El 9-N fue un gran día para Artur Mas, que pudo celebrar la seudoconsulta en la que se había empeñado gracias al pacto con las organizaciones transversales del independentismo que le facilitaron 40.000 sacrificados voluntarios. Y 2,3 millones de personas, el 35% del electorado potencial, fueron a las urnas con normalidad y seguramente ilusión en el llamado proceso participativo. Había ganado la partida a Mariano Rajoy, y al haberse plantado ante Madrid veía acrecentada su figura frente a la de Oriol Junqueras como líder del independentismo.
Y en los días siguientes, tanto la reacción de Rajoy de no querer negociar nada si había que hablar del referéndum (el miércoles 12), como la querella de la Fiscalía –con desavenencias entre la de Cataluña y el Fiscal General del Estado– confirmaron su imagen de héroe y víctima entre el electorado independentista.
Rajoy reaccionó con una destemplada negativa porque, al parecer, se sintió engañado. El Gobierno quiso evitar el espectáculo de un ruidoso choque de trenes y aceptó un discreto compromiso por el que Madrid no intervendría y miraría hacia otro lado si la Generalitat difuminaba su visibilidad en la consulta y el día 9 renunciaba al protagonismo cediendo la comunicación de los datos al democristiano Joan Rigol, que preside el Pacto Nacional por el Derecho a Decidir y que no tiene ningún cargo oficial. Y ahí parece que tuvo un papel la comisión Rigol-Arriola-Serrano cuya existencia fue revelada por El Periódico el sábado anterior al 9-N.
Por eso –según me asegura un muy alto cargo– el enojo y la irritación del Gobierno cuando vieron a primera hora del domingo que los datos eran facilitados por la vicepresidenta Joana Ortega y, sobre todo cuando por la noche Artur Mas compareció ante la prensa nacional e internacional como un vencedor. Aquello desencadenó la extraña intervención del ministro de Justicia cuando el Gobierno intentó evitar, in extremis, el ridículo ante su electorado. La frase textual escuchada es: “Ha sido demoledor, Artur Mas nos ha engañado pero no volverá a pasar, no va a haber otro 9-N en Cataluña, puedes estar seguro”.
El martes 25 de noviembre, cuando dio su conferencia, presentada casi como una encíclica papal, Artur Mas todavía saboreaba el éxito del 9-N e iba de ganador. Por eso dije en mi crónica del día siguiente que Mas se erigía en caudillo provisional y que exigía a Junqueras una lista única para unas elecciones plebiscitarias-referéndum, para dejar claro ante el mundo que Cataluña quería ser un Estado y alcanzar la independencia en 18 meses. Mas jugaba fuerte y algún conseller comentó –en voz baja– que levitaba un poco.
Pero las cosas han cambiado desde el 25 de noviembre y ahora Mas no sabe qué hacer. La prueba es que el conseller Homs afirmó ayer que no habría noticias sobre las posibles elecciones plebiscitarias durante unos días o semanas. ¿Qué ha pasado?
Por una parte que el viaje de Rajoy a Barcelona el sábado siguiente a la conferencia, el 29 de noviembre, decepcionó a la opinión pública catalana que está suspirando por un diálogo que suavice, arregle o resuelva el conflicto. Pero –me dicen– la intención de Rajoy sólo era reconfortar al PPC –que sentía que había quedado en evidencia el 9-N porque pasó lo que siempre dijo que no sucedería– y lanzar al mensaje a Mas de que no movería ficha hasta después de ganar las elecciones autonómicas de mayo y las legislativas de otoño (suponiendo, claro, que las gane). En Moncloa admiten que Rajoy se sintió traicionado cuando el pasado diciembre Mas pactó la pregunta y la fecha de la consulta y dicen que ahora la decepción –y el enfado– es todavía mayor.
El estado de ánimo de Rajoy es su problema y seguramente se equivoca porque su enroque no se entiende en la sociedad catalana pero –insisten– ahora Mas ya sabe que convoque o no convoque, gane o no gane, Rajoy no va a moverse hasta vuelva a ser investido presidente de Gobierno (si lo es, claro).
