El régimen norcoreano sigue con su estrategia intimidatoria hacia Seúl. Después de haber roto las relaciones con Corea del Sur, Pyongyang ha advertido que la crisis de las relaciones con el vecino del Sur ha empujado a la península «al borde de una guerra», y que el Norte no se desarmará mientras que Estados Unidos no retire las «amenazas nucleares» contra el país presentes en Corea del Sur.
No ocos analistas han identificado el objetivo del incremento de la tensión en la península coreana. Si bien la dura postura del gobierno surcoreano de Lee Myung-bak ha contribuido no poco a elevar la temperatura en los últimos meses, el órdago lanzado por el Norte busca socavar al hostil gobierno de Seúl y probar la fortaleza de la nueva administración Obama, así como reclamar su atención. De entrada, la agresiva maniobra de Pyonyang ha logrado alguno de sus objetivos. La Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, dedicará su primera visita al exterior al Extremo Oriente de Eurasia. No solamente visitará Corea del Sur y Japón, actores importantes pero secundarios en esta representación, sino al actor principal: China. A pesar de la agresividad de las declaraciones norcoreanas, los expertos le conceden un crédito limitado, a posar de que al igual que en el 2002, podrían derivar en alguna escaramuza naval en el Mar Amarillo. "La escalada en las amenazas de Corea del Norte no indican que sean inminentes mayores hostilidades", dijo Bruce Klingner, experto en política coreana en el Heritage Foundation en Washington. Eso no implica en absoluto, que el asunto no merezca la atención de Washington. La “diplomacia inteligente” de Clinton tendrá que ganarse el nombre hilando muy fino: al mismo tiempo que templa gaitas con el díscolo Kim Jong Il y desactiva el foco de tensión, tendrá que hacerlo en el límite que ello no empuje hacia una dinámica que cuestione la presencia norteamericana en Corea del Sur. La península de Corea -donde EEUU mantiene a 28.000 soldados norteamericanos desplegados en el paralelo 38, la frontera más militarizada del mundo- es, según destacados think tanks de la superpotencia, el último lugar del mundo de donde EEUU puede retirarse. Significaría perder una plaza fuerte fundamental en la que ya se ha convertido –por encima de Oriente Medio- en la zona más estratégica del globo, donde chocan los dos poderes más potentes del planeta: un Washington en declive pero que aún es sin parangón la única superpotencia, y una China que a pesar de la crisis continúa un ascenso hoy por hoy imparable.