Desde hace unos meses, una serie de acontecimientos y noticias están sacando a la luz los movimientos de Rusia en el Ártico. Una franja del planeta ignorada durante largo tiempo por su carácter remoto y su clima indómito, pero a la que el calentamiento global y el deshielo están haciendo no solo cada vez más accesible a la navegación, sino a la explotación de sus recursos. El Ártico es una zona cada vez más codiciada y disputada en la geoestrategía de potencias como EEUU, Rusia o China.
La noticia de que la retirada del hielo en grandes zonas del Océano Glacial Ártico ha dejado al descubierto cinco nuevas islas cerca de la costa oriental del archipiélago Nueva Zembla (Rusia) ha servido para conocer las misiones que permanentemente envía Moscú para consolidarse en el extremo norte del planeta y explotar los ingentes recursos minerales -de hidrocarburos entre otros- que oculta la zona en su subsuelo.
Las renovadas ambiciones rusas sobre el Ártico comenzaron hace casi 20 años, cuando el calentamiento global no era tan evidente como ahora. En 2001 Moscú reclamó que las dorsales subacuáticas de Lomonosóv y de Mendeléyev -al norte de los siberianos mares de Barents y Kara- son en realidad una extensión de la plataforma continental rusa, lo que le permitiría según la legislación internacional reclamarlas para sí. Dinamarca entró entonces en pugna diciendo que estas dorsales eran una extensión de Groenlandia -el territorio que los EEUU de Trump insisten ahora en adquirir al precio que sea- y también ha intentado probar lo mismo Canadá. En marzo de este año, una subcomisión de la ONU ha dado la razón a Moscú, que queda ahora como la mejor posicionada para hacerse con el principal trozo del Ártico.
Moscú lleva dos décadas trabajando para consolidarse en el extremo norte del planeta, repleto de ingentes recursos minerales y de un enorme valor estratégico.
Se estima que las vastas reservas de petróleo y gas del Ártico sean equivalentes a las de Siberia occidental, más de 100.000 millones de toneladas. La ambición de Moscú sobre estos yacimientos es comprensible: la economía rusa depende en gran medida de los ingresos de los hidrocarburos.
La retirada de los casquetes polares están abriendo nuevas rutas para la navegación, haciendo posible el proyecto ruso -al que ahora se ha unido una China que busca una «variante polar de la Nueva Ruta de la Seda» (*)- de impulsar la ruta comercial por los mares del Ártico con la ambición de convertirla en una alternativa viable (y un 25% más rápida) al canal de Suez para el transporte de mercancías por barco entre Asia y Europa. Para lograr que las rutas se mantengan abiertas incluso en invierno, el gobierno ruso cuenta con unos 40 modernos y potentes superrompehielos, una flota que aventaja notablemente a EEUU, que apenas cuenta con 2 embarcaciones de este tipo y mucho más obsoletas.
Pero el dominio del Ártico no se reduce al plano de la explotación de sus recursos minerales o al control de sus incipientes rutas comerciales, sino al aún más decisivo plano militar. Así lo advierte en la revista Foreign Policy el analista político Robbie Gramer: “Rusia está expandiendo exponencialmente su presencia militar en el Ártico a medida que aumentan las tensiones. Ha modernizado y expandido sus bases de la era soviética, que pueden servir como punto de lanzamiento de armamento nuclear».
Una Chernóbyl flotante para electrificar Siberia
Rusia ha puesto a flote una gigantesca central nuclear flotante, una embarcación de 140 metros de largo y 30 de alto, capaz de producir energía para abastecer a una ciudad de 100.000 habitantes. El ‘Académico Lomonósov’, bautizado por Greenpeace como el “Chernóbyl flotante”, está realizando un viaje de 5.000 km bordeando la costa ártica de Rusia, desde el puerto de Múrmansk, en el noroeste del país, hacia el puerto de Pekev en extremo nororiental, donde comenzará a operar en diciembre.