Pero el lío en que Mas está metido y la indecisión subsecuente no obedece a la actitud de Rajoy sino a que en Cataluña las cosas no le salen. Pese a toda su presión y la de Carme Forcadell –que actúa como aliada de Mas y que riñó a Marta Rovira, la secretaria general de ERC, tras la conferencia de Oriol Junqueras (las televisiones recogieron la escena)–, Junqueras no ha cedido. El líder republicano cree que ERC no puede dar vacaciones a sus siglas y que el objetivo independentista común en el programa (e incluso una coincidencia parcial en el nombre de la candidatura y algún acto conjunto) es suficiente. No compra ni la lista única ni poner en el congelador a los partidos 18 meses. Y en privado en ERC dicen que quieren relegarlos porque la marca CDC –tras la confesión de Pujol– ya no aporta nada.
No obstante lo peor es que los números no acaban de cuadrar. Vamos primero al 9-N. Fueron a votar 3,3 millones de personas. Son muchas e indica que una parte significativa de Cataluña –el 35 o 36% del electorado potencial (mayor que el censo porque votaban los de 16 años y los extranjeros)– quiere un referéndum. La seudoconsulta fue un éxito, pero las consecuencias electorales son limitadas. Son sólo 200.000 más que los que votaron a los partidos soberanistas (los independentistas mas ICV) en las elecciones del 2012.
Y los que votaron sí-sí (independencia) fueron 1,8 millones. Así, el techo independentista no se mueve o disminuye algo, porque sólo suma un poco más que el total de los votos de CiU, ERC, las CUP y otro pequeño partido que no sacó diputados en las elecciones del 2012 cuando el electorado potencial es mayor. E incluso puede que algunos votos sí-sí no vinieran de independentistas sino que fueran una protesta contra la política del PP respecto a Cataluña.
Y con un techo independentista de 1,8 millones –justo la mitad del total de electores que acudieron a las urnas en el 2012– es difícil hacer aceptar este objetivo a los otros catalanes, al Estado español y a la Unión Europea. Con el 49 o el 51% de los votos se puede gobernar con comodidad pero es difícil proclamar la independencia y que en Madrid, Bruselas y Berlín te reconozcan.
Y el golpe de gracia que ha hecho ‘enfriar’ a Homs la perspectiva de las plebiscitarias ha sido la brutal coincidencia de las encuestas electorales de El Periódico de hace unos días y la de La Vanguardia del domingo. Ambas encuestas tienen un punto positivo para Artur Mas. Por primera vez en varios meses la estimación de voto de CiU vuelve a superar (por muy poco en El Periódico, por más en La Vanguardia) a la de ERC. Pero el resto de la encuesta es una ducha de agua fría tanto para Artur Mas como para Oriol Junqueras. Actualmente CiU y ERC tienen juntas 71 diputados, cuando la mayoría absoluta es de 68, y en ambas encuestas tras unas nuevas elecciones se quedarían en un máximo de 67 y un mínimo de 63 (El Periódico).
Y en el caso de una lista conjunta el descenso sería mayor ya que se quedarían en 58-60 para El Periódico y en 64 para La Vanguardia. Las razones de esta caída se encuentran en el ascenso de las CUP, en el más fuerte de Ciutadans y en la espectacular irrupción de Podemos. Aunque aquí hay discrepancia, ya que El Periódico le da a Podemos hasta 21 diputados (en el caso de lista conjunta CiU-ERC) mientras que para La Vanguardia nunca pasan de 15. Para Artur Mas este último dato es especialmente preocupante ya que con ICV, el PSC o incluso el PPC (lo hizo en el 2011) puede llegar a pactos, pero con Podemos –cuyo único líder conocido en Cataluña es Pablo Iglesias– y con Albert Rivera cualquier acuerdo parece más difícil.
Tras el éxito del 9-N, Mas vuelve a estar –glamour aparte– en unas condiciones similares o peores a las de hace unos meses. Convocar elecciones anticipadas puede ser jugar a la ruleta rusa y seguir gobernando tras el divorcio con ERC (que parece lanzada al maximalismo) y tras la bofetada a Miquel Iceta de la conferencia del 25 de noviembre, y sin presupuestos puede ser –lo dice un aliado político– una lenta agonía.
Un mes después del 9-N las cosas se han complicado mucho para Mas y para Rajoy, entre otras cosas porque la falta de voluntad de diálogo castiga. Y la encuesta mensual de El País del domingo daba como primer partido al PSOE de Pedro Sánchez. Tiene el valor que tiene, pero era algo impensable hace muy poco. Veremos lo que dice hoy Miquel Iceta en su conferencia ya que la nueva moda de los líderes catalanes es hablar y hablarse a través de conferencias a las que se invitan. Empezó Mas, siguió Junqueras, habla hoy Iceta y la semana que viene lo hará Joan Herrerra. No consta que el orden esté pactado.