«Cuando el gato se va, los ratones bailan», dice un refrán. Apenas unas semanas después de la gira de Joe Biden por Europa, una visita que tuvo como hilo conductor la insistencia del presidente norteamericano en que sus aliados europeos pasaran a encuadrarse mucho más firmemente -en lo económico, comercial, político y militar- en la geopolítica de EEUU, abandonando sus lazos con China- las dos principales potencias europeas, Alemania y Francia, parecen rehusar los mandatos del emperador, buscando una «vía europea» al creciente hostigamiento de Washington contra Pekín
Mientras EEUU trata de fortalecer el frente antichino, las dos principales potencias europeas, Alemania y Francia, se empeñan en entenderse con Pekín. A primeros de julio, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente galo, Emmanuel Macron, se reunían por videoconferencia con el jefe de Estado chino, Xi Jinping, para «relanzar la cooperación tras meses de desencuentros».
En la videollamada se trataron varios asuntos. Uno de los principales, según la la agencia de noticias china Xinhua, es sobre lo que Xi describió como una “oportunidad para conectar Europa y Asia»: la iniciativa china conocida como «el Cinturón y la Ruta» o «la Nueva Ruta de la Seda», una red de infraestructuras por vía terrestre y marítima con la que Pekín quiere conectarse con el resto del mundo.
El presidente chino quiere incluir a África en la rama marítima de la Nueva Ruta de la Seda, y durante la reunión, Xi propuso la creación de una plataforma a cuatro bandas —China, Alemania, Francia y África— para desarrollar el continente africano, donde la pujanza china erosiona la influencia europea. Dando consejos que no sabemos si él mismo se aplica, Macron instó al líder chino a plantearse mayores condonaciones de la deuda a los países de esa región, mientras que Merkel indicó que Alemania consideraría seriamente la propuesta china.
Contrariando al emperador
A principios de junio, Biden cruzó el Atlántico para tratar de revigorizar el vínculo entre EEUU y sus aliados europeos, y sobre todo para insistirles en dos consignas. Una por todos conocida: «América is Back», «Estados Unidos ha vuelto. Listo para liderar el mundo, no para retirarse de él. Listo para confrontar a nuestros adversarios, no para rechazar a nuestros aliados». La otra consigna -entre líneas, pero alta y clara- recorrió toda la gira: «todos contra China».
En la cumbre del G7, en sus encuentros con los altos dignatarios de la Unión Europea, o en la asamblea de la OTAN, la agenda que Biden ha ido tratando con los europeos ha estado recorrida por el objetivo prioritario para Washington: la necesidad de aumentar la presión, el cerco y la contención de China, elevada ya al rango de “enemigo estratégico”.
El emperador Biden vino, vio… pero no convenció. Porque sólo tres semanas después, Merkel y Macron se reunían por videoconferencia con Xi Jinping.
Washington instaba a las potencias europeas a endurecer su postura ante Pekín, a encuadrarse mucho más firmemente en el frente anti-chino y a deshacerse de los importantes vínculos económicos y comerciales que -gracias por un lado al macroproyecto de la Nueva Ruta de la Seda, con terminales en la UE, y gracias por otra parte a cuatro años de políticas proteccionistas y guerras comerciales de Trump- se han trabado entre la Unión Europea y el gigante asiático. De hecho, en el G7 se acordó un ambicioso proyecto de inversiones donde EEUU, junto a sus aliados occidentales y Japón, destinarían grandes capitales para frenar la creciente influencia china en Asia, África y América Latina.
Pero al parecer el emperador vino, vio… pero no convenció. Porque sólo tres semanas después, los líderes de las dos principales potencias europeas, Ángela Merkel y Emmanuel Macron, se reunían por videoconferencia con Xi Jinping.
Meses de tensiones entre Bruselas y Pekín.
A muchos les ha sorprendido este movimiento de Berlín y París, que marca distancias con Washington. Durante la gira de Biden, ni en el G7 ni en la reunión de la OTAN, se escuchó a Merkel ni a Macron apartarse de las denuncias de EEUU contra China.
