Ante una audiencia -fuera y dentro del Capitolio- polarizada entre partidarios y detractores de su gestión presidencial, Donald Trump pronunció su primer discurso sobre el Estado de la Unión. En su exposición, el mandatario, representante del sector dominante de la burguesía monopolista norteamericana, desgranó los ejes de la Casa Blanca para dirigir la superpotencia el próximo año.
Congresistas y senadores. Sin embargo, en la lista de enemigos estratégicos para la hegemonía norteamericana, el dragón chino es, sin sombra de dudas, el número uno, y por eso el Pentágono traslada de forma acelerada el grueso de sus fuerzas a la vital región de Asia-Pacífico.
Trump indicó también lo que a su juicio es la garantía de mantener la supremacía norteamericana; el fortalecimiento del brazo militar. «La debilidad es el camino más seguro hacia el conflicto y el poder sin par es la forma más segura de defensa. A medida que reconstruimos la fuerza y la confianza en los EEUU fronteras adentro, también restablecemos nuestra fuerza y nuestra posición en el extranjero».
El republicano también puso en el centro de la diana a Irán, pidiendo a los representantes que le dieran luz verde para enterrar del todo el acuerdo nuclear con Teherán. A Corea del Norte, a la que dedicó amenazantes palabras, y a Cuba y Venezuela, sobre los que prometió seguir con el hostigamiento y las sanciones.
En cuanto a Oriente Medio, otro punto caliente de la política exterior de Trump, el presidente sacó pecho por haber «borrado al ISIS de la faz de la Tierra» y reafirmó sus intenciones de mantener abiertas las negras instalaciones de la base de Guantánamo en su “guerra contra el terror”. Sin embargo, obvió que buena parte de la derrota militar de los yihadistas se debe fundamentalmente al avance militar del eje Moscú-Damasco-Teherán, que ha ganado tanto terreno e influencia en la región como lo ha perdido Washington.
El alegato final ante el establishment de republicanos y demócratas sintetiza en buena parte el programa, orientación y alternativa que encarna Trump, como representante de un sector de la oligarquía financiera norteamericana. «Este es nuestro Nuevo Momento Americano. Nunca ha habido un momento mejor para comenzar a vivir el sueño americano. Hemos avanzado con una misión clara: devolverle la grandeza a los EEUU, para todos los estadounidenses».
El propagandístico y efectivo Make America Great Again esconde un objetivo mucho más pegado a la situación real y concreta de EEUU, el país más poderoso del mundo y única superpotencia, pero embarcada en un acelerado proceso de ocaso imperial. Todos los esfuerzos de la actual administración norteamericana, al igual que los del gobierno de Obama, van encaminados a tratar de detener, o al menos frenar, el agudo declive hegemonista.
Asunto bien distinto es que pueda conseguirlo. Porque una cosa son los proyectos de la superpotencia y otra cosa es que, aún con todo su inmenso poder económico, político y militar, Trump o cualquier otro presidente norteamericano pueda llevarlo a cabo con éxito, en un mundo donde la lucha de los pueblos y países del mundo avanza sin cesar, y la hegemonía estadounidense retrocede sin pausa.