El Pentágono quiere ahorrar cien mil millones

Más guerra y menos burocracia

Miles de poblaciones de todo EEUU se han visto obligadas por la crisis a reducir un 30 o un 50% el alumbrado público en sus calles, despedir maestros o cerrar guarderí­as. Sin embargo, su ejército, buques y aviones de guerra siguen derrochando energí­a y recursos para tratar de controlar militarmente todo el planeta. Y el Pentágono pretende que lo hagan aún más, recortando el presupuesto en burocracia para dedicarlo a la guerra.

En el año 2001, el resupuesto del Departamento de Defensa norteamericano era de 293.000 millones de dólares. Diez años después, esa cantidad se ha más que duplicado: para 2011, Obama ha solicitado un presupuesto de algo más de 700.000 millones de dólares para cubrir las necesidades del Pentágono. Ni siquiera sumando el volumen total que invierten los siguientes 15 países del mundo que tienen mayores gastos militares obtendríamos una cifra comparable, a pesar de que entre ellos se encuentran potencias de la talla de China, Rusia, India, Brasil, Inglaterra Francia o Alemania. Y sin embargo, la suma de los gastos militares de los 15 siguientes es todavía un 20% inferior al de EEUU en solitario: 562.600 millones de dólares frente a 702.000. Por comparación, los gastos militares anuales de China –del que el Pentágono no cesa de lanzar señales de alarma por el incremento de su poderío militar– suma 84.000 millones de dólares. Es decir, apenas un 12% de los de EEUU. En otras palabras, China necesita acumular más de ocho años de gastos militares para igualar lo que EEUU gasta en uno sólo. Lo que EEUU consume en seis años es equivalente a lo que China dedicará durante medio siglo. Negocio doblemente privado Desde que Bush lanzó las dos guerras de Afganistán e Irak, no sólo el presupuesto militar de EEUU se ha disparado, sino que además se ha convertido en un doble negocio para las empresas privadas. A 30 de junio de 2010, el total de efectivos de las fuerzas armadas norteamericanas ascendía a 1.477.896 efectivos, de los cuales aproximadamente sólo la mitad (750.000) son fuerzas operativas de combate, mientras la otra mitad trabaja en las distintas dependencias del Pentágono. Pero además de este millón y medio de personas, el Departamento de Defensa dispone de otros 766.000 hombres aportados por los múltiples contratistas privados que trabajan para él. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el presupuesto de Defensa de EEUU no sólo ha servido para mantener por la fuerza de las armas su posición de superpotencia hegemonista, sino que al mismo tiempo ha supuesto una constante inyección de dinero público hacia las gigantescas corporaciones del complejo militar-industrial. Desde Boeing hasta McDonell-Douglas, desde General Motors hasta General Electric, billones de dólares han sido transferidos a lo largo de 6 décadas desde las arcas del Estado norteamericano hacia los grandes monopolios fabricantes de tecnología y productos de doble uso militar y civil. No es posible entender ni su gigantismo industrial ni su dimensión global al margen de estas ingentes inyecciones de dinero público. Sin embargo, con la llegada de Bush esta política de “subvención ilimitada” al complejo militar industrial se ha visto todavía superada con sucesivas ampliaciones en los presupuestos que han permitido la obtención de beneficios multimillonarios para las empresas privadas en nuevas áreas de la defensa. Nuevos contratistas privados, ajenos a las corporaciones “clásicas” del complejo militar industrial, han hecho su agosto en la última década. Compañías privadas de seguridad, de mercenarios, de servicios para las tropas, de reconstrucción de las áreas devastadas previamente por la guerra desatada por ellos mismos, de espionaje e inteligencia,… son los nuevos lobbies que hoy pululan en torno al Congreso y el presupuesto de Defensa. Más de 150.000 millones de dólares es la tarta que se reparten cada año. Sólo el presupuesto anual de defensa explica más de la mitad del déficit público del Estado norteamericano, que este año superará el 10% del PIB. Recortar en burocracia, gastar en guerras En un esfuerzo por contener la expansión ilimitada de ese gasto militar en unos momentos en que la deuda norteamericana lleva camino de convertirse en un cáncer incurable para su economía, el Pentágono ha anunciado un importante recorte de puestos de trabajo, sobre todo entre los contratistas privados; una reducción del número de altos mandos (generales y almirantes), y el cierre de uno de los 10 comandos unificados de las tres fuerzas del Ejército, el situado en Norfolk (Virginia), creado en 1999 para ejecutar su renovación tecnológica y educativa. Sin embargo, el departamento de Defensa no aplicará ninguna reducción presupuestaria para Afganistán e Irak. Más bien al contrario, no se trata de reducir los presupuestos de guerra, sino de acometer una serie de recortes sobre la inmensa burocracia del Pentágono, cuya reducción sería del orden de los 20.000 millones de dólares anuales. Que es, justamente, la cantidad que el Congreso, a propuesta de Obama, acaba de aprobar como partida de gastos adicionales durante este año para la guerra de Afganistán. En pocas palabras, dedicar menos a la burocracia, para dedicar más a la guerra. Y no sólo en Afganistán. En un reciente reportaje, el New York Times sacaba a la luz pública cómo la administración Obama se ha embarcado en una “guerra en las sombras” contra Al Qaeda y sus aliados. En él da cuenta de cómo en alrededor de una docena de países –que cubren dos continentes y abarcan un área tan extensa que va desde los desiertos del norte de África a las montañas de Pakistán, pasando por las ex repúblicas soviéticas–, EEUU ha aumentado de forma significativa sus operaciones militares y de inteligencia. Con una estrategia “multilateral” que incluye la utilización de aviones drones no tripulados y equipos de comandos de elite para eliminar a los líderes de la insurgencia, el reclutamiento de contratistas privados para realizar tares de espionaje sobre el terreno y la intensificación de la cooperación en la formación de fuerzas locales para perseguir a terroristas e insurgentes. Hacer de la necesidad virtud Presentado por el propio secretario de Defensa como recortes “dolorosos” que tienen en cuenta “las dificultades económicas que afronta la nación”, las reducciones anunciadas no son más que el reverso necesario del aumento en la inversión en armamento y tropas en la escalada militar de Afganistán y la puesta en marcha de las nuevas “guerras ocultas” de Obama, de las que hablaremos en los próximos días. La aparición en prensa e internet de los documentos confidenciales del Ejército y de los servicios secretos, ha provocado que ahora todo el mundo en EE UU sepa que la guerra de Afganistán puede llegar a convertirse, si los estrategas yanquis no saben o no pueden enderezar rápidamente su catastrófico rumbo, en un nuevo desastre a la altura del de Irak o, incluso peor, al de Vietnam. Reordenar la estrategia militar, el enfoque de las operaciones, el despliegue de las tropas y las necesidades logísticas, de inteligencia, seguridad, etc, exigía también, necesariamente, un reordenamiento presupuestario. Y en unos momentos en que la economía norteamericana cabalga sobre una deuda descontrolada e incontrolable, el Pentágono difícilmente podía recurrir a nuevas peticiones de aumento en el presupuesto de defensa. De esta forma, haciendo de la necesidad virtud, lo presentado como recortes presupuestarios, no es más que la adecuación de sus tan ingentes como inalterados (e inalterables) gastos a la nueva doctrina de sustituir el viejo “martillo” característico de la era Bush, por el “bisturí” de Obama.

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