Por primera vez el conjunto de la sociedad española es convocada a una huelga que señala a los responsables. Así, parece que queda menos lejos la partida de la balsa de piedra, el viaje que reorganice el universo porque «el primer orden establecido no había resultado».
“Visto desde la península, el universo se iba transformando poco a poco. Todos los días el sol nacía en un punto diferente del horizonte, y la luna, y a las estrellas, había que buscarlas por el cielo, no bastaba ya su movimiento propio, de traslación en torno del centro del sistema de la Vía Láctea, ahora estaba también este otro movimiento que hacía del espacio un delirio de luceros inestables, como si el universo se estuviera reorganizando de punta a punta, tal vez por encontrar que el primer orden establecido no había dado resultado” José Saramago, La balsa de piedra.
La rebelión ibérica imaginada por Saramago parece guiñarle un ojo a los últimos acontecimientos. Por primera vez España y Portugal acuden juntos a una huelga general. Desde que los lusos salieran a las calles al grito de ¡Que se joda la Troika!, y consiguieran echar atrás la rebaja salarial exigida por el FMI y Berlín, y presentada por el gobierno portugués, el vampiro ha visto hacerse público su reflejo.
También por primera vez, el conjunto de la sociedad española es convocada a una huelga que señala a los responsables. Así, parece que queda menos lejos la partida de la balsa de piedra, el viaje que reorganice el universo porque “el primer orden establecido no había resultado”.
Saramago fue, seguramente, el más ilustre iberista de los últimos tiempos. Un acérrimo defensor de lo que llamaba el “trans-iberismo” un camino que la península debía recorrer para encontrarse con Iberoamérica, “donde, a pesar de la cúpula magnífica de la lengua del imperio económico, se sigue hablando y escribiendo en portugués y en castellano”. Como antes Valera, Pérez Galdós, Pardo Bazán, Menéndez Pelayo, Alas Clarín, Valle Inclán, Giner de los Ríos, Oliveira Martins, De Quental, Eça de Queirós… pero también Unamuno, Ortega y Gasset, Baroja, Maeztu, Madariaga, Américo Castro, Pessoa, o Figueiredo, Saramago soñó con la unidad ibérica. ¿Cómo iba a resistirse a escribir unas líneas sobre tan políticamente poético 14 de Noviembre?
Y lo cierto es que el iberismo ha cobrado más fuerza tanto más se agudizaban los periodos de crisis. No es casualidad que a finales del siglo XIX, la realpolitik europea clasificara a España y Portugal como “dying nations” (naciones moribundas), tal y como hoy formamos ya parte del grupo de los GIPSI – Grecia, Italia, Portugal, Irlanda y España – (“gitanos” en inglés).
Pero lo cierto es que sea desde el punto de vista del iberismo, de la comunidad mediterránea, del mundo hispano, iberoamericano, o “gitano”, la unidad de los valientes ha de ser como la honda de David, zumbando mientras éste grita “Que se joda Goliat”.