No es posible entender nada de lo que está ocurriendo en el Norte de África y el mundo árabe sin partir de que Oriente Medio ha sido y es una región clave para la política de supremacía global de Washington. Además de ser un punto de intersección donde convergen Europa, Asia y África y constituir la tercera periferia vital de Eurasia, su subsuelo alberga más del 60% de las reservas mundiales probadas de petróleo.
A comienzos del siglo XX, en leno apogeo y expansión de las potencias imperialistas surgidas del fulgurante desarrollo capitalista del siglo XIX, la geopolítica del momento estableció como axioma indiscutible que el dominio sobre el “área pivote” euroasiática (que incluía toda Siberia y gran parte de Asia Central), ampliada más tarde al heartland (zona central) europeo centro-oriental, era el trampolín vital para la obtención de la supremacía sobre el gigantesco continente euroasiático, base de la dominación mundial. El geógrafo inglés Harold Mackinder popularizó su concepto del heartland a través de una célebre máxima: “Quien gobierne Europa Central dominará el heartland; quien gobierne el heartland dominará la isla mundial [Eurasia]; quien gobierne la isla mundial dominará el mundo.” Sin embargo, con el fin de la Segunda Guerra Mundial y la aparición de las dos superpotencias, EEUU y la URSS, la geopolítica y la geoestrategia mundial fueron redefinidas. Aunque el dominio del continente eurasiático seguía siendo el centro de la política de dominación mundial, al estar situada una de ellas, EEUU, fuera de Eurasia, las periferias del megacontinente pasaron a desempeñar un papel vital en la política de las superpotencias. Tal y como lo formula Bzreziski en “El Gran Tablero Mundial”: “Para los Estados Unidos, Eurasia es la principal recompensa geopolítica. Durante medio milenio, los asuntos mundiales estuvieron dominados por las potencias y pueblos euroasiáticos que luchaban entre sí por el dominio regional y que aspiraban al poder global. En la actualidad, una potencia no euroasiática ostenta la preeminencia en Eurasia y la primacía global de los Estados Unidos depende directamente de cuánto tiempo y cuán efectivamente puedan mantener su preponderancia en el continente euroasiático. Los Estados Unidos, una potencia no euroasiática, disfrutan actualmente de la primacía internacional y su poder se despliega directamente sobre tres de las periferias del continente euroasiático, a partir de las cuales ejerce una poderosa influencia sobre los Estados que ocupan el hinterland euroasiático” Periferias vitales Así lo comprendieron rápidamente los estrategas norteamericanos aún antes de que concluyera la segunda gran guerra. A través de la OTAN y el Plan Marsahall aseguraron su dominio político y militar sobre una de sus periferias: Europa Occidental. Convirtiendo a Japón en poco más que un protectorado suyo (y posteriormente dividiendo la península coreana y ocupando militarmente la mitad sur) se anclaron como “inquilino estratégico” de una segunda periferia: Asia Oriental. Pero mucho antes todavía, EEUU había diseñado una política específica para expulsar a franceses y británicos de la tercera periferia vital: Oriente Medio. Ya en 1943, Roosevelt, en la Conferencia de Teherán, desestimó los planes de Churchill de abrir un segundo frente contra Hitler en Europa avanzando desde el Mediterráneo, plan que buscaba garantizar los intereses británicos en Oriente Medio y la India. Al decidir que el segundo gran frente se abriría desde el Atlántico (el desembarco de Normandía), Roosevelt manifestaba su decidido propósito de liquidar el Imperio Británico y hacerse con el control de sus posesiones en Oriente Medio. En los años 30 del siglo XX, la producción petrolífera de Arabia Saudita era tan escasa que el transporte para su embarque se hacía a lomos de caravanas de camellos. Sin embargo, las necesidades de la guerra hicieron que ARAMCO (Arabian American Oil Company), una filial de la Standard Oil de Rockefeller, intensificara la exploración y explotación del petróleo saudí. Hasta el punto que al acabar la guerra, Arabia Saudita exportaba ya 300.000 barriles de petróleo diarios que viajaban directamente a EEUU para sostener la maquinaria de guerra. Al finalizar la guerra, Ibn Saud fue el único líder árabe que se reunió con Roosevelt en Egipto. De la cita surgió un pacto estratégico de largo alcance que, en lo fundamental, ha seguido vigente hasta hoy. Arabia Saudí proporcionaría a EEUU todo el petróleo que necesitara, y a cambio, Washington se comprometía explícitamente a sostener la base de poder de la Casa Saud. La guerra había puesto de manifiesto –“los aliados marcharon hacia la victoria navegando en una ola de petróleo” (lord Curzon)– la importancia vital de controlar los recursos petrolíferos del planeta. Fruto de esta alianza, Arabia Saudita fue el único país árabe que no envió tropas a la primera guerra árabe-israelí de 1948. En 1955, la producción de petróleo de Arabia Saudita había sobrepasado ya a la de Irak. Aproximadamente por esas mismas fechas, para frenar la expansión del nacionalismo pan-árabe de Nasser, la Casa de Saud y la CIA impulsaron conjuntamente la creación en Arabia de grupos políticos musulmanes de orientación wahabita (una rama profundamente conservadora y reaccionaria del Islam) como medio de contrarrestar la influencia antiimperialista de la doctrina de Nasser. Incluso después de la crisis de 1973 y el embargo de petróleo a EEUU, el rey Faisal declaraba en 1975 a la revista Time: “Las relaciones con Estados Unidos son un pilar de la política saudí”. Desde el centro hacia los flancos Firmemente instalado en el corazón