De hecho, en los últimos meses la diplomacia de la UE se había alineado con la administración Biden en sus críticas contra las violaciones de los derechos humanos en China, y había apoyado las tesis de Washington sobre «el aumento de la agresividad de Pekín en la región del Asia-Pacífico»
En junio, en la cumbre del G-7 en el Reino Unido, las potencias europeas se unieron a Washington al exhortar a China a admitir una investigación sobre los orígenes del coronavirus; exigieron a Pekín respeto de los derechos humanos y las libertades en Xinjiang y Hong-Kong; y se declararon “profundamente preocupadas” por “los intentos unilaterales de alterar el statu quo y aumentar las tensiones”. Unos días después, los líderes de la OTAN denunciaron que las “ambiciones declaradas de China y su comportamiento resuelto presentan desafíos sistémicos al orden internacional basado en las reglas y en áreas importantes para la seguridad de la Alianza”.
Antes, en marzo, Bruselas había impuesto sus primeras sanciones a China en varias décadas, en castigo por «las graves violaciones de los derechos humanos contra minoría uigur en Xinjiang». Bruselas puso en la lista negra a cuatro dirigentes y una entidad china, y las autoridades de Pekín, que ante lo que consideran una injerencia en los asuntos internos no dejan pasar ni una, tomaron represalias de mayor dureza, sancionando a diez dignatarios y cuatro empresas europeas. En mayo, y ante el enrarecimiento de las relaciones, el Parlamento europeo había congelado la ratificación de un importante acuerdo de inversiones entre la UE y China, logrado después de siete años de duras negociaciones.
Unos profundos lazos económicos y comerciales
Pero estas tensiones entre la UE y China, alimentadas desde el otro lado del Atlántico y por los hilos de intervención que Washington tiene en la política europea, se producen sobre un sustrato donde las relaciones económicas y comerciales entre la UE y Pekín ya son profundas y voluminosas.
Estas tupidas relaciones comerciales son la base de que haya importantes sectores de las burguesías monopolistas europeas que no quieran aceptar los mandatos norteamericanos de cortar los lazos con Pekín.
China es ya el segundo destino tanto de los productos agroalimentarios de la UE como de otras exportaciones. De entre los países de la UE, Alemania se sitúa a la cabeza del comercio con China, y desde hace varios años la canciller alemana realiza visitas regulares a Pekín.
En cuanto al sentido contrario, China es el principal inversor en exterior en la UE desde 2016, año en que superó a EEUU. Y aunque en los años posteriores se han puesto barreras a esta irrupción, sigue conservando el puesto. Según fuentes comunitarias, en el periodo 2000-2018, la inversión china en la UE ascendió a 181.000 millones de euros y era equiparable a la europea en china.
La inversión de la UE en China se centra en la producción, mientras que la de Pekín en el mercado europeo suele centrarse en capitales con alto valor añadido tecnológico o de gran interés estratégico, y suele ser a través de empresas estatales bajo la dirección del PCCh, algo que levanta enormes suspicacias tanto en Washington como en Bruselas. Un ejemplo es la adquisición por la estatal china Cosco Shipping, una de las mayores compañías navieras del mundo, del 51% de las acciones del Puerto del Pireo (Atenas), para convertirla en la terminal marítima de la Nueva Ruta de la Seda.
Renuencias europeas a enrolarse en el frente antichino
Estas tupidas y voluminosas relaciones comerciales son la base de que haya importantes sectores de las burguesías monopolistas europeas -especialmente en Alemania y Francia- que se muestren renuentes, cuando no contrarios, a aceptar los mandatos norteamericanos de cortar los lazos con Pekín. Como afirma el editorial del Global Times, diario oficioso del PCCh: «No existe un conflicto geopolítico fundamental entre China y la UE. La cooperación entre Pekín y Bruselas significa grandes beneficios estratégicos. No hay ninguna razón para que Europa socave dicha cooperación debido a su competencia con China (…). Existen diferencias ideológicas entre China y Europa, pero esto no va a dominar las relaciones. Las élites diplomáticas de la UE no son tan estúpidas (…). Con los cambios en la estructura de poder global, la dependencia de los países de la vieja Europa de la hegemonía estadounidense está disminuyendo (…). La base geopolítica que llevó a Europa a hacer grandes sacrificios en interés propio por la hegemonía estadounidense [se refiere a la Guerra Fría] ya no existe. EEUU pronto se dará cuenta de que será bastante difícil seguir atando a los europeos en su campaña contra China.»