La multitudinaria protesta contra el gobierno del presidente serbio Aleksandar Vucic acabó de forma abrupta cuando un insoportable sonido -que no pocos atribuyen al uso de armas sónicas, cuyo uso es ilegal- obligó a los miles de manifestantes a dispersarse.
Sin embargo, el clima político en esta república de la ex-Yugoslavia ha cambiado. Por más que Vucic esté llevando a cabo una dura represión, un enorme movimiento popular de repulsa ya ha echado a andar.
En Belgrado no se recordaba una movilización de este tamaño. Centenares de miles de serbios, especialmente muchos jóvenes y estudiantes, acudieron a la masiva movilización contra el gobierno. Una protesta que culminaba cuatro meses de marchas contra la corrupción gubernamental que han supuesto el mayor desafío al control del poder por parte de Vucic tras 13 años en el cargo.
Todo comenzó hace pocos meses, el 1 de noviembre, tras el derrumbe de una marquesina de hormigón en una estación de tren y la muerte de 15 personas en el norte de Serbia. Muchos serbios culparon del accidente a la corrupción desenfrenada del Gobierno, la negligencia y el incumplimiento de las normas de seguridad en la construcción.
Allí comenzó, especialmente entre los estudiantes, un movimiento que canaliza el hartazgo contra Aleksandar Vucic, un dirigente populista y autoritario, que aunque es partidario de la entrada de Serbia en la UE siempre se ha mantenido cercano a Putin y al Kremlin.
El carácter autocrático, reaccionario y represivo de Vucic está fuera de toda duda. Además de ordenar violentas cargas a los antidisturbios y del probable uso de armas sónicas para dispersar a los manifestantes, y además del uso de la policía secreta para detener a los opositores, el poder gubernamental está rodeado de camisas pardas que hacen el trabajo sucio, como la temida unidad paramilitar implicada en el asesinato en 2003 del primer primer ministro serbio, Zoran Djindjic, así como hinchas de fútbol conocidos por provocar violencia.
Por su parte, Vucic ha afirmado que las multitudinarias protestas contra él forman parte de una «revolución de colores» y que Occidente está detrás de la oposición y los estudiantes.
Sea como sea, Serbia, el corazón de la ex-Yugoslavia, vuelve a estar convulsa en un momento donde las tensiones internacionales no dejan de crecer. El avispero de los Balcanes se agita de nuevo, inquieto.