Nomadland acierta cuando mira a los ojos a una clase obrera que otros desprecian, pero manifiesta los límites de un Hollywood donde ya no son posibles películas como Las uvas de la ira.
Por fin Hollywood vuelve su mirada hacia los millones de trabajadores que, en EEUU y en muchos otros países, fueron sacudidos por la crisis originada en Wall Street.
Nomadland fue la gran triunfadora de los Oscars 2021. Tras el León de Oro en Venecia, consiguió tres de las más preciadas estatuillas de Hollywood: mejor película, mejor dirección -para una joven cineasta nacida en Pekín- y mejor actriz principal -para la incombustible Frances McDormand-.
Dos frases impresas en la pantalla antes de que aparezca personaje alguno nos sitúan. Un pueblo de Nevada, Empire, construido alrededor de una mina, es liquidado en 2008 cuando la explotación deja de ser rentable. Desapareció incluso su código postal. Todos los obreros son despedidos. Vivían en casas propiedad de la empresa. La viuda de uno de ellos, la protagonista de la película, abandona el pueblo, con una furgoneta como única propiedad.
No son nómadas impulsados por un espíritu romántico. Decenas de miles de ellos poblaron las carreteras de EEUU tras 2008. Eran sobre todo ancianos, que no podían aspirar a pensión alguna. Pero también familias que ya no alcanzaban el pago de la hipoteca. Algunos vivían de forma itinerante para no dejar un domicilio fijo donde remitirles las facturas que ya no podían pagar.
¿Quedaron totalmente excluidos según Chloé Zhao del circuito capitalista? No. Al contrario, se crearon ofertas de trabajo especiales para ellos, pero para poder sobrevivir debían aceptar sueldos bajos y jornadas maratonianas. El gran almacén de Amazon en Texas los utilizó como mano de obra barata, pero también recogían frambuesas en Vermont, manzanas en Washington, arándanos en Kentucky…
Estos son los protagonistas de Nomadland. Obreros y obreras de sesenta y tantos años, que el capitalismo, tras deglutirlos y escupirlos, les apura las últimas horas de plusvalía, imponiéndoles una mezquina precariedad.
Los aciertos
La derecha los desprecia, calificándolos poco menos que de chusma. Sectores de la izquierda los miran, especialmente a aquellos obreros y trabajadores de la América profunda, con un aire de superioridad que es en realidad un rancio elitismo de clase.
Nomadland les mira a los ojos a todos ellos. No por encima del hombro, sino a ras de suelo. Este es su mayor acierto, el que hace levantar vuelo a la película.
Hay una rara mezcla entre realidad y ficción narrativa, una historia inventada con aires de documental que logra atrapar la viveza de la vida cotidiana. Con actores no profesionales que se interpretan a ellos mismos, después de haber vivido lo mismo que cuenta la película, de una forma que no sería capaz de hacer ningún intérprete de Hollywood.
Y, como hilo de continuidad que los une a todos, emerge Frances McDormand, con una soberbia interpretación, contenida y llena de sabiduría popular.
La cámara de Chloé Zhao no compadece a quien vive en la carretera, se une a ellos. Y descubre que en aquellos que son considerados desechos sociales hay más vida, más deseos y anhelos profundos, más pasión, más verdad que en aquellos otros considerados por la sociedad como triunfadores.
Nomadland descubre la íntima solidaridad que, frente a la mezquindad de quienes les han arrebatado sus viviendas, crece entre quienes no tienen nada.
Los límites
Los problemas de Nomadland aparecen cuando se la hermana, como algunos han hecho, con Las uvas de la ira, el puñetazo cinematográfico que John Ford construyó basándose en la obra de Steinbeck.
Ambas películas hablan de quienes, tras una crisis, en 1929 o en 2008, son forzados a convertirse en nómadas. Pero respiran espíritus diferentes.
Ford señala a los responsables, a esos bancos de Wall Street que envían bulldozers a derribar la casa de los agricultores sepultados por las deudas, o a un Estado que arroja a su policía como brazo armado contra la población.
En Nomadland han desaparecido quienes se han apropiado de las casas, quienes obligan a trabajar en míseras condiciones a los que previamente se les ha negado la pensión.
La mirada de Ford está alimentada por una saludable ira de clase, que irrumpe poderosa desde abajo, y que llama a la acción, a rebelarse. En Nomadland ya no hay ira contra la injusticia y la barbarie, solo una poética introspección que no ofrece más horizonte que la supervivencia.
Ocho décadas después, Hollywood ya no es capaz de filmar la crisis, a sus responsables y a sus víctimas, con la mirada revolucionaria que sí tenía John Ford.
Carlos dice:
Es que como John Ford y su cine independiente sólo hay uno. Irrepetible. Escenas como esta de las uvas de la ira son obras maestras https://youtu.be/npuqdxirXsM. Es gracioso, que aún siendo de derechas filmó la obra del marxista Steinbeck y en plena caza de brujas, le invitaron a declarar y mandó a hacer puñetas al gobierno. Qué grande que eras Ford