El periodista Antonio Maestre -subdirector de La Marea, eldiario.es, Le Monde Diplomatique, Jacobin Magacine- y colaborador habitual en programas como Al Rojo Vivo, Más Vale Tarde o La Sexta Noche, es uno de los más conocidos comunicadores de la izquierda mediática.
Maestre acaba de publicar “Los rotos: las costuras abiertas de la clase obrera” (Akal, 2022) donde enfoca cómo la cuestión de clase es el elemento decisivo, aunque permanentemente sustraído u ocultado, sin el cual no podemos entender nuestra existencia cotidiana
.
Titulas el libro “Los rotos: las costuras abiertas de la clase obrera”. Situando que esa es una característica esencial de la clase obrera: no hay nada estable e irrompible, las grietas forman parte de la “vida normal” del pueblo trabajador frente a una burguesía que sí tiene estabilidad. ¿Cómo definen estos “remiendos” la vida de la clase obrera?
Todos hemos convivido desde niños con la ruptura y el remiendo. Todo era frágil y lo remendabas. Si tu padre perdía el trabajo tenías que rehacerte. La vida de la clase trabajadora es de una fragilidad constante, sin tregua para asumir las pérdidas. Tienes siempre que volver a levantarte, a reconstruirte, volver a buscar trabajo. Una vida que está todo el rato rompiéndote y reconstruyéndote desde lo más cotidiano a lo más existencial.
Todo el libro está recorrido por un mismo hilo conductor: la cuestión de clase como absolutamente clave. Determina cuántos años vives, el acceso a la cultura, tu salud mental, el grado de escolarización al que puedes aspirar, como vistes… En un pasaje del libro planteas que la clase es “el elefante ocupando toda la habitación”, nadie puede negar que está ahí pero no se debe hablar de ella. ¿Es el gran tabú, lo que no debe mencionarse? ¿Por qué?
Trabajando en los medios de comunicación me he dado cuenta que cuando se habla de temas completamente estructurales relacionados por ejemplo con el trabajo o la pobreza nunca aparece la estructura, la clase como elemento primordial que lo define. El otro día El País publicaba un artículo muy interesante sobre las diferencias de salubridad entre los barrios y la palabra clase no aparecía en ningún momento. Es un concepto que durante mucho tiempo las reformas neoliberales intentaron borrar. El discurso actual, por ejemplo, de Isabel Díaz Ayuso niega que existan las clases sociales. Eso ha ido asumiéndose, empapando a la sociedad. Los medios de comunicación son una representación elitista de la sociedad. Al no haber muchos periodistas de origen trabajador con conciencia de clase ese concepto desaparece. No es que haya una orden de borrar el término, tiene más que ver con un humor social que niega la clase. Incluso la misma clase trabajadora no se identifica con su propia esencia.
«La clase social te costaba la vida durante la pandemia»
Por ejemplo, ahora se tiene más conciencia sobre la salud mental gracias también a que desde distintas alternativas de izquierdas o voces progresistas se ha contribuido a darle visibilidad a este problema. Pero, ¿no se le ha sustraído el sello de clase a las enfermedades mentales? ¿Nos hace enfermar el capitalismo?
Totalmente. El capitalismo tiene la capacidad para dar sucedáneos como solución a los problemas que él mismo provoca. Los problemas mentales muchas veces vienen derivados de una situación de precariedad laboral y en vez de intentar resolver los problemas estructurales que nos enferman el capitalismo busca diluir las causas. Cuando los problemas de salud mental no se abordan desde una perspectiva de clase tratamos los problemas exclusivamente yendo al psicólogo, con fármacos o “ayudándote a ti mismo» apuntándote al gimnasio, buscando hobbies o comprando libros de autoayuda. Las salidas que se suelen dar a los problemas mentales sin analizar las causas sociales al final acaban en el individualismo.
Utilizas una imagen en el libro, el “techo de ladrillo y argamasa”, un techo de clase cuya existencia afirmas es tan concreta como el “techo de cristal” que lleva décadas denunciando el feminismo. ¿En qué consiste este techo de ladrillo de clase? ¿Cómo actúa?
Son múltiples las maneras en que tomas conciencia de que por tu origen social hay unos límites que no vas a poder alcanzar. Si has tenido que trabajar para estudiar te va a limitar en el futuro porque no has podido competir en igualdad de condiciones con los que han hecho un máster en EEUU. Pero además de esos lastres, existe luego una especie de red endogámica que tejen las burguesías para evitar el acceso a cualquiera que venga de las clases populares a los puestos de decisión. La sociedad está estructurada para impedir que la clase trabajadora pueda acceder a los puestos de representación social y que esos puestos estén copados siempre por las élites.
Te rebelas contra la propaganda que oculta o justifica la explotación. Por ejemplo, el mensaje de la meritocracia, de la cultura del esfuerzo. ¿Cuál es esa gran mentira?
Si el esfuerzo y el mérito primaran sería la clase trabajadora quien dirigiría el mundo, porque nadie se esfuerza más en su vida que alguien que ha trabajado durante 50 años con una pensión no contributiva porque no le han dado de alta. El mérito tendría que ser algo a lo que aspirar. De cada cual según su capacidad y a cada cual según su necesidad. El problema es que la estructura social no está preparada para que el mérito sea uno de los factores determinantes.
La cultura del esfuerzo es un relato interesado del neoliberalismo que busca ocultar a la clase trabajadora la existencia de una estructura que les impide progresar. La responsabilidad de tu precariedad no es por tanto del orden social sino que es culpa tuya, porque no te has esforzado lo suficiente. La consecuencia es que en lugar de buscar soluciones colectivas, la alternativa que te dan es mirar en el interior de uno mismo integrando la culpa.
