En 1973, ante la sorpresa y la furia de más de medio mundo, la Academia sueca concedía el Nóbel de la Paz a Henry Kissinger, un personaje calificado todavía hoy en su país como el «mayor criminal de guerra vivo», co-autor de la prolongación durante varios años de la terrible carnicería de Vietnam (y su extensión a Camboya y Laos) sólo para que Nixon ganara la reelección presidencial e inductor de la cadena de golpes de Estado que en los años 70 asolaría toda Iberoamérica. Casi 4 décadas después, la Academia sueca vuelve a desatar la indignación al conceder el Nóbel de la Paz a la Unión Europea.
El argumento para la concesión no puede ser más peregrino: la construcción de la UE ha evitado la repetición de una nueva guerra mundial como las de 1914 y 1939. Es un argumento peregrino porque no es la creación de la UE lo que ha impedido nuevas guerras mundiales, sino el relegamiento de las viejas potencias europeas a la condición de potencias de segundo o tercer orden, sin capacidad material para imponer la agenda mundial lo que lo ha hecho posible. Peregrino también por la fecha elegida, ¿por qué este año y no hace cinco, diez o quince? «¿Y por qué no idear un nuevo “premio Nóbel a la solidaridad” para el BCE, por exigir una nueva e inmediata rebaja de salarios en Europa?»
En plena oleada de intervención y recortes impuesta por Berlín a todo el continente a través de las instituciones comunitarias, intervención y recortes que implican pobreza y sufrimientos sin fin para los pueblos de Europa… le dan el Nóbel de la Paz a la UE.
Ahora que entre nosotros está tan de moda el derecho a decidir, que le pregunten a los jubilados griegos que se han suicidado, a los parados españoles sumidos en la pobreza y la desesperación, a los enfermos portugueses que pagan 80 euros por un análisis de sangre o a los jóvenes irlandeses que se ven obligados a emigrar en masa como sus bisabuelos que tipo de premio se merece una Unión Europea hegemonizada por Alemania y puesta al servicio de los intereses de sus grandes bancos y multinacionales.
Y ya puestos a rizar el rizo, ¿por qué no idear un nuevo “premio Nóbel a la solidaridad” para el BCE, que acaba de exigir “una nueva e inmediata rebaja de salarios” en toda Europa? ¿O un “premio Nóbel del humanismo” al FMI por su afirmación de que los ancianos viven demasiado y nos salen muy caros?