de Oriente Medio, Washington se lanzó a blindar sus flancos. Primero el occidental con la integración de Turquía en la OTAN, pasando a controlar férreamente a un ejército que se convertiría durante décadas en el auténtico árbitro político del país. Mas tarde el oriental, cuando en 1950 Muhmmad Hedayat, más conocido como Mossadegh, arrebata a la Anglo Iranian Oil Company el petróleo iraní y procede a nacionalizarlo. Organizado por la CIA, un golpe de Estado lo derriba y entroniza nuevamente al Sha, convirtiendo a Irán, hasta la revolución de Jomeini en 1979, en el gendarme militar musulmán de EEUU en la zona. Para completar el dominio sobre el conjunto de la región, sin embargo, EEUU tuvo que esperar hasta finales de los 60 para resolver el principal asunto pendiente. Cómo acabar con la expansión de la línea antihegemonista de Nasser que desde Egipto se había ido difundiendo hacia Libia, Yemen, Siria e Irak. La solución vino de la mano de la dupla Nixon-Kisinguer, con el más que probable envenenamiento de Naser por su sucesor, Anwar el Sadat que rápidamente pasó a alinearse con Washington y firmar los acuerdos de paz con Israel. Política profundizada por Hosni Mubarak, quien a su vez había sucedido a Sadat tras su asesinato en un atentado, motivado seguramente por no resultar suficientemente permeable a los dictados de Washington. Inmediatamente, Mubarak convirtió a Egipto, hasta hoy, en poco más que un portavoz de los intereses y los mandatos de Washington para la región. La sucesión de pactos estratégicos, golpes de Estado, asesinatos de líderes, reconducciones políticas,… unido a la omnipresencia militar de EEUU y su gendarme en la región, Israel, han hecho de Oriente Medio algo así como un “coto exclusivo” de EEUU en los últimos 60 años. Geopolítica y petróleo Dominar Oriente Medio no sólo es controlar el 63% de las reservas de petróleo del mundo, lo que ya de por sí es un factor de primer orden para cualquier política de dominio mundial. En primer lugar porque te asegura a ti su suministro, pero en segundo lugar, lo que es todavía más importante, porque te permite controlar el flujo vital del que dependen imperiosamente tus rivales. Pero además, disponer del control del Oriente Medio es también poseer el control de algunas de las rutas marítimas mas importantes del mundo. Rutas de las que no solo depende el comercio mundial, sino que, en caso de conflicto bélico, te aseguran el imprescindible dominio oceánico para desplegar tropas, armamentos y mercancías. En torno al Oriente Medio se aglutinan dos de los enclaves marítimos mas importantes del mundo, dado que pueden ser utilizados tanto como puntos de estrangulamiento o como ejes de un sistema de control global. El estrecho de Adén y el Canal de Suez, vía de paso para el tránsito marítimo entre el Mediterráneo y el Índico, es decir, entre Europa y Asia. Y el Golfo Pérsico y el Estrecho de Ormuz, vía por la que pasa la mayor parte del crudo que se extrae en el mundo. A través del control sobre Egipto y sobre Yemen, Washington controla el primero. Lo que explica la enorme atención prestada a la revuelta egipcia y el sumo cuidado con que Washington ha dirigido al ejército egipcio a que pilotara una transición no traumática hacia un nuevo régimen, más abierto y estable, pero igualmente alineado con EEUU. De la misma forma que permite entender por qué en Yemen, a diferencia de Libia, Obama transige con las masacres llevadas por el gobierno de Saleh –un importante aliado en la lucha contra Al Qaeda– contra los manifestantes. En el otro extremo de la península arábiga, el control de la mitad sur del Golfo Pérsico (la otra mitad pertenece a Irán) resulta esencial para el dominio de una ruta por donde circula el 40% del petróleo del mundo. Y, más significativo todavía, la mayor parte del petróleo y el gas que consume China. Lo cual, a su vez, permite también entender la condescendencia de Washington ante la represión de las revueltas democráticas en Omán o ante el envío de tropas de Arabia Saudí a Bahrein –la isla-Estado enclavada en el Golfo Pérsico, sede de la VIª Flota de la US Navy– para reprimir a los manifestantes chiítas. Petróleo y geopolítica se combinan así en Oriente Medio de una forma tan inextricable, que para EEUU el mantenimiento de su control exclusivo resulta una condición sinequanon para el mantenimiento de su estatus como única superpotencia mundial. Y mucho más en un período en el que mientras las potencias emergentes se apropian de una parte cada vez mayor de la riqueza global, EEUU y su campo ven disminuir a pasos agigantados la “porción de la tarta” global que pueden repartirse. Históricamente, el Tercer Mundo ha sido utilizado como una importante fuente de ingresos y bienestar para las grandes potencias imperialistas. El ascenso de los países emergentes no sólo ha disminuido considerablemente la estatura de las potencias occidentales, sino que además ha permitido fortalecer la posición de muchos países del Tercer Mundo con respecto a ellas. De las tres periferias vitales, una –Europa Occidental– pierde peso, poder e influencia a marchas forzadas. Y otra, el Lejano Oriente, se enfrenta a la emergencia de un rival, China, que no tardará en atraer a su órbita de influencia a todo lo que se mueve a su alrededor. En estas condiciones, asegurar su dominio exclusivo de Oriente Medio por otros 50 años resulta un imperativo estratégico para EEUU. Arriesgarse a perder su control sobre esta periferia, sería una estocada mortal a su condición de superpotencia hegemonista. Y esta es la razón de fondo de las convulsiones geopolíticas que sacuden el mundo árabe desde principios de año.