Fotografí­a

Mágnum: De cooperativa ejemplar a monopolio digital

Era el año 1943, cuando Robert Capa, húngaro, y George Rodger, británico, decidieron fundar la compañí­a Magnum con el fin de trabajar de un modo independiente; de fotografiar y captar con toda libertad aquellas imágenes y momentos de la Historia que ellos mismos escogieran, evitando el asfixiante trato que por aquel entonces recibí­an ya los fotógrafos de prensa. Junto al polaco David Chim Seymour, el alemán William Vandivert y el francés Henri Cartier-Bresson, en 1947, fraguaron la más importante empresa fotográfica del mundo. Seis décadas después, la desenfrenada carrera por el comercio monopolizado de imágenes y textos en Internet, iniciada por Google y Microsoft, es continuada ahora por la tejana Dell, absorbiendo el archivo fotográfico más importante del mundo, y neutralizando todos los valores revolucionarios para los que fue concebido.

Ellos vivieron el desembarco de Omaha en el año 1944; ellos fueron los rimeros en entrar en los campos de concentración nazis para mostrarle al mundo las atrocidades que allí ocurrieron; ellos fueron los primeros fotógrafos occidentales que se abrieron paso en la extinta URSS cuando Stalin murió. Eran como una hermandad, unida, pero libre. Dispuesta a enseñarla al mundo la realidad en la que vivíamos; a mostrarles las transformaciones sociales tan importantes que durante todo el siglo XX se produjeron; a ser los ojos de la gente y poner en nuestras propias casas los horrores de las guerras y los cambios políticos. Sin que para ello tuvieran que complacer a los emporios de la comunicación que por aquel entonces ya devoraban el mundo, decidiendo con valentía plantarles cara y trabajar de forma independiente, gestionando su propia obra. Con una Laika en la mano ellos, profesionales como ningunos, en una época, en que ser fotoperiodista era un honor y un orgullo; en que era algo más que un simple trabajo remunerado, fueron capaces de dar su vida por su trabajo. De aquellos cinco grandes fotógrafos, Robert Capa murió al pisar una mina antipersonal en Indochina, adonde había acudido para cubrir las rebeliones contra los franceses. A Seymour lo ametrallaron los egipcios en el Canal de Suez cuando cubría un intercambio de rehenes. Bischof, un suizo que fue contratado al poco de abrirse la agencia, murió en un accidente en los Andes donde había acudido para cubrir otro reportaje… Precisamente con la muerte de estos puntales, artísticos e ideológicos, que habían iniciado la aventura, la sustancia de la agencia empezó a modificarse. La cantidad y calidad de imágenes que componían su archivo hacían del “botín” algo muy jugoso. Progresivamente la agencia se fue convirtiendo en una especie de “lobby” selecto, gestionado desde Nueva York, en el que había que pasar hasta tres cribas durísimas para poder ingresar, y así tener el privilegio de participar indirectamente de los derechos de este suculento archivo. Precisamente este fue el proceso que llevó, hace menos de un año, a Cristina García Rodero a convertirse en la primera española en ingresar en la agencia. Pero el bombazo definitivo se ha producido esta misma semana. El multimillonario Michael S. Dell, propietario de la marca de ordenadores Dell, ha adquirido el archivo de la agencia Magnum, consistente en cerca de 185.000 imágenes de los fotógrafos más importantes del siglo XX. La jugada de Dell, que ha adquirido los fondos a través de su firma de inversiones MSD Capital, recuerda a la que hicieron otros magnates como Getty y Bill Gates con otros archivos fotográficos. Viendo las posibilidades de los derechos de comercialización de las imágenes a través de Internet, la explotación de este tipo de material se antoja una de las más jugosas del mercado digital. De esta forma se consiguen subvertir por completo los principios que llevaron a aquellos fotoperiodistas pioneros a fundar su propio órgano de gestión, para acabar convirtiéndolo en un monopolio que, además, pretende destrozar cualquier legitimidad relacionada con la tan recurrente “propiedad intelectual”, para convertirse únicamente en un material apto para su explotación comercial monopolista y controlada, y no en un testimonio vivo que debiera ser patrimonio de la humanidad.

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