El objetivo de este largo y medioambientalmente peligroso traslado -que habrá de repetirse dentro de siete años, cuando al ‘Lomonósov’ se le acabe el combustible nuclear, es alimentar la industria minera de Pekev, especialmente sus potentes yacimientos de oro. Rusia toma posiciones para dotar de potencia eléctrica a una costa siberiana que ya no es un yermo erial, sino que tiene un valor geoestratégico cada vez mayor.
Rusia toma posiciones en zonas del planeta donde hasta hace poco era casi imposible llegar: el lejano Norte y las profundidades del océano
Pero además el Académico Lomonósov es el prototipo de una serie de centrales nucleares flotantes que Rusia planea exportar a diferentes países de América Latina, África y Asia. El precio lo marcará, en cierto modo, la prueba de fuego de su funcionamiento.
El Kremlin prueba nuevas armas en el Ártico
El 8 de agosto, una potente explosión en un polígono militar junto al pueblo de Niónoksa, en la costa del Mar Blanco, puso en guardia a toda la comunidad internacional. En Severodvinsk -a unos 40 kilómetros del lugar del accidente y la principal base naval rusa en el Ártico- se registró un aumento de la radiación. El secretismo de los primeros días contribuyó a alimentar la alarma dentro y fuera de Rusia. Finalmente, el Kremlin tuvo que admitir que el accidente «tuvo carácter nuclear».
La agencia nuclear estatal moscovita, Rosatom, reconoció que los cinco ingenieros nucleares empleados que fallecieron estaban probando un motor atómico. Expertos militares rusos y extranjeros apuntan que se trataba de un ensayo con un misil de crucero con capacidad nuclear, el SSC-X-9 Skyfall, en la nomenclatura de la OTAN. Se trata de una de las armas ultramodernas que presentó Putin en marzo del 2018, un proyectil de crucero silencioso y de vuelo bajo, de alcance ilimitado y con una trayectoria de vuelo impredecible, lo cual lo haría «invulnerable a todos los sistemas de escudos existentes y futuros». Un misil que además de su potencial destructivo, arroja gases radiactivos donde sea que vaya.
El abandono (primero por parte de Trump y luego de Putin) del tratado INF -que firmaron en 1987 Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov y que prohibía los misiles de corto y mediano alcance lanzados desde tierra- ha propiciado una nueva carrera armamentística entre EEUU y Rusia.
Una carrera que, aunque está lejos de suponer la amenaza que entrañaba cuando la URSS era, al igual que EEUU, una superpotencia con capacidad y voluntad de usar su arsenal nuclear, es un innegable factor de peligro para la paz mundial. Por mucho que Rusia ya no sea la URSS, nadie puede negar que bajo la dirección de Putin, Moscú ha retomado una senda de creciente agresividad militar.
Rusia en las profundidades
A principios de julio, un accidente militar en el Ártico, a 200 m bajo el mar de Barents, sacó a la superficie los avances submarinos de Moscú. Un incendio en el compartimento de baterías del submarino nuclear ruso AC-31 hizo que el mundo pudiera enterarse de su hasta ahora ultrasecreta existencia.
Las características y el cometido de este submarino, apodado “Loshárik”, están celosamente guardados por el Kremlin. Pero se sabe que su forma esférica y sus 7 capas de blindaje le hacen capaz de descender hasta unos increíbles 1.000 m de profundidad, soportando unas presiones que aplastarían al instante a cualquier otra nave. No necesita recargar el combustible durante meses y puede permanecer bajo el agua, lo que le permite mantenerse oculto. Y sus tripulantes forman parte de la élite de la inteligencia militar rusa.
La inteligencia norteamericana sospecha que Rusia podría utilizar eventualmente el Loshárik para cortar cables de fibra óptica submarinos que transportan el tráfico transatlántico de Internet, o para destruir los dispositivos acústicos que EEUU y la OTAN han desplegado en el océano para rastrear sumergibles.
Rusia toma posiciones en zonas del planeta donde hasta hace poco era casi imposible llegar: el lejano Norte y las profundidades del océano.