Agresión tras agresión, traspasando una línea roja tras otra, la superpotencia norteamericana y su gendarme israelí van subiendo los peldaños de una escalada belicista que coloca a esta región del planeta, ya de por sí altamente inflamable, al borde de una gran conflagración internacional cuyas consecuencias sobre la estabilidad y la paz mundiales pueden ser devastadoras.
Cuando se cumple un año del inicio del cruento genocidio sobre Gaza, donde el Estado de Israel -siempre gracias a las armas, municiones y a los más de 18.000 millones de ayuda militar recibidos desde EEUU, y gracias al blindaje de impunidad que le confiere la protección política y diplomática de Washington- ha masacrado a más de 50.000 palestinos, y cuando se cumple un mes desde el inicio de la invasión de Líbano y el comienzo de los bombardeos sobre sus ciudades, la guerra amenaza con propagarse por todo Oriente Medio.
Además de atacar con furia Gaza y Líbano, Israel está pisando el acelerador en su opresión sobre Cisjordania, lanza crecientes ataques contra Damasco, la capital siria, así como contra Yemen.
Ya se ha producido el esperado y temido ataque de Israel contra Irán, aunque en esta ocasión, debido a las severas advertencias de una administración Biden -que no quería que un incendio descontrolado en los días previos a las elecciones norteamericanas pudiese crear un clima de inestabilidad mundial que interfiriera en la decisiva cita electoral- el bombardeo ha sido de magnitud contenida y no se ha dirigido contra puntos sensibles de la República Islámica -las refinerías o las centrales nucleares-, lo que habría desencadenado una mayor respuesta de Teherán, siendo el punto de no retorno hacia una gran conflagración.
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La Paz Mundial amenazada
Sin embargo, la región camina al borde del precipicio, demasiado cerca de un abismo de acción-reacción que puede hacer estallar en cualquier momento una gran conflagración internacional que implique no sólo a Tel Aviv contra Irán y sus ‘proxis’ (Líbano, Siria, Yemen) sino a EEUU y otras potencias de la región, como Arabia Saudí o Emiratos, desatando una auténtica Caja de Pandora bélica de consecuencias imprevisibles.
La espiral belicista en Oriente Medio, junto con la guerra de Ucrania o las tensiones crecientes en Asia Pacífico -específicamente en torno a Taiwán o la Península de Corea- conforman un tridente funesto que amenaza de manera real y concreta la Paz Mundial.
«Por primera vez en mi larga historia diplomática les tengo que decir que estamos al borde, si seguimos así, de una verdadera tercera guerra mundial”. Quien se expresa de esta manera es Miguel Ángel Moratinos, ministro de Exteriores durante los gobiernos de Zapatero y actualmente alto representante de la ONU para la Alianza de Civilizaciones,
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¿Quién empuja a Oriente Medio por esta peligrosísima senda?
Nos martillean sin cesar con la idea de que esta espiral está alimentada por las ansias personales de un pirómano, el primer ministro israelí Netanyahu, que para escapar de sus múltiples causas con la justicia, está llevando a su país de guerra en guerra. O que su gobierno -ciertamente el más fanático, reaccionario y ultrasionista de la historia de Israel- pretende llevar adelante una «solución final» contra los palestinos, o remodelando el «Gran Oriente Medio» para adueñarse del «espacio vital» del pueblo elegido de Yahvé.
Otra versión, más prudente, nos dice que en todo caso Netanyahu está aprovechando la debilidad de EEUU, enfrascado en unas elecciones decisivas, y de un Biden ya “de vuelta” que intenta apaciguar pero ya no puede contener a su aliado israelí.
En todas las versiones desaparece, o se blanquea, la responsabilidad de un actor imprescindible en la larga sarta de guerras y agresiones cometidas por Israel, ahora y desde hace 76 años: la superpotencia norteamericana, y concretamente en estos momentos, la administración Biden.
La verdad está en los hechos. EEUU es el verdadero y principal responsable de este avance del peligro de guerra, en Oriente Medio y en el mundo. Y lo es por la activa, no por la pasiva.
Nos cuentan todas las declaraciones de la Casa Blanca o del Departamento de Estado llamando a la moderación a un díscolo Israel, y todas las iniciativas de paz de la administración demócrata que han dado al traste por la belicosidad de los halcones de Tel Aviv.
EEUU no es simplemente un respaldo de Israel, ni siquiera un cómplice o «cooperador necesario». Es la verdadera potencia, la verdadera fuerza motriz detrás de esta espiral bélica.
Pero la realidad es que con Biden -y con Kamala Harris- en la Casa Blanca, EEUU ha dado “carta blanca” a Netanyahu, prestándole todo el apoyo militar, político y económico necesario para proseguir su criminal ofensiva.
Las bombas, los misiles y los drones que impactan sobre Gaza o sobre Beirut son casi todas «made in USA». Desde Washington se ha entregado durante el último año a Israel más de 18.000 millones de dólares en ayuda militar. Cifra ampliada hace pocas semanas con un nuevo paquete de 8.500 millones.
Todas las iniciativas de sanciones a Israel, o de resoluciones por un alto el fuego, en el Consejo de Seguridad de la ONU, han sido sistemáticamente vetadas por EEUU.
No, EEUU no es un respaldo de Israel, ni siquiera un cómplice o «cooperador necesario». Es más que el coautor de sus guerras. Es la verdadera potencia, la verdadera fuerza motriz detrás de esta espiral bélica.
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¿Por qué?
La razón de esta incendiaria escala belicista no está en la fortaleza de la superpotencia norteamericana o de su brutal gendarme sionista, sino en todo lo contrario.
EEUU tiene una fuerza militar inalcanzable para ningún otro país o grupo de potencias, pero sin embargo, a pesar de todo su abrumador poder… se encuentra en su ocaso imperial. Su hegemonía se agosta aceleradamente, fruto de que la creciente lucha de los pueblos y países del mundo no cesa de golpearla y erosionarla.
Si hay una región del mundo donde esto es patente es Oriente Medio, donde la superpotencia norteamericana ha perdido terreno, fruto precisamente de una larga lista de derrotas. Tuvo que retirarse de Irak y -aún más vergonzantemente- de Afganistán, y no pudo ganar la guerra de Siria; ha contemplado como avanza la influencia regional de Irán o de Rusia, e incluso ha tenido que soportar alarmado como aliados clave en la zona, por ejemplo Arabia Saudí, se acercaran a unos BRICS que ponen en cuestión su hegemonía.
La ofensiva israelí en Gaza o Líbano está presidida por un objetivo cada vez más visible: revertir esta decadente tendencia. Fortalecer a Israel, y al dominio norteamericano en Oriente Medio, aún a costa de incendiar la región. Imponer un nuevo orden en esta estratégica área del planeta, que rediseñe la distribución de fuerzas en favor de Tel Aviv… y de Washington.