En diplomacia los gestos dicen muchísimo de las relaciones entre las naciones. Por eso, que el anunciado «primer encuentro» entre Pedro Sánchez y el presidente norteamericano Joe Biden haya quedado reducido a un apresurado paseo de 20 metros y 45 segundos -además de recordar poderosamente a una de las escenas cumbre de «Bienvenido, Mister Marshall»- deja ver perfectamente hasta dónde ha llegado la degradación política a la que la superpotencia ha condenado a nuestro país. Una degradación que no anuncia otra cosa que un salto en el saqueo imperialista sobre las riquezas nacionales y el 90% de la población.
Fuentes de Moncloa llevaban una semana anunciando a bombo y platillo «el primer encuentro» entre Biden y Sánchez, asegurando que ambos mandatarios mantendrían «una conversación» -menos que una reunión formal, pero más que un saludo protocolario- para hablar de «temas de interés para las dos naciones» aprovechando algún hueco de la reunión de la OTAN en Bruselas. Al parecer, cada minuto de atención del emperador cotiza en bolsa.
Las expectativas de la diplomacia española, nos decían, estaban fundadas: pocos días antes la ministra española de Exteriores, Arancha González Laya, se había entrevistado con su homólogo estadounidense, Antony Blinken. Así que cabía suponer que «el primer contacto» entre los premieres, aunque informal, tendría algo de contenido.
Pero las señales que llegaban de la Casa Blanca no eran tan halagüeñas. La cita con Sánchez no figuraba en la agenda de Biden, en la que sí aparecían las reuniones con el presidente turco y o con los mandatarios de las tres repúblicas bálticas.
Finalmente, llegó el esperpento. La «conversación» acabó convertida en una travesía: 20 metros y 45 segundos, dicen quienes lo han medido, aunque otros aseguran que en palabras ocuparon sólo medio minuto. El tiempo que emplearon Sánchez y Biden en recorrer los escasos metros que separan el gran vestíbulo donde se hizo la foto de familia de los 30 mandatarios asistentes a la cumbre, de la sala donde se celebró el plenario de la reunión de la Alianza.
Para nuestra desgracia, la escena retrata perfectamente «la relación entre los dos países». Como la secuencia de Berlanga, plasma la total subordinación de la clase dominante española, y de sus élites políticas, a los designios de Washington.
Preguntado por la brevedad de su charla con Biden, Pedro Sánchez intentó primero minimizar el fiasco. «No lo he cronometrado», dijo. Y luego afirmó algo que -cómo decirlo amablemente- es difícil de creer. Dijo que le dio tiempo a hablar sobre la necesidad de “reforzar los lazos militares” entre los dos países, actualizando el convenio bilateral de defensa; sobre la situación de América Latina y el preocupante problema migratorio en Centroamérica; o sobre la agenda de la nueva Administración norteamericana, que ha servido de “inspiración” a muchos progresistas. “Después de esta primera toma de contacto, hemos quedado en continuar colaborando, trabajando y seguir en contacto”, aseguró. Seguramente se le secó la boca, tuvo que hablar muy rápido.
Luego, fuentes de la Moncloa, admitieron que lo que sucedió fue ni más ni menos que lo que se había pactado. Una «conversación captada por las cámaras como prueba de la excelente relación que existe entre ambos países”.
Y no les falta razón. Para nuestra desgracia, la escena retrata perfectamente «la relación entre los dos países». Como la secuencia de Berlanga, plasma la total subordinación de la clase dominante española, y de sus élites políticas, a los designios de Washington.
Próxima cumbre de la OTAN: Madrid, 2022.
Para la mayoría de los medios de comunicación, sin embargo, el «chasco» del encuentro con Biden ha eclipsado el éxito de la diplomacia española, al certificarse en esta reunión la decisión de la OTAN de celebrar en Madrid su próxima cumbre en 2022, cuando se conmemora el 40º aniversario de la entrada de España en la Alianza Atlántica, en mayo de 1982. No es una reunión más, sino una cumbre de alto nivel a la que asistirán 30 jefes de Estado y Gobierno, y que deberá aprobar el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, la hoja de ruta para afrontar los riesgos para la seguridad durante la próxima década, que sustituya al aprobado en Lisboa en 2010. También será el foro en el que se despedirá el actual secretario general, en el puesto desde 2014, y se elija a su sucesor.
Es decir, para los medios -altavoces de la posición de la oligarquía financiera- el único «premio» de esta reunión de la OTAN para nuestro país… es organizar una cumbre donde se dará forma a un mayor y más profundo encuadramiento de nuestro país en los planes de guerra de la superpotencia norteamericana. El «premio» es más subordinación, más encadenamiento a las agresiones del Pentágono.
Como un cánido esperando que caiga un hueso, cifran en la cercanía a Washington -en realidad, en cuanta más forzada sea la genuflexión y más descarada la pleitesía- mayores favores del emperador. Esta es la indigna posición de la clase dominante española.
España degradada, España saqueada, España encuadrada.
En los últimos años, se ha producido un notable salto en el proyecto norteamericano sobre nuestro país. Un proyecto de expolio de las riquezas nacionales que ha crecido en términos cuantitativos como cualitativos. Ha sucedido en todos los sectores: en el control sobre la industria, en la propiedad de las acciones de bancos y monopolios, en el reparto de las ganancias de los intereses de la deuda…
Un salto en la penetración del capital extranjero en las arterias de la economía española, que ha tomado posiciones privilegiadas en sectores hasta hace muy poco reservados a la oligarquía. El mercado energético, llave también de todo el sistema productivo, está ya en un 60% en manos del capital extranjero. Los grandes fondos extranjeros han pasado a ocupar un papel cada vez mayor en el mercado de la vivienda en España, tradicional fuente de acumulación de capital oligárquica.
La degradación de España sirve de lubricante para engrasar muchas cosas. Por ejemplo, para una mayor y más draconiana penetración del capital extranjero (principalmente norteamericano) en el país.
Por países, el que ha dado un salto cualitativo, incrementando su presencia especialmente en los sectores más cualitativos (energía, telecomunicaciones, banca, construcción…) es EEUU, muy por encima del capital europeo.
Todo ello ha ido acompañado de una notable degradación de España. La rebaja del prestigio de nuestro país, de su peso en los foros de decisión internacional, ha acompañado la ejecución del proyecto hegemonista. Colocando a España como un país que puede ser desautorizado en cualquier momento, donde se puede cuestionar su integridad territorial -el procés- o ser relegado de los lugares dirigentes de la Unión Europea.
Una degradación por parte de Washington que ahora se ha vuelto a plasmar en la reciente crisis política con Marruecos. Si el régimen alauita se ha atrevido a lanzar semejante chantaje a España es porque se siente respaldado por unos EEUU que se han abstenido de mediar en este «choque entre vasallos», lanzando un mensaje: es bueno para Washington que España sea zarandeada en el plano internacional.
Una degradación que sirve de lubricante para engrasar muchas cosas. Por ejemplo, una mayor y más draconiana penetración del capital extranjero (principalmente norteamericano) en el país. Para obligar a España a un aumento de sus presupuestos militares (hasta el equivalente al 2% de su PIB), aunque ello suponga recortar de otras partidas públicas. O un salto en el papel de las bases militares norteamericanas en España, justo en el momento en el que hay renegociar el Tratado Hispano-Norteamericano, así como un incremento de la participación de misiones en el exterior, donde marque la geoestrategia del Imperio.
Todo esto es lo que augura la escena del apresurado paseo -de 20 metros y 45 segundos- de Sánchez con Biden. Nada bueno.