Con el 99,8% de las actas procesadas, y tras un largo y ajustado recuento, el veredicto de las urnas peruanas es ya inapelable. El «profe» Pedro Castillo, candidato de la izquierda de Perú Libre, se alza como ganador con el 50,2%, y con algo más de 70.000 votos de ventaja sobre su oponente, la ultraderechista Keiko Fujimori. Esta victoria electoral, que se produce en un contexto de fuertes movimientos populares en toda América Latina, y de dificultades para Washington y sus gobiernos aliados, tiene una enorme significación. Por primera vez en más de medio siglo, un gobierno de signo antiimperialista dirigirá los destinos de la nación inca.
Con un enorme contraste, en esta segunda vuelta se dirimían dos caminos antagónicos para el país. Por un lado, el rumbo que propone la izquierda antiimperialista de Perú Libre, un partido de orientación marxista no muy lejano de los postulados del MAS en Bolivia, del PT carioca o del Morena mexicano. Por otro lado, la ultraderecha fujimorista encabezada por la propia hija del dictador Alberto Fujimori, Keiko, defensora -como Bolsonaro en Brasil o Duque en Colombia- de la «mano dura» contra el movimiento popular, y de la total entrega del país al capital extranjero y a los dictados de Washington.
Tras el espectacular sorpasso en el último decil del recuento, y con el 99,795% de las actas procesadas, ya no hay vuelta atrás. Pedro Castillo gana las elecciones con más de 8.735.000 votos (50,21%), más de 71.000 votos por encima de Keiko Fujimori, con más de 8.663.000 (49,79%)
Las primeras noticias daban una considerable ventaja a Keiko Fujimori, la candidata de la extrema derecha neoliberal favorita de las élites oligárquicas y de Washington. Las urnas de las grandes ciudades, las primeras en recontarse, daban a su formación una ventaja de 600.000 votos.
Pero entonces fueron llegando los votos del Perú recóndito, campesino, empobrecido, indígena. Como en el caso de las recientes elecciones bolivianas, muy escorado a la izquierda. Entonces las tornas se fueron volviendo cada vez más favorables para el candidato de Perú Libre, Pedro Castillo, apodado «el profe». Castillo, maestro rural y dirigente de un sindicato de profesores, fue el más votado en la primera vuelta, ha ido por delante en todas las encuestas, y además ha sumado los votos de la otra opción de izquierdas, Juntos por el Perú, liderados por Verónika Mendoza.
Conforme iban llegando más y más actas del Perú rural, el «profe» ampliaba más y más su ventaja. Entonces algunos dijeron que el voto del extranjero -más favorable a Fujimori- podría volver a cambiar las tornas, especialmente de colonias de migrantes como EEUU (310.000 peruanos, 80% de los votos favorables a la derecha) o de España (150.000, con un 60%), pero aunque la llegada de las actas del exterior disminuyó algo la ventaja de Castillo, nunca bajó de los 60.000 votos.
Tras el espectacular sorpasso en el último decil del recuento, y con el 99,795% de las actas procesadas, ya no hay vuelta atrás. Pedro Castillo gana las elecciones
La Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) llamó a la calma a los candidatos, advirtiendo que el escrutinio completo podría tardar días, como así ha sido. Pero la candidata ultraderechista hizo oídos sordos, y siguiendo el ejemplo de Donald Trump, lanzó -sin prueba ninguna- la acusación de «fraude electoral sistemático», agitando un país ya de por sí crispado y polarizado. Unas acusaciones a las que -a diferencia de lo que ocurrió en Bolivia- no se ha sumado la misión de la OEA, cuyo jefe felicitó la tarde del lunes a Perú por la realización pacífica y democrática de la jornada del domingo.
