«La cuestión no es si el ataque [israelí] sobre Irán se va a producir, sino cuándo, con qué intensidad y atacando a qué objetivos». Así de seguro y contundente se mostraba el exprimer ministro israelí Ehud Olmert a preguntas de la agencia norteamericana Associated Press.
El mundo aguanta la respiración ante un bombardeo contra Irán que puede significar la mecha definitiva, el punto de no retorno que haga estallar una gran conflagración internacional que implique no sólo a Tel Aviv contra Irán y sus ‘proxis’ (Líbano, Siria, Yemen) sino a EEUU y otras potencias de la región, como Arabia Saudí o Emiratos, desatando una caja de Pandora bélica de consecuencias devastadoras para la estabilidad y la Paz Mundial.
No es ningún secreto que la escalada militar que el Israel de Netanyahu está desatando sobre Gaza y Líbano, y limitadamente sobre Siria y Yemen, tiene un blanco principal: la República Islámica de Irán, verdadera némesis no sólo de Tel Aviv, sino del poder norteamericano en Oriente Medio.
Agresión tras agresión y provocación tras provocación por parte de Israel -el bombardeo del consulado iraní en Damasco, el 1 de abril, que mató a dos altos cargos de la Guardia Revolucionaria iraní- fue respondida por Teherán con el envío de más de 300 drones y misiles hacia Israel. Pero la represalia fue calculada con precisión de ajedrecista, filtrándola Irán hacia Turquía y Jordania -que se la comunicaron con suficiente antelación a Israel y EEUU- así como las trayectorias de los proyectiles, que fueron interceptados casi en su totalidad.
Ahí se pudo quedar el intercambio de hostilidades, pero los halcones de Tel Aviv y de Washington querían más, y no han parado hasta lograrlo. La ola de atentados con buscas y walkies, y los ataques aéreos sobre Líbano, junto con la eliminación -con bombas de una tonelada- del líder de Hezbolá, Hasán Nasralá, próximo a Irán, son una línea roja que el régimen de los ayatolás. El pasado 1 de octubre, al mismo tiempo que daba comienzo la invasión terrestre de Líbano Irán lanzaba su mayor ataque contra Israel con unos 180 misiles, algunos de los cuales no lograron ser interceptados por el sofisticado sistema de defensa israelí, que incluso contó con la asistencia de EEUU, aunque causaron un daño limitado.
Netanyahu ya tenía la pelota donde quería, y la “justificación” para una represalia aún mas devastadora. “Irán cometió un gran error esta noche y pagará por ello”, dijo tras el ataque.
Calculando el coste de la represalia
Los preparativos para el ataque a Irán ya parecen haberse ultimado, tras varias entrevistas con altos funcionarios norteamericanos, y solo falta que Netanyahu decida el día y la hora
Las opciones de Israel van desde ataques simbólicos contra objetivos militares hasta una campaña devastadora contra la vital industria petrolera de Irán. Lo que se ha filtrado a la prensa es que Biden ha exigido al gobierno israelí que la ofensiva sea limitada -que no ataque las instalaciones nucleares y petrolíferas de Irán- para que no desencadene un incendio demasiado desestabilizador para EEUU.
Israel tiene una amplia gama de opciones para atacar: Desde edificios del gobierno iraní y bases militares, hasta las plantas petroleras -vitales para la maltrecha economía iraní- y las instalaciones nucleares fuertemente resguardadas, las cuales están ocultas bajo suelo o en el interior de las montañas.
Atacar Irán es para Israel todo un desafío militar y logísticos. Sus aviones de combate tendrían que desplazarse más de 1.500 kilómetros, atravesando varios países -Jordania, Irak, Arabia Saudí- algunos de los cuales son amigos, y otros hostiles.
Pero incluso despreciando estos aspectos -que los militares israelíes dicen tener controlados- atacar la yugular petrolífera y nuclear de Irán implica consecuencias diplomáticas y geopolíticas imposibles de obviar para Washington.
Primero, un ataque contra el sector petrolero, la columna vertebral de la economía iraní, o contra su programa nuclear, prácticamente garantizaría una respuesta iraní a la máxima potencia, elevando el riesgo de una escalada súbita, brusca y caótica. “Se elevaría el riesgo de que pase algo que nadie haya previsto y que nadie pueda controlar”, ha dicho el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken.
Segundo, «este tipo de ataques podrían estremecer los mercados petroleros a nivel global y sacudir a la economía de EEUU en la víspera de una elección presidencial. También conllevan el riesgo de una represalia iraní, no sólo contra Israel, sino contra soldados estadounidenses apostados en la región o contra países cercanos que sean aliados de Occidente», dice Josef Federman en Los Angeles Times.
Hay quien asegura que Irán, además de responder con todo su arsenal, atacaría las refinerías de Arabia Saudí y los Emiratos. El precio del petróleo se dispararía, impactando inevitablemente en toda la economía mundial, y por supuesto en la norteamericana. Y la reputación internacional de los incendiarios -Israel y EEUU- podría verse aún más comprometida.
Por eso, la mayoría de los expertos auguran un ataque contundente, pero de consecuencias más controlables, combinando una ofensiva tanto cibernética como convencional, sería contra objetivos militares y del régimen, es decir, políticos, administrativos y económicos.
El mismo Olmert apostó en AP por un ataque contra varios objetivos militares, dispersos en el extenso territorio de Irán. «Sería más que suficiente para enviar un mensaje. El objetivo es demostrar que Israel puede atacar en cualquier momento y en cualquier lugar, dijo.
Los pirómanos de Washington y de Tel Aviv sacan su tiralíneas y tratan de diseñar las consecuencias de sus incendiarias ofensivas. Pero mientras tanto, las bombas siguen cayendo sobre Gaza y Líbano, y miles de inocentes siguen muriendo cada semana bajo el fuego y los escombros.