Muere Mario Vargas Llosa

Mucho más que un Nobel

Fallece el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, uno de los más importantes escritores de la literatura en lengua castellana, a los 89 años.

Con Vargas Llosa se va el último gran representante de ese “boom latinoamericano” que puso patas arriba la literatura mundial, un enorme narrador capaz de abarcar a vida en sus múltiples aspectos, legándonos una obra en la que podemos seguir las sacudidas de un convulso siglo XX.

Sus posiciones políticas, desde el comunismo a la derecha más dura, no pueden alejarnos de quien es por sus méritos un gigante de la literatura, con un reconocimiento global que va más allá de la concesión del Nobel.

Cuando en 1963, un veinteañero Vargas Llosa gana el premio Biblioteca Breve por “La ciudad y los perros” se estaba sacudiendo el panorama literario mundial. Desde Barcelona, con la colaboración de personajes clave como Carmen Balcells ese entonces muchacho peruano entrará con la fuerza de los ciclones caribeños en la cultura del siglo XX.

Representante de un “boom latinoamericano” sin el que no es posible comprender el curso de la literatura mundial en la segunda parte del siglo XX. Que trasladará el centro nodular del castellano, una de las pocas lenguas globales, de La Mancha a Macondo. Y demostrará que el mundo hispano, una parte del Tercer Mundo aparentemente condenada a la marginalidad, a ser el patio trasero de la superpotencia, albergaba una potencia descomunal, en el ámbito político y en el cultural.

En algunas de sus primeras novelas está ya la razón del lugar destacado que Vargas Llosa ocupa, por derecho propio, en la literatura.

Desde “La ciudad y los perros”, donde el internado militar se convierte en un microcosmos de lo más abyecto, a “La casa verde”, una obra portentosa donde se entrelazan prostitutas, guerrilleros o contrabandistas”, o “Conversaciones en la Catedral”, retrato de la degradación de los fascismos que arrasaron Iberoamérica, marcado por su primera y famosa frase: “¿En qué momento se jodió el Perú?”.

Pero Vargas Llosa siguió escribiendo hasta que en 2023 anunció su retirada. Abarcó un amplio abanico de géneros. Explorando la novela erótica con “El elogio de la madrastra” o “Los cuadernos de don Rigoberto”. Penetrando en la novela policíaca a través de las obras protagonizadas por Lituma. Y ofreciéndonos ensayos literarios que hoy son canónicos, desde la “Historia de un deicidio”, dedicado a García Márquez hasta uno de sus últimos textos dedicado a Galdós.

Vargas Llosa tomó una posición política activa. Primero en las filas de la izquierda, defendiendo la revolución cubana y simpatizando con el comunismo. Más tarde respaldando las opciones más reaccionarias y proyanquis en Iberoamérica, desde Bolsonaro a la dictadura de Boluarte en Perú o la derecha pro pinochetista en Chile. Esta parte de su figura no debe ocultarse ni olvidarse. Pero no puede ensombrecer su condición de gigante literario. Tampoco conducirnos a una lectura esquemática de su obra, también la más reciente.

La Academia sueca le concedió el Nobel de Literatura en 2010 “por su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Este impulso está en sus primeras novelas, donde militaba en las filas de la izquierda, pero también en las obras posteriores, cuando ya estaba situado políticamente en la derecha.

En “El sueño del celta”, una especie de corazón de las tinieblas conradiano situado en el inferno colonialista del Congo belga. O en “Tiempos recios”, publicada en 2019, donde novela la intervención de la CIA para derrocar el gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954.

Es imposible enumerar todas las grandes novelas que Vargas Llosa nos ha ofrecido, desde “Pantaleón y las visitadoras” a “La fiesta del chivo”, desde “La orgía perpetua” a “La tía Julia y el escribidor”.

Su capacidad prodigiosa de narras bebía de lo mejor de la literatura universal, desde Flaubert a Faulkner, desde Cervantes a el “Tirant Lo Blanch”.

En sus primeras obras hay una prodigiosa superposición de voces y tiempos, una sucesión de sacudidas que fuerzan al lector y le obligan a mantenerse alerta. Posteriormente se instaló en la posición del mejor narrador decimonónico, con una capacidad para subyugarnos con sus palabras, para atrapar la “novela total” que penetre en lo público y en lo privado, confundiéndolo y fusionándolo.

Leer a Vargas Llosa es y seguirá siendo una de las mejores aventuras que la literatura puede ofrecernos.

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