Una campaña extremadamente polarizada
Estas elecciones peruanas se han librado en un momento especialmente decisivo en el continente hispano, donde todos los países de la espina dorsal andina -desde Chile a Colombia, pasando por Bolivia o Ecuador- viven o han vivido intensos episodios de luchas de clases, entre las fuerzas que representan al hegemonismo norteamericano y los sectores más reaccionarios de las oligarquías nacionales, y entre partidos y organizaciones que buscan aplicar políticas redistributivas y ganar soberanía nacional respecto a Washington.
De los fragmentados resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Perú -celebradas en medio de lo peor de la pandemia, y tras meses de gran agitación social contra el corrupto régimen de partidos tradicionales- emergió como candidato más votado Pedro Castillo, maestro rural, dirigente de un sindicato de profesores, y líder de Perú Libre. Un partido que se define a sí mismo como «marxista-leninista-mariateguista» y como una izquierda socialista, internacionalista, latinoamericana y antiimperialista.
Los propios líderes de Perú Libre rechazan que su proyecto sea «comunista» -aunque «tenemos arraigo en las ideas marxistas»- y comparan su programa de gobierno con el que representa Morena -el partido de López Obrador- en México o con el MAS de Bolivia, donde se instaure, mediante políticas redistributivas de la riqueza, «una economía que gire alrededor de los intereses del pueblo», en contraste al modelo económico neoliberal que impuso la Constitución de 1993 de Fujimori.
En el plano social, las ideas de Perú Libre son bastante más conservadoras, y Pedro Castillo se ha manifestado en contra de los enfoques de igualdad de género en la educación, de la legalización del aborto o de los matrimonios homosexuales.
Sin embargo, el acuerdo de gobierno con Verónika Mendoza, de Juntos por el Perú -una formación que además de apostar por la soberanía frente a Washington y el FMI, se muestra mucho más favorable con las exigencias feministas o LGTBI- ha introducido un cierto respeto a estas demandas. Ambos líderes de la izquierda se han comprometido a trabajar juntos para “cerrarles el paso a las fuerzas autoritarias” y para promover un referéndum para una Asamblea Constituyente que dé paso a una nueva Carta Magna que entierre la de 1993.
Perú Libre es un partido que se define a sí mismo como «marxista-leninista-mariateguista» y como una izquierda socialista, internacionalista, latinoamericana y antiimperialista.
En el otro lado, la derecha peruana y los medios de comunicación oligárquicos han decidido arropar a Keiko como un «mal menor» para evitar el triunfo de la izquierda. Entre las figuras que apoyan a la candidata de la extrema derecha está el premio Nobel Mario Vargas Llosa, que ha pedido el voto para ella para salvar a Perú de “caer en manos del totalitarismo”. Curiosa prevención viniendo de alguien que pide el voto para una candidata que reclama orgullosa la herencia de su padre, Alberto Fujimori, un dictador de facto al servicio de Washington que en la década de los noventa manejó el país con mano de hierro en la década de los 90, y que acabó condenado tanto por delitos de corrupción como por las graves violaciones contra los derechos humanos.
Además de un autogolpe de Estado para reforzar su poder, Alberto Fujimori promovió todo tipo de crímenes de Estado, con miles de muertes y desaparecidos extrajudiciales, y ordenó la esterilización forzosa de 200.000 mujeres indígenas. Pero a pesar de estos hechos probados, o de que en los mítines de Keiko son habituales los llamados a dar muerte a los izquierdistas, Vargas Llosa insiste que es Castillo el que «puede acabar con la libertad en el país”.
La ultraderecha ha persistido desde el principio en querer vincular la figura de Pedro Castillo, un maestro rural y dirigente de un sindicato de profesores, con Sendero Luminoso, una organización terrorista autodenominada «maoísta» responsable de cientos de atentados y de más de 30.000 muertes desde los ochenta al año 2.000. Una acusación tan calumniosa como absurda, porque Castillo fue en su juventud «rondero», es decir, miembro de las rondas campesinas de autodefensa contra Sendero.
Ahora ese “profe”, ese humilde maestro rural, es el nuevo presidente de Perú.