Tras dos meses deshojando la margarita, finalmente el presidente francés Emmanuel Macron ha descartado nombrar como primera ministra a Lucie Castets, la candidata del Nuevo Frente Popular (NFP). Lo ha hecho «en nombre de la estabilidad institucional”, optando por hacer primer ministro al conservador Michel Barnier de Los Republicanos, una fuerza derechista que apenas obtuvo el 6,5% de los votos.
Un gobierno de derechas que además -dado el monumental y lógico enfado de las fuerzas de izquierda- dependerá en buena medida de ganarse el apoyo de la extrema derecha lepenista para poder aprobar leyes y medidas
«Lampedusiano» es una bonita palabra. Hace referencia a la famosa novela, El Gatopardo, del Príncipe de Lampedusa, que acuña la máxima «que cambie todo, para que todo quede igual». Este bello adjetivo puede servir para describir lo que ocurre en el laberinto político que es Francia.
Pero también podemos recurrir a una expresión más moderna y gamberra, popularizada por aquello que David Bisbal le hizo a Chenoa, «hacer la cobra», apartar la cabeza para evitar un beso indeseado.
Tal cosa es lo que ha hecho Macron a la izquierda francesa. El enarca ha hecho verdaderas piruetas para acabar haciendo lo que muchos sospechaban que haría: evitar cohabitar con un Nuevo Frente Popular al que le enfrenta un programa no ya contrario, sino antagónico.
‘Contigo no, bicho’
Tras más de 50 días de bloqueo político después del resultado de las urnas, que generaron una Asamblea Nacional dividida en tres bloques -la izquierda del Nuevo Frente Popular, que fue la más votada y obtuvo 193 escaños de los 577 de la cámara; el bloque presidencial de los macronistas y sus aliados (derecha, centroderecha) con 166 escaños; y el bloque ultra de Le Pen (Reagrupamiento Nacional, con 126)- y después de convocar unas elecciones legislativas anticipadas para conjurar el auge de la extrema derecha, ahora Macron ha rechazado cogobernar con el NFP.
Con su habitual pomposidad, el comunicado del Elíseo señala que «al término de las consultas, el presidente de la República constató que un Gobierno basado únicamente en el programa y los partidos propuestos por la alianza con más diputados, el Nuevo Frente Popular, sería inmediatamente censurado por todos los grupos representados en la Asamblea Nacional”.
Macron echa la culpa de su decisión a moción de censura que «inmediatamente» presentarían los demás partidos contra un gobierno del NFP… para evitar reconocer que el primero que los censura es precisamente él, junto a los círculos de la clase dominante francesa.
Los vetos comenzaron con las reticencias a aceptar en el gobierno a La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchón, la fuerza mayoritaria en el NFP y «bestia negra» no sólo del macronismo, sino de buena parte de la derecha política y mediática francesa. Pero pronto los insumisos se autoquitaron de en medio, aceptando estar fuera del gobierno. «Si con esto no quitan el veto, podremos decir que los ministros insumisos son simplemente un pretexto, y que lo que no quieren es el programa del NFP», dijo Mélenchón en una entrevista televisiva.
Pronto se evidenció que el izquierdista tenía razón. En un acto en París, el presidente de la patronal francesa -Medef, equivalente galo de la CEOE- Patrick Martin, dijo que el programa del Frente Popular resultaría “insoportable” para el país.
Y hasta el semanario L’Express hizo públicas unas declaraciones off the record del mismo Macron, negándose a un Ejecutivo encabezado por Castets u otro dirigente del Frente Popular. “Si la nombro (…), derogarán la reforma de las pensiones y aumentarán el salario mínimo a 1.600 euros netos, los mercados financieros entrarán en pánico y Francia se hundirá”.
Francia en su laberinto
Tras el resultado de la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Francia, en las que contra todo pronóstico una gran movilización electoral cerró el paso a un gobierno de Le Pen, todo el mundo se preguntó cómo iba a ser posible un gobierno de cohabitación de Macron con la ganadora en la urnas, la izquierda del NFP. La realidad es que ha habido nula voluntad política por parte del Elíseo.
No sólo porque el NFP insiste en derogar algunas de las medidas estrella de Macron, como la reforma de las pensiones, sino porque la práctica totalidad del programa de la izquierda es una enmienda integral al programa del enarca, poniendo en cuestión intereses vitales de la resabiada clase dominante francesa.
El programa del NFP exige aumentar los salarios elevando el salario mínimo a 1.600 euros netos; o garantizar un precio mínimo a los agricultores y gravando los superbeneficios de los gigantes agroindustriales y la gran distribución; o elevar los impuestos a los más ricos; o requisar las viviendas vacías necesarias para alojar a las personas sin hogar. En lo internacional, rechazan las restricciones de austeridad del pacto presupuestario europeo, o romper el apoyo de París al genocidio israelí en Gaza, por ejemplo.
Y por eso, la “salida” de Macron ha sido meter a Francia un poco más dentro de su propio laberinto, poniendo la mecha para un nuevo estallido político y social.