«Si el esfuerzo y el mérito primaran, sería la clase trabajadora quien dirigiría el mundo»
Afirmas en el libro que “tu código postal es más determinante que el genético”. Durante la pandemia se llegó a decir que “el coronavirus no entiende de clases sociales”, pero acaba de publicarse un estudio que confirma que la covid contagió más en los barrios pobres de Madrid. ¿Sí había un filtro de clase en la pandemia, no?
La clase social te costaba la vida. No hacía falta un estudio. El sesgo de clase era una obviedad a ojos de cualquiera. Los espacios habitacionales eras claves para contagiarte o no. No era lo mismo estar confinado en un piso que en un chalet. Sólo hay que ver quiénes tenían que seguir trabajando, los que podían teletrabajar y los que no, las tasas de incidencias en determinados barrios …Cada aspecto de la pandemia tenía una configuración de clase que lo determinaba todo.
Te rebelas contra una visión idílica, idealizada, de la clase obrera, que esconde lo que no conviene a un modelo estereotipado. También hay maltratadores y machismo en las familias obreras, se quiere escapar de los barrios obreros porque son un entorno hostil, mencionas cómo tenías que esconder que leías porque era un signo de debilidad… ¿Por qué ocultar esos conflictos, por qué no abordarlos directamente?
Porque es mucho más difícil abordar la complejidad que mitificar nuestro origen o simplificar los conflictos. Y eso en determinados contextos está bien. En ciertos discursos de combate no puedes estar estableciendo infinitos matices a cada situación. Son los análisis los que te exigen más fineza, los que te ayudan a encontrar todos esos matices.
«Los medios de comunicación son una representación elitista de la sociedad»
También señalas a una determinada izquierda, que no entiende la pluralidad y diversidad de la clase obrera y el pueblo trabajador, reduciéndolo a una imagen uniformada donde se excluyen a los más explotados u oprimidos. ¿Qué tiene que cambiar la izquierda en su relación con la clase obrera?
Es necesario tener un diagnóstico adecuado sobre la diversidad de la clase trabajadora. Mitificar la clase desde un punto de vista nostálgico no ayuda a tener una alternativa para el futuro ni las recetas para nuestro tiempo. La izquierda se pierde en idealizar luchas del pasado, que por supuesto nos conformaron, pero hay que reconstruir constantemente nuestra concepción actual porque la realidad cambia. Existen otras muchas identidades cruzadas que deben ser incluidas en un frente común. Sin negar la existencia de la clase hay que sumar a otras inquietudes que existen entre la clase trabajadora. Hace 50 años no había clase trabajadora racializada y ahora sí. Tenemos que ser inclusivos en nuestro discurso porque son tan clase trabajadora como un obrero de cuello azul, pero también les oprimen y discriminan por su raza.
«Es necesario un diagnóstico adecuado sobre la diversidad de la clase trabajadora»
Uno de los pasajes más brutales del libro es la visita al hospital de una mutua laboral. Afirmas que “los hospitales de las mutuas laborales recogen el dolor de toda una clase, son almacenes de material defectuoso para la productividad capitalista”.
Fue una experiencia bastante demoledora. Mi padre entonces era camionero y se fracturó una vértebra al caer del camión. Cuando fui al hospital de la mutua a recogerle me quedé observando y haciendo una crónica del dolor de la clase trabajadora. En un hospital normal se mezclan diferentes patologías y no acabas de ver el dolor específico provocado por el trabajo. En una mutua sin embargo todos los pacientes son accidentados por el trabajo. No solo veías el dolor físico, “la mano de obra estropeada”, sino también el dolor emocional en la mirada de quien había sido educado sólo para el trabajo y era consciente de que nunca más volvería a ser útil.
En casi todo el libro contrapones el “nosotros” al “ellos”, las diferentes vidas de clase. Incluso planteas que “ser consciente del nosotros es más sencillo cuando tienes conciencia de la presencia del ellos”. Frente a aceptar pasivamente su desprecio, su clasismo, afirmas que “devolverles el odio de clase es un ejercicio muy sano”.
A mí es una de las cosas que más me gusta, que más me divierte. Durante mucho tiempo he sufrido el desprecio de clase. Cuando tienes a mucha gente por encima tuyo aprendes a morderte el labio y tragar. Es algo que forma parte del acervo de la clase trabajadora. Cuando logras salir de ciertas espacios y consigues sentirte en posición de igualdad, que no de superioridad, y te intentan despreciar con comentarios clasistas es en ese momento cuando sacas todo lo que has aprendido, tu altanería, tu orgullo de clase. Notas su rabia porque no están acostumbrados a que les rechisten o rebatan quienes ellos desprecian por su origen. Solo por verles la cara merece la pena devolverles ese odio que ellos han capitalizado.
Carlos dice:
«además de esos lastres, existe luego una especie de red endogámica que tejen las burguesías para evitar el acceso a cualquiera que venga de las clases populares a los puestos de decisión.»
Tienes toda la razón Antonio. Eso de que habla el tercer Estado en la revolución francesa es una estafa. Al menos en mi sector, el software, para ascender de clase, necesitas una idea innovadora, como el ms-dos de Microsoft o el WhatsApp. Está todo inventado y con el monopolio de mercancías del dicho Microsoft u Oracle. Si no las tienes vas dao
Compra, compra a Microsoft
Carlos dice:
Muy buena entrevista Antonio
Di que sí, que los trabajadores lo producimos todo, casas, coches, etc, somos el 90% de la sociedad y no salimos en la tele
Os pongo un cuentecillo de Bertolt Brecht https://lecturia.org/cuentos-y-relatos/bertolt-brecht-los-tiburones-fueran-hombres/744/