Ha sido con Novichok, un agente nervioso de fabricación rusa. Esta no es la primera vez que un antiguo espía ruso es atacado con sustancias químicas en territorio británico. Una práctica que proviene de la antigua URSS socialimperialista.
Debido al ataque que han sufrido el exespía ruso Sergei Skripal y su hija Yulia, el pasado 4 de marzo en Salisbury, ciudad al sur de Inglaterra, las relaciones entre Rusia y Reino Unido se encuentran en un proceso de gran tensión. Tanto Skripal como su hija, llegada de visita desde Rusia el día anterior a la agresión, fueron envenenados con Novichok, un agente nervioso de fabricación rusa.
Los agentes nerviosos son sustancias químicas altamente tóxicas que impiden al sistema nervioso funcionar normalmente con la alta probabilidad de causar la muerte si el tratamiento adecuado no se proporciona rápidamente. En forma de polvo, gas o líquido, bloquean los mensajes de los nervios a los músculos causando la paralización de las funciones vitales. Actúan en segundos o minutos si se inhalan, y más lento es a través de la piel.
Skripal había sido agente doble al servicio del Reino Unido al que informaba sobre las identidades de los agentes de espionaje rusos que actuaban en Europa. Había sido contactado en España por el espionaje británico. Tras años de actividad fue descubierto por los servicios secretos rusos, y condenado a 15 años de cárcel. Cuatro años después salió, a petición de Londres, como uno de los cuatro prisioneros que Rusia intercambió por 10 espías rusos arrestados por el FBI.
El gobierno británico ha tardado unos días en anunciar que había identificado lo que había envenenado a los Skripal -y a Bailey, el primer policía que los atendió-, un producto llamado Novichok en ruso, perteneciente a un grupo de agentes nerviosos desarrollados por la URSS durante el periodo de la Guerra Fría.
El gobierno británico ha decidido expulsar a 23 diplomáticos rusos a los que considera «agentes de inteligencia no declarados». Esta es la expulsión más numerosa llevada a cabo por el Reino Unido en los últimos 30 años. El ministro de exteriores británico, Boris Johnson ha declarado que una muestra del agente nervioso será enviada a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas para ser analizada.
Curiosamente, en el Reino Unido se concentran importantes inversiones de la oligarquía rusa, conectada con el régimen de Putin, para blanquear su dinero utilizando un entramado de bufetes de abogados y de inmobiliarias. A toda esta inversión se le ha dado en llamar Londongrado. Ahora se piden medidas concretas contra esa riqueza en el Reino Unido.
El ministro de relaciones exteriores ruso, Sergei Lavrov ha afirmado que su país no colaborará con la investigación del envenenamiento hasta que Reino Unido no le entregue una muestra del Novichok utilizado. Y tras el anuncio de las medidas tomadas por Londres, Lavrov declaró a los medios de comunicación rusos que expulsará a igual cantidad de diplomáticos británicos. Putin ha dicho que ahora, con las elecciones rusas y los juegos olímpicos, no podía pensarse que Rusia fuera responsable.
Pero puede afirmarse que hay una tradición socialfascista de la URSS socialimperialista, de asesinar a los agentes dobles y a personas consideradas peligrosas para el régimen. Esta no es la primera vez que un antiguo espía ruso es atacado con armas químicas en territorio británico. En 2006, Alexander Litvinenko, un ex agente de inteligencia ruso falleció en Londres después de haber ingerido una sustancia radiactiva. Se tomó una taza de té que contenía polonio 210, un material radioactivo existente de forma natural en la corteza terrestre en cantidades muy bajas. Murió tras una dolorosa agonía de 22 días. En las pasadas décadas existen varios casos más similares.
Por otra parte, Rusia está interviniendo en Europa con permanente impunidad, y por ello ha sido acusada en varias ocasiones de injerencia en los procesos políticos de distintos países europeos, además de en EEUU. Injerencias que se llevan a cabo mediante noticias falsas (“fake news”) durante campañas electorales u ocasiones políticas; mediante ataques cibernéticos que causan perjuicios económicos; y mediante el apoyo a corrientes separatistas, como ha llevado a cabo en España durante el procès independentista en Cataluña.