Estadio de Mestalla, 21 de mayo, Valencia. Vinicius Jr, delantero del Real Madrid, estalla contra un sector de la grada -donde se suelen ubicar los sectores más ultras y neonazis- después de recibir un sinfín de gritos racistas, que también se escucharon por parte de la afición fuera del Estadio.
Era la enésima vez que un jugador negro era insultado y atacado por su color de piel, pero esta vez el deportista brasileño no lo dejó pasar: los denunció públicamente señalando a quienes le habían insultado. Las normas no contemplaban suspender el partido al primer incidente y se abrió la polémica, de trascendencia internacional incluso con palabras de condena del mismo Lula.
¿Es un hecho aislado o es España un país racista? ¿Se ampara el racismo al no actuar severamente y de inmediato? ¿Es un problema solo del fútbol?
No pasar ni una
Los insultos racistas a Vini Jr han dado la vuelta al mundo. El hecho fue relevante porque sucedió durante un partido televisado, y porque afectó a un personaje público de enorme proyección, muy destacado actualmente en el fútbol. Todo esto ha amplificado su repercusión y ha abierto una discusión en la que han tomado posición desde estamentos del gobierno y de las ligas deportivas, medios de comunicación de varios países, y hasta el presidente de Brasil. Lula da Silva reclamó la intervención de los organismos que dirigen el fútbol nacional e internacional. E hizo unas declaraciones desde la reunión del G7 a la que asistía en Japón, para defender a su compatriota: «No podemos permitir que el fascismo y el racismo tomen los estadios de fútbol. No es posible, en pleno siglo XXI, tener un prejuicio racial tan fuerte.»
Y de la acusación generalizada al fútbol se pasó a extender la sospecha sobre toda la sociedad española, con una protesta formal del gobierno brasileño, y con el diario británico The Times publicando que «España se prepara para presentar su candidatura junto a Portugal y Marruecos para albergar el Mundial de 2030. Seguramente es impensable que España pueda ser elegida para el torneo, al menos hasta que tome medidas decisivas para eliminar el racismo de su competición doméstica».
Defender a la víctima
La débil actuación de las autoridades deportivas y políticas es el verdadero problema en lo sucedido. Porque no es la primera vez que este jugador negro (y otros en el pasado) sufren este tipo de ataques. Si esto lo tiene que aguantar una persona reconocida socialmente, amparada por un club deportivo importante, y en público, ante las cámaras de televisión, y el delito iba a quedar impune ¿Qué no puede sufrir alguien anónimo sin testigos?
Ante la mínima agresión racista debe actuarse tajantemente.
El alcance de las protestas obligó a la Liga de fútbol a reaccionar (tarde, y con polémica de su presidente -Javier Tebas, antiguo miembro de Fuerza Nueva- quien aún culpó en parte a la víctima en sus declaraciones en Twiter). Finalmente el club de Valencia vio cerradas parcialmente sus gradas y la policía detuvo a varios implicados. Al tiempo milagrosamente se resolvió una amenaza que había sufrido el mismo jugador meses atrás y cuya resolución había quedado en el limbo. Se aceleró la detención de los responsables de colgar en un puente de Madrid un muñeco representando al jugador, amenazándole. También eran hinchas ultraderechistas del Atlético de Madrid.
El presidente del Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, explica en su blog, que «Los insultos de Valencia a Vinicius son idénticos a los del Metropolitano (Madrid). En el caso del Metropolitano la Fiscalía archivó la investigación por cánticos racistas dirigidos contra Vinicius porque, aunque los calificó de «desagradables e irrespetuosos», justificó que se vertieron en un contexto de «máxima rivalidad», que solo «duraron unos segundos» y no constituyeron delito. Y tampoco se exigió a las autoridades deportivas un planteamiento tajante.
Esteban Ibarra recuerda que los insultos, racistas o de otra índole, si son delito, y están castigados en el artículo 510.2.a del Código Penal porque suponen un daño a la dignidad de la persona. Igual que está vigente la Ley 19/2007, contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte. Y denuncia que «no se está aplicando con el rigor que se debiera. Lo cual crea un escenario de impunidad evidente.»
