Carey, Ehrenreich, Sevilla y Montoya

¿Quién teme a Donald Trump?

Cuatro profesionales del periodismo nos ayudan a comprender le proyecto de Trump, qué está pasando en EEUU y cómo va a afectar al resto del mundo

Cuatro periodistas de prestigio y larga trayectoria -Roberto Montoya, Ben Ehrenreich,Roane Carye y Fran Sevilla- nos ayudan a desentrañar algunas claves de la presidencia de Donald Trump en EEUU

Roberto Montoya tiene una larga trayectoria en el ámbito internacional, participando, colaborando y dirigiendo la sección de Internacional en numerosos medios de comunicación. Actualmente forma parte del Consejo Asesor de Viento Sur y colabora con los periódicos El Salto y Público. Nació en Argentina y tuvo que salir del país —o más bien fue expulsado— tras sufrir persecución, cárcel y tortura a manos de la Triple A durante el gobierno de Isabel Perón, antes de la dictadura de Videla.

Al hecho de ser un especialista en política internacional hay que añadirle un rasgo fundamental, es un militante de izquierda, comprometido con la lucha contra la impunidad y en defensa de la libertad. Contamos con él hoy porque es un experto en Estados Unidos. Desde 2003, ha publicado cuatro libros sobre el tema. El último, ‘Trump 2.0’, aborda las claves internas y externas del regreso de Donald Trump.

Ben Ehrenreich es un periodista neoyorquino, ensayista y novelista. Sus ensayos, artículos y textos han aparecido en The New York Times Magazine, The London Review of Books, The Nation, The New Republic, The Guardian y Harper’s, entre otros. Ha sido reportero en Afganistán; en Haití, cubriendo el terremoto de 2010; en Camboya, en El Salvador y en México, donde escribió sobre el narcotráfico.

También ha trabajado sobre la crisis climática y los movimientos de izquierda en América Latina. En 2020 publicó “Desert Notebooks: A Roadmap for the End of Times” —traducido algo así como “Cuadernos del desierto, una hoja de ruta para el fin de los tiempos”—, una reflexión filosófica y periodística sobre el concepto del tiempo en mayúsculas.

Su último trabajo en el terreno ha estado centrado en el conflicto palestino, al que ha dedicado buena parte de su labor. En 2016 publicó “The Way to the Spring: Life and Death in Palestine”, donde narra la lucha cotidiana de un grupo de palestinos que viven bajo la ocupación israelí y el hostigamiento de los colonos.

Además de su trabajo periodístico, ha hecho incursiones en la ficción con novelas como “The Sweepers” (2006) y “Éter” (2011).

Roane Carye también es un periodista neoyorquino que fue durante 30 años editor de The Nation, el semanario estadounidense más antiguo, fundado en 1865, y que sigue siendo un medio de referencia de izquierdas y de gran prestigio.

Roane ha escrito libros como “La nueva inquisición”, sobre la situación en Palestina y el papel de Estados Unidos, o “El otro Israel: retrato de disidencia”, cuyo título lo dice todo.

A lo largo de su carrera ha abordado asuntos políticos, culturales y de opinión desde una perspectiva progresista, siempre orientada a entender los valores democráticos y los conflictos tanto a nivel nacional como internacional. Es un experto en un tema clave: la situación y el papel actual de los medios de comunicación.

Y, Fran Sevilla, un periodista con un enorme compromiso con la lucha por las libertades, por la democracia y, muy especialmente hoy, por el fin del genocidio en Palestina.

Tenemos el orgullo de haber trabajado con él en la campaña de PararLaGuerra por el fin del genocidio en Palestina, y acaba de recibir un premio —uno más en una larga trayectoria— otorgado por la Asociación Europea de Periodistas, por “una trayectoria de periodismo ejemplar en los lugares más complejos, desempeñando una labor fundamental en la primera línea del oficio, conociendo lo que ocurre sobre el terreno, estudiando su contexto histórico y desentrañando de manera sencilla las claves para que la audiencia pueda entender los hechos”.

Desde sus primeros trabajos en Chile, en Nicaragua, en Centroamérica, y más recientemente en la guerra de Ucrania y, por supuesto, en Palestina, se ha ido convirtiendo en un referente del periodismo español.

