Los países que conforman el cuerno de África (Kenia, Somalia y Etiopía) viven una hambruna sin precedentes en las últimas décadas, que deja un saldo de 1.800 muertos al día. Naciones Unidas hizo un llamamiento internacional para recaudar 4.200 millones de dólares para poner en marcha un plan de acción. Solo han recaudado un 2% del objetivo. La inacción de las grandes potencias respecto a este asunto choca con la celeridad con la que destinan fondos en otras partes del mundo.
La pertinaz sequía que está experimentando África, junto al lastre económico derivado de la pandemia del COVID-19 y al encarecimiento de alimentos básicos producido a raíz de la guerra de Ucrania, han creado una cantidad de 23 millones de afectados por la hambruna. 1.800 personas mueren de hambre al día, solo en esta parte de África.
Según la ONG “Manos Unidas”, 811 millones de personas pasan hambre en el mundo. Un tercio de ellas viven en el África sub-sahariana, 282 millones. En estos países, uno de cada cinco habitantes está en situación de desnutrición. Existe un común denominador en muchas las áreas afectadas, sobre todo en África: la dependencia alimentaria. En Kenia, un 25% de la tierra se destina a la plantación de café, té y tabaco. Son las explotaciones más productivas, dirigidas a la exportación y que carecen de valor alimenticio. Estos productos son procesados en Europa y Norteamérica. El resto de la tierra pertenece a pequeños propietarios y se rige por criterios de subsistencia. El mismo modelo se repite a lo ancho y largo del continente. Costa de Marfil centra su economía en la producción de cacao, procesado en Holanda, representando el 50% de sus ingresos. Estos países están obligados a importar maíz, trigo y arroz para alimentar a su población.
1.800 personas mueren de hambre al día solo en esta parte de África
La guerra de Ucrania ha desatado un proceso especulativo en el mercado internacional de alimentos. Las multinacionales que controlan el sector han situado el precio del trigo, el maíz y la semilla de girasol en máximos históricos, en una dinámica creciente. La F.A.O. (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) señala un incremento de los precios de los alimentos básicos en abril de 20 puntos respecto a antes de la guerra, y de 30 respecto al mes anterior. Cada punto de aumento, según el Banco Mundial, equivale a 10 millones de personas más en situación de extrema pobreza. La dependencia de al menos 35 países africanos de las importaciones de grano procedente de Ucrania y Rusia, mermadas por la guerra, unida al desorbitado precio que han adquirido estos productos estrangula la capacidad de muchos países africanos de alimentar a su población. La situación extrema que atraviesan Kenia, Somalia y Etiopía es la punta de iceberg.
Según Franc Cortada, director general de Oxfarm Intermón, “La gente en estos países muere de hambre no porque en el mundo falte comida o dinero, sino por una absoluta falta de voluntad política”. En un mes la comunidad internacional ha enviado 16.000 millones de dólares a Ucrania. Más allá de ayudar a la población ucraniana, devastada por la invasión de Putin, existe el interés por restablecer la cadena de producción de alimentos básicos, en donde Ucrania ocupa un papel importante. La dependencia de maíz o girasol procedente de Ucrania, no solo de Europa, sino de muchos países de África, beneficia más a las multinacionales que controlan su distribución que a la propia economía ucraniana. Estas multinacionales son las que compran el grano a Ucrania, al precio que ellas fijan y se lo venden a otros países, quedándose con los beneficios.
En la última cumbre del G-7, celebrada en Londres en junio del año pasado, el presidente norteamericano, Joe Biden, anunció la inversión de 40 billones de dólares en crear una red de infraestructuras alternativa a la ruta de la seda empleada por China. EEUU, Canadá, Francia, Alemania, Japón y Reino Unido se comprometían a financiar una red de carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos que abarcarían distintas áreas del planeta: Sudamérica, el Caribe y la región Indo-Pacífico. Agilizando la circulación de mercancías y capitales, y dinamizando la actividad comercial de las siete potencias con otras partes del planeta. Iniciativas como esta ponen de manifiesto que no existe escasez de dinero, sino que todo se reduce a la utilidad que se le da.
La preocupante situación de países como Kenia, Etiopía y Somalia, a la que ha contribuido la extorsión y saqueo de los monopolios, y el hecho de que las instituciones internacionales y las grandes potencias económicas les hayan dado la espalda, nos hace ver que, en muchas ocasiones, la ayuda internacional está más vinculada a intereses monopolistas que a ayudar a los más desfavorecidos, a los que más lo necesitan. Dinero hay, pero para lo que les interesa.