar la protesta como una agresión en vísperas del 22-M. Pero, al margen de las motivaciones políticas que laten tras la convocatoria, haría bien Artur Mas en tomar buena nota del malestar social que están suscitando sus medidas. Los ajustes presupuestarios, por muy necesarios que sean, siempre resultan más efectivos si son fruto del diálogo. Análisis aparte merecen las protestas desarrolladas el domingo en 50 ciudades de España. Convocadas a través de las pujantes redes sociales, miles de personas acudieron a la llamada de la asociaciónDemocracia Real Ya bajo un lema rotundo: No somos una mercancía en manos de políticos y banqueros. No eran agraviados por los efectos de la crisis, como los del sábado, sino ciudadanos indignados con los poderosos que la provocaron. Si con su visceral ensayo ¡Indignaos! el nonagenario Stéphane Hessel quería remover conciencias, a fe que lo ha logrado. En las consignas coreadas («no les votes»; «no más corrupción, pasamos a la acción») se detectaba un profundo rechazo hacia la clase política, especialmente palpable entre una juventud poco ideologizada pero muy desencantada por la falta de expectativas de futuro. Un halo de desafección que, aun sin llegar al abstencionismo crónico que José Saramago fabuló en Ensayo sobre la lucidez, minaría la legitimidad de las democracias de traducirse en una decreciente afluencia a las urnas. O en la irrupción de partidos antisistema con oscuras aspiraciones. Mar de fondo Ni España ni Europa son regímenes totalitarios que se puedan desmoronar por una revuelta cívico-tecnológica, como ha sucedido a la otra orilla del Mediterráneo. Pero los jerarcas occidentales tampoco deberían hacer oídos sordos a este mar de fondo. Algo muy serio se está cociendo. EL PERIÓDICO. 17-5-2011 Editorial. El País Indignados en la calle El pasado domingo, las principales ciudades españolas fueron escenario de manifestaciones convocadas en la estela del panfleto publicado por el francés Stéphane Hessel, ¡Indignaos! Tan solo la concentración de Madrid, que reunió a 20.000 personas según la Policía Municipal, acabó en violentos disturbios protagonizados por una minoría. Los propios organizadores de la marcha los condenaron, desligando el propósito de su iniciativa, enteramente pacífica, del inaceptable comportamiento de algunos grupos radicales. En el resto de España, no se registraron incidentes. Convocadas en el ecuador de una campaña electoral incapaz de calar en la opinión, las manifestaciones son reflejo de la existencia de un espacio ciudadano cuyas demandas no alcanzan a canalizar los partidos políticos. Puesto que los promotores de las marchas desean mantenerlas como una forma de protesta ciudadana, sin solicitar el voto para ninguna opción ni crear una nueva, no es posible calibrar la medida exacta en la que los eslóganes y consignas que corearon representan o no las posiciones de una mayoría social ni la influencia que puedan tener en la política institucional. Probablemente, se cometería el mismo error exagerando el significado de las manifestaciones que minimizándolo. Con independencia del número de ciudadanos que salieron a la calle, lo cierto es que se va extendiendo el sentimiento, dentro y fuera de España, de que la política institucional no está dando respuesta a algunos de los principales problemas creados por la crisis económica, principalmente entre los jóvenes y los ciudadanos más desfavorecidos. Pero una cosa sería considerar que no lo hace porque el parlamentarismo y el Estado de derecho son incapaces de por sí, y otra diferente estimar que los partidos y sus líderes están realizando un uso incorrecto de ellos. Es una ambigüedad inquietante, ya que podría sugerir una enmienda política a la totalidad sin que se identifique claramente la alternativa, a no ser la evocación nostálgica de utopías que concluyeron en tragedia. El problema no radica tanto en colocarse dentro o fuera del sistema, como en tomar conciencia de que el desprecio del parlamentarismo y del Estado de derecho puede servir a las causas más justas y más nobles, pero también a las más abyectas y liberticidas. El descrédito de la política institucional es una de las causas, tal vez la principal, que explica la aparición de iniciativas como la del domingo, cuyo valor quizá más incontestable radica en la denuncia. Sustituir el debate político por la publicidad, convalidar la corrupción cuando es propia y denunciarla cuando es ajena, hacer de la invocación al interés ciudadano una simple coartada para legitimar las ambiciones de una facción, convertir la lucha por el poder en un fin en sí mismo, ajeno a cualquier proyecto, son errores que van minando el sistema democrático. El viejo topo que invocaba la utopía marxista no viene de fuera del parlamentarismo y del Estado de derecho, sino que está siendo irresponsablemente engendrado en su interior. EL PAÍS. 17-5-2011