Racismo en España: en el fútbol y en las instituciones
Esa relativa impunidad está dentro del racismo institucional. Cuando un fiscal argumenta que un insulto se puede corear desde un grupo hacia una persona y no es sancionable porque solo «dura unos segundos» o un juez considera que son permisibles si se dan en un contexto de «máxima rivalidad», se está diciendo que si existe el derecho al insulto.
Este tipo de racismo se conoce como institucional, y es, junto con las agresiones públicas, el tipo de discriminación que más casos se denuncian: un 34% del total. Por ejemplo: trámites excesivamente largos, como en las concesiones de nacionalidad que acaban provocando que caduquen, que pierdan validez los documentos preparados para ello.
Y aunque nuestro país no es racista, si que hay ciertas manifestaciones racistas recurrentes como dificultar por prejuicios el acceso a alquilar o comprar una vivienda, no permitir la entrada en locales de ocio o gimnasios, e insultos sobre el origen, la religión o la cultura.
El entrenador italiano del Real Madrid de fútbol fue justamente uno de los primeros en salir en defensa de nuestra sociedad. Sostuvo que ni el fútbol en general ni el país es racista (en el partido origen de la discusión justamente había otros 6 jugadores negros que no fueron insultados ni en ese ni en otros estadios). Ahora bien Carlo Ancelotti si puso el acento en que nunca había visto a los espectadores corear «tonto» hacia un jugador como ese día, y que se estaba instaurando la constumbre de insultar a jugadores o técnicos… lo que el veía como una creciente falta de «educación».
No somos un país racista pero admitir el insulto contribuye a generar un caldo de cultivo en el que pueden difundir ideas xenófobas o violentas, grupos de extrema derecha que se esconden como ultras de fútbol, y por organizaciones como Vox, o algunos partidos nacionalistas radicalizados hacia lo étnico.
El presidente de Movimiento contra la Intolerancia, denuncia que en nuestro país está creciendo la xenofobia, el odio ideológico y otras formas de intolerancia, especialmente en redes sociales, entre los jóvenes.
En una encuesta sobre este problema el 5% de jóvenes confirmó que ha insultado, se ha burlado o agredido por intolerancia.
Y si hay un lugar donde los grupos ultras y neonazis han anidado, usándolos como espacio de impunidad para sus manifestaciones de odio racista y xenófobo, donde reclutan nuevos miembros y donde han conseguido que su discurso y sus expresiones racistas se «normalicen» como una parte del ecosistema deportivo… es en los estadios de fúlbol de nuestro país. Una parte -minoritaria pero innegable- de las hinchadas de muchos equipos exhibe orgullosa e impune su veneno racista en cada partido, con insultos y expresiones como las que se arrojaron contra Vinucius.
Es el momento de identificarlos, de perseguirlos, de arrinconarlos y de expulsarlos para siempre de los campos de juego. Deben ser aislados y repudiados en todas partes. No pueden tener cabida en ningún rincón de la sociedad española
El interés (de clase) del racismo
El racismo tiene un efecto práctico, un interés de clase: divide a los trabajadores, busca aislar políticamente a quienes normalmente ocupan puestos de trabajo más duros, y rebaja el precio de la mano de obra.
En sociedades como la nuestra, la inmigración (la importación de mano de obra) es una necesidad calculada desde el Estado para mantener la producción por el envejecimiento de la población y la baja natalidad; hasta el punto que se cifra en cupos por sector de actividad y profesión. Incluso se permite una bolsa de trabajo ilegal (o lo que es lo mismo, más barata y sin derechos políticos reconocidos).
En el libro «La otra historia de EEUU» se documenta una reunión entre magnates financieros, grandes empresarios y políticos, a comienzos del siglo XX, en la que establecen como prioridad estratégica para sus intereses de clase dominante, que «de ningún modo los trabajadores blancos y los negros debían unir sus reivindicaciones.» En España se extiende ese trabajo de dividir a los sectores del pueblo trabajador, (y el fútbol se intenta usar también como herramienta para el enfrentamiento), al de debilitar también nuestra unidad por la pertenencia a distintas nacionalidades y regiones. No hay que pasar ni una.