“Si cuentas los votos legales, gano fácilmente. Si cuentas los ilegales, los que han llegado tarde, pueden intentar robarnos las elecciones”. Con estas palabras, Trump ha roto una de las vigas de la democracia norteamericana. Por primera vez, el presidente que organiza las elecciones denuncia, sin aportar prueba alguna, un fraude masivo.
La consigna ha sido “Dejen de contar”, intentando invalidar una parte de los votos por correo, favorables a los demócratas.
Lejos de reconocer su derrota, los abogados han presentado ya demandas judiciales en Michigan, Pensilvania, Nevada, Arizona y Georgia. Anunciando una batalla legal para cuestionar los resultados que puede llegar hasta el Tribunal Supremo.
¿Por qué Trump denuncia ahora un fraude electoral? ¿Es una maniobra desesperada de un “megalómano”, que no es capaz de aceptar una derrota?
No estamos ante una maniobra improvisada, sino ante un plan cuidadosamente preparado. Desde hace un año la Casa Blanca ha organizado un megaequipo de 8.500 abogados, preparados para pleitear si el resultado era ajustado. Se ha encargado su dirección a un “peso pesado” como Rudolph Giulliani, el alcalde republicano más votado de un territorio demócrata como Nueva York, y declarada en 2001 “Persona del año” por su respuesta a los atentados del 11-S.
Podemos acusar de muchas cosas a Trump, pero no de improvisar. Durante toda la campaña ha hablado de que se preparaba un fraude electoral contra él, y ha anunciado que recurriría a todas las instancias judiciales si el resultado no le favorecía.
Y detrás de esta maniobra hay, no motivos personales, sino hondas razones políticas. El “trumpismo” ha venido para quedarse. Y ha salido fortalecido de unos comicios donde ha aumentado su apoyo de masas. Trump llegó a la Casa Blanca con un proyecto a medio y largo plazo, para “embridar” una globalización que se volvía contra los intereses norteamericanos. Y poderosos sectores lo avalaron. Aunque ha realizado avances durante estos cuatro años, su plan esta “inconcluso” y, desde la Casa Blanca o desde otras instancias de poder, va a dar la batalla para hacer valer su influencia.
¿Hasta dónde va a llegar? ¿Se está dispuesto a triturar definitivamente la democracia norteamericana?
Los límites van a estar en las mismas élites que han aupado a Trump. Si en los comicios del año 2000 se ejecutó un auténtico fraude, arrebatando la victoria a Al Gore, es porque poderosos sectores de la burguesía norteamericana necesitaban colocar a toda costa a Bush jr en la Casa Blanca. Lo que sucedió tras el 11-S desveló sus razones.
Ahora esas mismas élites no parecen seguir a Trump a pies juntillas. El líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, le ha recordado a Trump que “no es lo mismo decir que has ganado las elecciones a ganarlas cuando ha acabado el escrutinio”. Y Marco Rubio, uno de los senadores republicanos más influyentes se ha posicionado contra Trump afirmando que “tardar varios días para contar los votos emitidos legalmente NO es fraude”. El Wall Street Journal, biblia del gran capital norteamericano, ha editorializado que “nadie debería reclamar una victoria prematura mientras se desarrollan los recuentos”. Y la Fox, cadena que siempre ha apoyado a Trump, afirma ahora que “ no hemos visto ninguna prueba que demuestre que haya habido fraude”.
Una cosa es dar una batalla legal, que va a “embarrar” el resultado electoral, y otra imponer un bloqueo que suma a la superpotencia en un enfrentamiento interno que paralice su acción exterior.