“Hay tres alternativas para mí: la cárcel, la muerte o la victoria. Díganles a esos bastardos que nunca seré apresado”, ha llegado a decir, delante de decenas de miles de partidarios Jair Bolsonaro. Siguiendo la senda de Trump, el ultraderechista lleva meses poniendo en duda la seguridad de las urnas electrónicas en Brasil -las mismas que le dieron la victoria en 2018, y varios triunfos más en varias elecciones regionales- afirmando, sin presentar prueba alguna, que son vulnerables al fraude y que los partidarios de Lula da Silva van a amañar los comicios. Como ocurrió antes de la toma del Capitolio, Bolsonaro no ha dejado de repetir que la única manera que tiene de perder es si le roban las elecciones.
Estos demagógicos y tóxicos climas de opinión han calado entre el electorado bolsonarista. Según el New York Times, un 75% de sus partidarios (y esa proporción equivale a más de 30 millones de brasileños) dijeron que tenían “poco” o ninguna confianza en los sistemas de votación. “Lo único que puede quitarle la victoria a Bolsonaro es el fraude”, dijo uno de ellos al Times en Sao Paulo. “Si quieres la paz, a veces tienes que prepararte para la guerra”.
Si sólo fueran palabras, no pasaría nada. Pero el hecho es que los bolsonaristas más radicalizados ya han pasado a los hechos… y a la sangre. La campaña electoral ha estado salpicada de ataques violentos, de intimidaciones fascistas, y hasta de varios crímenes y asesinatos por parte de los seguidores del actual presidente. El más notorio, el asesinato -en su propio cumpleaños- del tesorero del PT a manos de un ultra.
Pero los tentáculos del bolsonarismo no sólo están entre los ciudadanos de a pié, sino entre la policía, la policía militar y el Ejército, de donde él mismo procede. En sus cuatro años de mandato, Bolsonaro ha colocado a miles de militares «de su cuerda» a dirigir distintas ramas de la admnistración. Y eso son muchos estómagos agradecidos, y muchas cartucheras.
Por eso ha causado inquietud en Brasil que, ante las acusaciones infundadas de fraude electoral y de que las urnas electrónicas no estén conectadas a internet y sean a prueba de hackers, algunos estamentos militares hayan comenzado a cuestionar el sistema electoral. Finalmente, el Ejército realizará una verificación en varios colegios electorales clave, y junto a los los funcionarios electorales acordaron un cambio en la forma en que prueban las máquinas.
Pero el presidente sigue insistiendo-sin pruebas- que los empleados y contratistas del gobierno tienen el “poder absoluto de manipular los resultados de las elecciones sin dejar rastro”, algo que el Tribunal Electoral ha tildado de «falso y deshonesto» y como «un claro intento de obstaculizar y perturbar” las elecciones.
¿Imitará el «Trump tropical» el guion que el republicano siguió antes del asalto al Capitolio? Esperemos que no, pero justamente porque está en retroceso, porque puede perder el gobierno, y porque sus crímenes en la gestión de la pandemia pueden llevarlo a la cárcel, Bolsonaro es peligroso.