.

Roberto Montoya

Creo que, para abordar este tema, no debemos quedarnos únicamente en la figura de un personaje patético, misógino, homófobo, racista y autoritario. Hay que desentrañar qué simboliza, cómo es posible que haya obtenido tal respaldo nacional y tanta influencia internacional. Trump no representa solo a sectores de la América profunda ni a trabajadores industriales golpeados por la globalización neoliberal. También lo apoyan millonarios, tecnócratas y élites oligárquicas de Silicon Valley.

Su fuerza radica en que simboliza al gran capital estadounidense que percibe el declive de la hegemonía de Estados Unidos frente al auge de China y los BRICS, y que no se resigna a ese retroceso. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos se concibió como la única superpotencia mundial. Pero tres décadas después, la realidad ha cambiado radicalmente: China pisa los talones en lo económico, comercial y tecnológico; controla tierras raras y sectores estratégicos; y los BRICS representan ya más del 50% de la población y del PIB mundial.

Frente a esa situación, Trump se presenta como un antisistema, crítico incluso con las élites de su propio partido, y logra canalizar el malestar interno y proyectarlo en la escena internacional con un estilo rupturista y agresivo. En el plano interno, trata de desmantelar el Estado y limitar contrapesos institucionales, reduciendo libertades civiles y derechos conquistados. En el plano externo, desafía al mundo entero bajo el lema “America First” y “Make America Great Again”, buscando regresar a la supuesta época dorada de Estados Unidos.

Lo hace mediante guerras arancelarias, chantajes políticos y una política exterior agresiva. Ha castigado incluso a sus socios más cercanos, como la Unión Europea, con medidas comerciales que aumentan los costes de exportación europeos mientras favorecen a las multinacionales estadounidenses. En política internacional, desprecia las resoluciones de organismos como la ONU o el Tribunal Penal Internacional, y apoya abiertamente al gobierno israelí en su ofensiva contra Palestina.

En definitiva, Trump combina un retroceso autoritario interno con una estrategia internacional de confrontación y supremacía militar. Su proyecto busca frenar, a cualquier precio, el declive estadounidense en el nuevo orden mundial.

.

Ben Ehrenreich

Antes de empezar, quiero pronunciar en voz alta el nombre de Aula Atadalid, un activista palestino de 35 años asesinado por un colono israelí el lunes pasado en su aldea. Conocí a Aula, y me siento obligado a mencionarlo cuando hablo en público.

Es imposible analizar a Estados Unidos sin tener en cuenta Palestina. Lo que sucede en Gaza ha cambiado profundamente el terreno internacional. Aquí no se trata solo de Trump: tanto demócratas como republicanos comparten una complicidad en este genocidio.

Lo que presenciamos desde octubre de 2023 no es ya una democracia liberal con contradicciones, sino el abandono total de los valores liberales sobre los que supuestamente se sostenía el orden internacional tras la Segunda Guerra Mundial. Ese orden liberal ha terminado. Estamos en otra época, y comprender esto es clave para entender el terreno en el que opera Trump.

Trump es incoherente, y esa incoherencia es una fuente de fuerza. Su base no es homogénea ni se reduce a la clase obrera blanca. Incluye millonarios, tecnócratas, evangélicos, neoliberales, nacionalistas blancos y libertarios del mundo tecnológico. En su administración convivieron medidas ultraliberales, como el despido masivo de empleados públicos y recortes drásticos en bienestar social, con un proteccionismo económico que rompió medio siglo de hegemonía comercial estadounidense.

Trump es un showman, un personaje salido de la lucha libre, pero tiene dos principios fundamentales: una lealtad absoluta al dinero y al poder de las élites, y un racismo profundo. Su desprecio hacia los ‘perdedores’ es absoluto.

En su segundo mandato se centró en dos ejes: el asalto al Estado administrativo, bajo el pretexto de combatir la diversidad y la inclusión, y una campaña de deportaciones masivas que ha sembrado el terror en comunidades enteras. Todo esto acompañado por el aumento desmesurado del presupuesto del Departamento de Seguridad Nacional, que hoy supera al de la mayoría de ejércitos del mundo.

