Tras su triunfo en las elecciones italianas, muchos se han apresurado de definir a Georgia Meloni como representante de una especie de “nueva política de ultraderecha”, que ha irrumpido en la política italiana casi desde la nada, como un rayo en cielo sereno.
La realidad es otra muy distinta. Meloni forma parte desde hace más de 15 años del corazón del establishment político italiano. Y su trayectoria no se corresponde con la de una descontrolada y marginal nostálgica del fascismo.
Comenzó su carrera política en el Movimiento Social Italiano, partido creado por cuadros fascistas de la República de Saló, estado títere de la Alemania nazi en el norte de Italia. Su líder, Giorgio Almirante, que Meloni reconoce como su padre político, sintetizaba su postura ante el fascismo mussoliniano con un lema: «Non rinnegare, non restaurare” –“no renegar, no restaurar”-. Mantuvo siempre una postura pronorteamericana, respaldando el papel clave que Italia jugaba en la OTAN.
En 1995, con solo 18 años, se convierte en miembro de Alianza Nacional, partido ultra fundado por Gianfranco Fini. No será tampoco una formación filofascista marginal. Se fusionará con Forza Italia, y Fini será ministro de Exteriores en los gobiernos de Berlusconi. Nadie dirige la política exterior en un país tan importante como Italia si no cuenta con el plácet principalmente de EEUU.
Es en este marco en el que Meloni desarrolla una fulgurante carrera, estando presente casi desde el principio en los centros de la política italiana.
En 2006 se convertirá en la vicepresidenta adjunta más joven de la Cámara de Diputados de Italia. Y en 2008, en la ministra más joven de la república italiana, al ser nombrada por Berlusconi al frente de la cartera de Política Juvenil.
En diciembre de 2012 funda “Fratelli d´Italia” –“Hermanos de Italia”-, que tampoco será un partido marginal. En 2016, Meloni será candidata a la alcaldía de Roma. Y, tras la caída del gobierno de Conte en 2021, su partido será la única fuerza parlamentaria que no se integre en el gobierno de unidad nacional presidido por Mario Draghi.
Meloni no protagonizará una oposición “dura” al gobierno de Draghi. Entre ambos exista una fluida relación política. Y Draghi acaba de firmar el decreto que facilita a Italia la recepción de los 200.000 millones de fondos europeos, allanando el camino a Meloni.
La biografía política de Meloni es muy diferente a la de Salvini, el líder de la Liga, la otra formación de ultraderecha italiana. Meloni no ha mantenido ningún vínculo con Moscú, y se ha posicionado claramente a favor de la implicación de Italia tanto en la ayuda militar a Ucrania como en las sanciones contra Rusia.
Durante toda su trayectoria política, Meloni ha mantenido una posición abiertamente pronorteamericana y proOTAN. No se le conocen relaciones con Moscú, pero sí con la “Internacional ultra” que impulsó Steve Bannon -el ex asesor de Trump- en Europa.
La ideología de Meloni es ultraconservadora, especialmente ultracatólica, pero exhibe un acusado pragmatismo: ha declarado que no abolirá la ley del aborto ni la de uniones civiles entre personas del mismo sexo. Y durante los últimos meses, Meloni se ha encargado de reiterar su compromiso con la OTAN, ha emitido una declaración pública donde renegaba del fascismo, ha considerado “un error” su agresiva intervención en un mitin de Vox en la campaña de las andaluzas…
Meloni anuncia una política ultrareaccionaria ante la inmigración, en política social -pretende derogar el equivalente el ingreso mínimo vital italiano- o fiscal -propugnando bajadas de impuestos a los más ricos-. Pero también ha anticipado que mantendrá el alineamiento de Italia con la OTAN, y respetará el contrato firmado por Draghi que permite a Italia la recepción de los fondos europeos.
Meloni lleva casi dos décadas en el corazón de la clase política italiana, y frente a los “deslices” prorusos de Salvini o incluso Berlusconi, presenta un atalantismo sin fisuras. La biografía de la líder de Hermanos de Italia es más inquietante que la de una líder postfascista descontrolada y marginal.