SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Rajoy, un presidente sin partido

En tres años largos de Gobierno, Mariano Rajoy habrá obtenido muchos o pocos logros según el baremo de cada cual, pero es incuestionable que ha fundido al Partido Popular. Lo demuestran palmariamente las designaciones -dactilares, sin debate- de los y las candidatas a las listas a la autonomía valenciana y madrileña y a los ayuntamientos de la ciudad del Turia y de la capital de España. El PP era un partido de abundantes cuadros formados por profesionales, funcionarios, pequeños y medianos empresarios, docentes y trabajadores cualificados. De esas bolsas de afiliados -el PP es el que tienen el mayor número de todos los partidos españoles- han venido saliendo generaciones de dirigentes políticos desde hace más de veinte años. Sin embargo, Rajoy no ha logrado localizar a ninguno especialmente brillante para regenerar la apuesta electoral para intentar retener dos de los bastiones fundamentales del poder territorial de su organización: Valencia y Madrid.

El inocuo Alberto Fabra y la ya gastada y muy meritoria Rita Barberá merecían, respectivamente, el apartamiento y un nuevo destino político. Valencia ha sido uno de los epicentros de las peores tramas de corrupción del PP –el caso Gurtel– y, al mismo tiempo, una de las comunidades donde más ferazmente han emergido nuevas fuerzas políticas que terminarán por expulsar a los populares, con seguridad, de la Generalitat y, muy probablemente, de la alcaldía de Valencia. La comunidad valenciana ha sido un campo de Agramante político culminado por el cierre -declarado nulo el ERE de sus trabajadores- de la televisión autonómica constituyendo uno de los episodios más llamativos aunque no el más grave: otro caso, el de Carlos Fabra, expresidente de la Diputación de Castellón, ha quintaesenciado el caciquismo localista más decimonónico. Ahora en la cárcel, purga por delitos varios. Los que estuvieron con él son los llamados a gestionar el futuro de la comunidad levantina. Un despropósito.

En Madrid, cuando la ocasión histórica reclamaba una renovación a fondo, Rajoy se ha dado cuenta de que no tenía mimbres para ofrecer al electorado un cesto nuevo. Ha optado por una candidata para la comunidad, Cristina Cifuentes, cuya exposición pública ha sido la delegación del Gobierno en Madrid, sin peso político ni representación en el partido, y ha echado mano de su amiga-enemiga, Esperanza Aguirre, la “sexagenaria” a la que le recordarán con fruición que su exmano derecha, el exconsejero López Viejo, es uno de los fautores de la trama organizada por Francisco Correa y que su secretario general de partido -que ella preside en Madrid- Francisco Granados, ahora en la cárcel, es el cerebro de la operación Púnica. Aguirre garantiza un mínimo -o eso se cree- de porcentaje electoral pero es la menos idónea para alcanzar acuerdos posteriores con ninguno de los grupos en el Ayuntamiento. Una designación hecha por un Rajoy huidizo, que viajo la tarde de ayer a Jerez y hoy tomará rumbo a Guatemala para evitarse así el oleaje crítico a unas listas electorales grimosas frente a otras renovadas y las nuevas con gente diferente y discurso distinto.

Cuando hubo que elegir a un cabeza de lista para las europeas, Rajoy también recurrió a la “vieja guardia” y sacó del Gobierno a Arias Cañete en el último momento, lo mismo -aunque por distintas causas- le ocurrió con Ana Mato, echando mano de Alfonso Alonso para sustituirla. Con tal ocasión se demostró que el presidente no tenía banquillo, no sólo en el partido, sino tampoco en el grupo parlamentario: entregó la representación parlamentaria del PP al dinosaurio faltón de Rafael Hernando, un personaje que, como Aguirre, conspiró contra él en 2008 en el ya famoso Congreso de Valencia. No para ahí la cosa: Javier León de la Riva -veinte años de alcalde de Valladolid- repite en la capital castellana pese a estar en puertas de un juicio por desobediencia, al margen de que suscita un recelo difícil de vencer ante sus múltiples inconveniencias de tintura machista. Juan José Imbroda, alcalde-presidente de la ciudad autónoma de Melilla, imputado, también encabezará la lista en las elecciones de mayo.

Podríamos sumar y seguir, pero dejémoslo en este punto, simplemente para constatar el mal que afecta al Gobierno y a su presidente: que el partido se le ha agotado, se le ha hundido, se le ha volatilizado, manejado como ha estado por medianías políticas y abatido por el abandono de su presidente para el que la organización partidaria que le sostiene ha sido una molesta muleta que ha dejado en manos de una María Dolores de Cospedal sin capacidad para pilotar una nave que se ha quedado sin rumbo y a la que un juez atribuye responsabilidad penal en una trama de corrupción continuada y escandalosa.

Hay que leer el libro escrito por Rajoy titulado “En confianza” (Planeta 2011) para entender al personaje. Es un hombre en la introspección y nunca en la extraversión, es un dirigente para la administración de lo que hay pero no para nuevas adquisiciones. Y a fuerza de parar el partido, de introducir rigidez en el Gobierno y en la organización, a fuerza de silencios y sobreentendidos, a fuerza de rodearse -“En confianza”- de amigos, a fuerza de tanta mediocridad, ha dejado de disponer de recursos, personales y partidarios, para hacer lo que se ve: administrar lo que hay sin reparar que la historia se mueve ya con un sentido de la urgencia, con una aspiración de cambio y de renovación, a la que él ni sabe ni puede responder. Su previsibilidad no es estrategia. Lamentablemente, es idiosincrasia para unos tiempos que requieren de aquellas virtudes que no le adornan. Los políticos pasan, pero los partidos permanecen. A la postre el peor demérito de Rajoy es haber tronchado la fortaleza del PP.

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