En el plano internacional, destruyó mecanismos de comercio y ayuda que durante décadas habían sostenido la hegemonía estadounidense, al tiempo que aumentaba el gasto militar. Se comporta como si el fin del mundo ya hubiera llegado: no hay futuro, solo la urgencia de acumular riqueza y poder en el presente. Esta es su verdadera lógica: el fin del mundo ha llegado, hay que cogerlo todo y cogerlo enseguida.

.

Roane Carey

Para entender cómo llegamos a Trump, hay que analizar lo que el neoliberalismo hizo a Estados Unidos en los últimos 50 años.

El punto de partida fue el memorándum Powell de 1971. Lewis Powell, abogado corporativo, elaboró para la Cámara de Comercio un plan estratégico para frenar lo que llamaba ‘amenaza socialista’, que en realidad era el avance de la democracia y los derechos sociales. Su objetivo era debilitar al Estado, reducir impuestos y regulaciones, y moldear la conciencia pública a favor del sector privado.

Este programa se puso en marcha con inversiones millonarias en think tanks, universidades y medios. Fue consolidado con Reagan en los años 80, y los demócratas acabaron asumiendo esa agenda en los 90. El discurso nacional pasó a estar dominado por la idea de que los impuestos son malos, las regulaciones son malas y el sector privado es lo único valioso.

Un aspecto menos comentado es su impacto en los medios. A medida que la concentración empresarial avanzaba, se cerraron periódicos locales y se redujo la cobertura independiente. El público quedó cada vez más ignorante sobre lo que ocurría en sus ciudades, en Washington y en el mundo.

Otro cambio crucial fue la eliminación, en los años 80, de la doctrina de equidad de la Comisión Federal de Comunicaciones, que obligaba a ofrecer puntos de vista equilibrados en radio y televisión. Su desaparición dio lugar al auge de la radio de extrema derecha y, más tarde, a Fox News, que desde 1996 pasó a dominar el panorama mediático.

Durante décadas, la extrema derecha construyó una narrativa venenosa que preparó el terreno para Trump. Su política racista, su culto al dinero y su desprecio por las normas democráticas fueron posibles porque el neoliberalismo destruyó las bases sociales y culturales de la democracia estadounidense. La crisis financiera de 2008 terminó de dinamitar el mito del neoliberalismo como solución, y Trump llenó ese vacío con un proyecto autoritario y excluyente.

.

Fran Sevilla

Es evidente que el sistema político de Estados Unidos está roto. Trump lo ha demostrado al desbordar las instituciones, que se han mostrado incapaces de poner límites a un presidente que no cree en la democracia, sino en el poder y la riqueza.

Trump moldeó el Tribunal Supremo con mayoría conservadora (seis jueces frente a tres progresistas) y convirtió la judicatura en un instrumento de sus intereses. Es el primer presidente que regresó a la Casa Blanca tras ser declarado culpable en un juicio, y aun así logró consolidar apoyos políticos y económicos.

Su gestión económica puede resumirse como un ‘Robin Hood al revés’: quitar a los pobres para dar a los ricos. El sistema estadounidense, diseñado hace más de 250 años, refleja hoy una estructura profundamente antidemocrática. El Senado es un ejemplo: estados con menos de un millón de habitantes tienen el mismo peso que California, con casi 40 millones, lo que distorsiona gravemente la representación.

Este desequilibrio, sumado al control del Tribunal Supremo y al poder de los lobbies, convierte a Estados Unidos en una plutocracia más que en una democracia representativa. Los padres fundadores crearon un sistema pensado para evitar un rey; sin embargo, Trump ha conseguido situarse como una especie de César moderno, con poder concentrado y respaldo de las élites.

En política exterior, ha actuado con chantaje y autoritarismo: acuerdos comerciales impuestos en condiciones desiguales, ventas de armas a la OTAN y apoyo incondicional a Israel en su ofensiva contra Palestina. Su estilo mezcla oportunismo, supremacismo blanco y desprecio por las normas internacionales.

Trump no es un accidente. Es la consecuencia de un sistema agotado y de una sociedad polarizada, donde los contrapesos institucionales ya no funcionan. Su figura simboliza el tránsito de Estados Unidos hacia un modelo autoritario que amenaza no solo a su democracia interna, sino al orden internacional.

Deja una respuesta