Aupado sobre los hombros de más de 57,2 millones de brasileños, y con un 48,4% de los votos, el candidato del Partido de los Trabajadores, el expresidente Lula da Silva, ha superado por más de cinco puntos y 6 millones de votos al actual presidente, el ultraderechista y trumpista Jair Bolsonaro.
Se trata de un gran éxito, de una inmensa victoria, aunque no sea definitiva. Y más si tenemos en cuenta que hace sólo tres años, en 2019, Lula estaba condenado a 20 años de prisión, víctima de una trama fraudulenta y prevaricadora, de un escandaloso caso de “lawfare” dirigido por Sergio Moro -que luego fue premiado con el ministerio de Justicia por el propio Bolsonaro- que ha sido desacreditado incluso por comisiones de la ONU. Y aún más si tenemos en cuenta que el PT no perdió el poder por ninguna derrota electoral, sino por un impeachment, de un golpe blando, detrás del que estaban los sectores más reaccionarios de la clase dominante brasileña, y sobre todo, los centros de poder del hegemonismo norteamericano.
Ahora Lula -aupado por la indoblegable lucha del pueblo brasileño- no sólo ha salido de prisión, sino que es de nuevo el gran favorito para ganar la presidencia de Brasil.
Ha faltado poco, muy poco -1,6 puntos, más o menos 1,9 millones de votantes- para que se cumplieran los pronósticos que daban a Lula el 50% de los votos necesarios para sentenciar las elecciones generales en la primera vuelta. «Vamos a ganar, esto es sólo la prórroga», ha dicho el candidato del PT.
Y así es. Ahora Lula, cabeza de una amplia coalición apoyada por una gran cantidad de partidos de izquierdas -desde los anticapitalistas del PSOL a los comunistas del PCdoB-, de movimientos sociales -sindicatos, Movimiento Sin Tierra, indígenas y quilombolas, feministas, LGTBI…- y hasta por importantes sectores de la burguesía nacional opuestos a la desastrosa gestión de Bolsonaro -representados por el que fue rival de Lula, el centrista Geraldo Alckmin del PSB, ahora «segundo de chapa» de la coalición- tiene ante sí cuatro semanas, una eternidad en política, para seducir a los 10 millones de brasileños que no le han votado a él ni a su rival, y sobre todo a los 32 millones de ciudadanos que, a pesar de que el voto es obligatorio en Brasil, no se han movilizado en esta primera vuelta.
El enemigo a batir, el ultraderechista Jair Bolsonaro, ha demostrado ser más resiliente de lo que se pensaba. No ha quedado 10 o 15 puntos por detrás de Lula, como vaticinaban todas las encuestas. A pesar de su criminalmente negligente y negacionista gestión de la pandemia -boicoteando las medidas de salud pública ante un virus que ha matado a 686.000 brasileños-, a pesar de sus ataques a las condiciones de vida y de trabajo de las clases populares (duplicándose hasta los 33 millones el número de brasileños hambrientos), a la Amazonia y el medio ambiente, a las comunidades indígenas o afrodescendientes, o las libertades y a la propia democracia, el «Trump tropical» Bolsonaro –y los sectores de la clase dominante y de los centros de poder hegemonistas que están detrás de él- han conseguido instalar una honda división y polarización en la sociedad carioca.
Frente a la división, unidad. Frente al tóxico veneno del enfrentamiento fascista, la esperanza de un Brasil que vuelva a retomar la senda del progreso, la libertad, la prosperidad, la redistribución de la riqueza y la conquista de la soberanía frente al imperialismo que hizo brillar su anterior etapa de gobierno. Una campaña en positivo, uniendo todo lo unible frente a las tinieblas y las amenazas de cuatro años más de trumpismo bolsonarista. Esta es la línea que ha permitido a Lula ganar en la primera vuelta, y debe perseverar y desarrollar esta estrategia para ampliar su base de apoyos.
Lula, la izquierda y los movimientos sociales pueden y deben ganarse el apoyo de millones de brasileños más, convirtiendo este primer éxito en la victoria definitiva que cambie de nuevo el rumbo de Brasil, retornando al gigante iberoamericano al seno de los gobiernos progresistas y defensores de la soberanía contra las imposiciones y el saqueo imperialistas, en un contexto continental donde los pueblos avanzan arrolladoramente y el Imperio retrocede.
Desde estas páginas compartimos las esperanzas, las ilusiones y los anhelos de los millones de brasileños, de los cientos de millones de hispanoamericanos y de los muchos millones más de progresistas a lo largo del mundo que ansían ver el 30 de octubre el retorno de Lula a la presidencia de Brasil. ¡Vamos, Lula!
Castellano dice:
Totalmente de acuerdo con el artículo. Es una gran alegría y una muestra de que los pueblos avanzan frente a la idea de que los fascismos van avanzando por todas partes. ¨Más de 57,2 millones de brasileños y con un 48,4% de los votos¨ ¡se dice pronto!
Gran triunfo de Lula que ha sido perseguido judicialmente y que ha salido adelante a pesar de todo. Como matiz, considero erróneo utilizar el término lawfare o impeachment cuando hay palabras en castellano que lo describen perfectamente como guerra judiacial o moción de censura.
Gabrielle dice:
Estoy flipando en colores con este artículo. Parecéis los voceros del PSOE. Lula es un corrupto a la izquierda que fue condenado sin cumplir condena y que ahora resurge como áve fénix en contra de Bolsonaro, que apoya la fracción de Trump. Además el 21 de septiembre de este año, Lula se reunió con Douglas Koneff, principal autoridad de la Embajada de los EEUU y que Biden ve con muy buenos ojos que Lula salga otra vez como mandatario electo. Brasil al pertenecer a los países Brics es duro mazazo para las aspiraciones económicas, sociales y políticas del pueblo brasileños. La contradicción principal ya no es izquierdas contra derechas, eso ya forma parte del pasado, sino de que el enemigo principal de todos los pueblos del mundo es la línea de Biden de EEUU.