Tras decidirse la intervención, todas las iras se dirigen contra Alemania, y en particular contra la canciller alemana Merkel, justamente convertida en el personaje más aborrecido en España. Sin embargo, lo cierto es que quien ha impuesto el rescate es EEUU, aunque su actuación entre bambalinas y la sonrisa amable de Obama le permite mantenerse en un discreto segundo plano, sin aparecer como el auténtico protagonista que decide en última instancia.
Los modos bruscos, las exigencias imperativas, la inflexibilidad en su recetas, los ataques despectivos contra España y los españoles que tanto la clase política como los medios de comunicación germanos nos dedican cada día, así como el papel hegemónico que Berlín pretende autootorgarse sobre Europa, ha hecho abrir los ojos a muchos sobre el nefasto papel que juega la intervención de Alemania sobre nuestra vida política y económica. «No es Berlín quien ha decretado la intervención de España, sino Washington»
Y sin embargo, con ser todo esto cierto, constituye sólo una parte del problema. Y además, pese a ser muy importante, ni siquiera la principal. No es Berlín quien ha decretado la intervención de España, sino Washington. Mientras fueron sólo Merkel, su gobierno y sus mayores aliados en la UE (Holanda, Austria, Finlandia,…) quienes exigían la intervención de España, el gobierno de Rajoy pudo resistir, mal que bien, los ataques. Cuando ha entrado abiertamente en escena Washington, con el mismísimo emperador decretando el edicto de intervención, todas las resistencias se han venido estrepitosamente abajo.
Al tomar EEUU la iniciativa, con Obama compareciendo públicamente en una inesperada y no prevista conferencia de prensa en la Casa Blanca para impartir la orden precisa de intervenir “los bancos débiles de la eurozona cuanto antes”, el asunto quedó resuelto en apenas 48 horas.
¿Pero por qué ese interés de Washington? ¿Qué busca y que espera conseguir de la intervención de España?Hay un primer bloque de razones de carácter coyuntural, inmediato.
Con Obama metido ya de lleno en la campaña electoral por la reelección, lo último que necesitaba la Casa Blanca es que a las ondas sísmicas de carácter político que está lanzado Atenas (con una posible victoria electoral de la coalición de izquierdas antihegemonista Syriza), se sumen las profundas turbulencias económicas en que está atrapada España. Las consecuencias de una desestabilización de esta magnitud en la eurozona, el principal socio comercial y financiero de EEUU, y su impacto sobre la economía norteamericana (desaceleración del crecimiento económico y, sobre todo, aumento del paro) amenazan la reelección de Obama. Había que tomar medidas inmediatas para sujetar e intervenir España y se han tomado. De la misma forma que se tomarán, que a nadie le quepa la menor duda, si los resultados de las elecciones griegas se salen del guión trazado por el imperio.
Pero existen otro tipo de razones, más de fondo, más estratégicas, que empujan a Washington en esta dirección. Y que hacen previsible que, una vez rotas las primeras barreras y sometida España a un nuevo y mayor grado de intervención y control, EEUU se lance en una segunda etapa hacia su objetivo máximo: la intervención completa y total del país.
En la base de este proyecto norteamericano de convertir a España en poco menos que un protectorado, está la necesidad de Washington de acelerar e intensificar la respuesta a la agudización de su declive. Declive que aumenta cada día ante la creciente pérdida de peso económico en el mundo y el ascenso, inversamente proporcional a su ocaso, de las potencias emergentes y los países en vías de desarrollo que se han librado, total o parcialmente, de la tutela del imperio.
Es esta situación la que obliga a EEUU a desplegar una frenética actividad en distintos frentes: desde incrementar drásticamente su presencia militar en Asia, como anunció la semana pasada el Secretario de Defensa, Leon Panetta, hasta acelerar el saqueo de las principales fuentes de riqueza de los países controlados e intervenidos.
Es más, necesita intensificar el saqueo sobre países como el nuestro justamente porque está obligado a aumentar también el costo de sostener política y militarmente en la estrategia global de defensa de su hegemonía a sus principales aliados. El anunciado incremento de la presencia militar yanqui en Asia-Pacífico (la región donde se juega actualmente el mantenimiento de su hegemonía) implica no sólo dedicar más y más recursos y dinero a su propio ejército, sino también costear la militarización de sus aliados en la zona. A los que, además de abastecer de armamento de alta tecnología, debe hacer concesiones en el terreno económico para mantenerlos fielmente alineados de su lado.
Recursos y dinero que a la superpotencia le cuesta cada vez más crear por sí misma, lo que le empuja a aumentar el nivel de saqueo y apropiación de la riqueza ajena sobre el conjunto de países (que también son cada vez menos) sometidos a su órbita de dominio.
Pero a su vez, la intensificación del saqueo le exige aumentar cualitativamente el grado de intervención y control sobre estos eslabones débiles de la cadena imperialista.
Porque están comprobando, desde Grecia hasta España (aunque sea en formas distintas, en un caso por iniciativa de las clases populares, en el otro, de momento, por la de la clase dominante) cómo a su toque de pito no sale a formar todo el mundo al patio del cuartel, sino que al contrario encuentran cada vez más oposición y resistencia.