“La estrella azul” de Javier Macipe

Quijotes con guitarra

“La estrella azul” te coge por las solapas y de forma silenciosa, casi imperceptible, al ritmo lento de los fenómenos naturales, te atrapa y te fascina.

En los primeros planos de “La estrella azul”, Mauricio Aznar Müller, el alma de Mas Birras, un icónico grupo de rock, se compara con el Quijote. Frente al “amor hamburguesa”, concebido como un producto de consumo rápido, que solo merece la pena si es rentable, se identifica con un Quijote que se enamora de Dulcinea antes de conocerla, y que es capaz de batirse en duelo por ella sin haber tenido relación alguna con la amada. Una relación desinteresada, que no espera obtener nada a cambio.

Es una declaración de principios. Que choca frontalmente con los valores que lo reducen todo al interés.

Y Mauricio encuentra otro Quijote en el lugar más inesperado. El rockero europeo encuentra un alma gemela en Carlos Carvajal, que aparentemente es su perfecto antagonista.

Carvajal compone y toca canciones de un folklore casi ancestral, las chacareras. No pertenecen a los géneros de música tradicional que se han convertido, por méritos propios, en fenómenos globales. Carvajal es argentino, pero no es tanguero, la música de los arrabales de Buenos Aires conocida en todo el planeta. El suyo es el son de una de las zonas rurales más desconocidas del país austral, con centro en Santiago del Estero.

Pero Caravajal es otro Quijote, como Mauricio. Que empeña todo su dinero para impulsar proyectos musicales. Y que al comprobar que con lo perdido se podría comprar tres coches exclama: ¿para qué quiero tres coches si solo tengo dos manos?

Mauricio no es Quijote limpio. Alberga un agujero negro de autodestrucción, y tiene clavada la navaja de adicciones que le conducirán a la muerte. Pero, en sus luces y en sus sombras, es un Quijote que nos atrapa.

Su “Apuesta por el rock&roll”, su tema más conocido, que Héroes del Silencio versionó, es con las cartas boca arriba, a pecho descubierto, sin esconder nada, ni lo bueno ni lo malo. Es la fidelidad a un rock que no es una música más sino un “estilo de vida”, un lugar en el mundo. Retirándose cuando tiene la oportunidad de firmar un contrato importante con una discográfica. Dar un paso atrás antes que traicionar lo más sagrado.

Mauricio no buscó su lugar en el mundo, él vino a su encuentro. De la forma más inesperada. En el viaje a Argentina para encontrar los lugares donde componía Atahualpa Yupanqui, el músico más importante del folklore argentino, se tropieza con la chacarera y con Santiago del Estero.

Mauricio y Carvajal, dos Quijotes tan distintos y tan cercanos

Una casa, la de los Carvajal, que es toda una comuna musical abierta a quien quiera vivirla. Un lugar donde el tiempo transcurre a otro ritmo, más pausado, acompasado con una naturaleza tan árida como bella. Unos cielos diferentes a los europeos, donde se puede ver y seguir la estrella azul del sur. Unas relaciones humanas menos viciadas, más francas. Un pueblo que todavía cree en los milagros, que rezan a niñas santas que surgen del magma de un paganismo ancestral.

Allí es donde el rockero que vive la vida demasiado deprisa y encuentra su lugar en el mundo.

El poder del silencio, la magia del cine

Mauricio redescubre la música cuando pone en valor el poder del silencio. Tiene que olvidar algunos vicios aprendidos. Por eso Carlos Carvajal le obliga a volver atrás, a retomar la música desde su mismo origen.

Y entonces aparece el silencio, escuchamos todo lo que antes no oíamos, podemos dejarnos poseer por unos ritmos que antes no comprendíamos.

Y todo cambia. Las canciones que antes no se podían componer vienen a por nosotros.

La música, con su poder revolucionario, con su capacidad de sanación, es otro de los protagonistas de “La estrella azul”, cuyo título toma prestada una de las canciones de Carlos Carvajal. Esa estrella es la búsqueda de la luz desde las sombras. Y la música, con sus sones y sus silencios, es el bálsamo de Fierabrás que puede curar las heridas más abiertas.

Con “La estrella azul” Javier Macipe nos enseña la magia de un cine que todavía no habíamos visto. Construyendo una película de ficción que es también un documental, donde las barreras entre estos dos géneros se diluyen. Basada en hechos reales pero que es también un maravilloso cuento inventado. Donde se nos habla de las cosas más cotidianas, más corrientes, y que al mismo tiempo que anda siempre a ras del suelo es capaz de elevarse a enormes alturas poéticas.

La estrella azul” es uno de los descubrimientos del año para el cine español

Guiada por la genial interpretación de Pepe Lorente, que es capaz de convertirse en Mauricio, encarnando todas sus luces y sus sombras, elevándonos a sus alturas y bajándonos a sus infiernos.

Y sostenida por una familia Carvajal interpretada por sus propios miembros, actores no profesionales pero que, como una expresión de ese poder del cine, llenan la pantalla cuando aparecen, nos atrapan y fascinan con la enorme carga de verdad de cada gesto, de cada palabra.

Javier Macipe nos enfrenta permanentemente a un juego de espejos, donde los que parecen contrarios se reconocen y las barreras se rompen. También la cuarta pared, celosamente guardada en el cine, la que siempre esconde todo lo que construye la película, la artificiosidad necesaria para levantar la ficción. En un giro inesperado, Macipe nos la muestra abiertamente. Y eso nos descoloca. Es otro de los espejos que dan vuelo a “La estrella azul”.

Una película que, sin enterarnos, sin aspavientos, nos atrapa y nos fascina. A través de una historia que Carlos Saura quiso filmar, y que Javier Macipe ha sabido llevar a la pantalla hasta convertirla en uno de los descubrimientos del año para el cine español.

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