Jorge Gómez es Diputado de la Asamblea Departamental de Antioquia (Colombia), por el Polo Democrático Alternativo
Empecé a trabajar a los 18 años de edad, en una entidad del Estado, y después de 20 años de servicio me despidieron sin compasión en medio de una llamada reestructuración. En ese momento estaba pagando mi casa, la cual había adquirido mediante un crédito hipotecario, y tenía mis dos hijos en la universidad. Esto es lo que cuenta el Rogelio de nuestra historia. Desde ese momento empezó el peregrinaje por agencias de empleo y oficinas de dirigentes políticos. Entregó tantas hojas de vida que con ellas hubiera podido montar un negocio de papelería y asistió a tantas entrevistas sin resultado alguno por su edad o falta de perfil, que llegó a sentir que en realidad era poco menos que un inútil, un bueno para nada. De esta manera transcurrió un largo y angustioso año. Se colgó en el pago de las cuotas hipotecarias y se vio abocado a un proceso ejecutivo amén de que tuvo que retirar a sus hijos de la universidad.Hasta que un día un amigo le contó que en el nordeste antioqueño había un patrón que no solicitaba hoja de vida ni cartas de recomendación, no exigía una edad o una experiencia determinadas y el único requisito que demandaba era deseos y necesidad de trabajar. Viajó a conocerlo y a ensayar. Desde el primer momento hubo empatía con el empleador y hoy casi diez años después, gracias a que lo recibió con los brazos abiertos, sin ninguna exigencia, logró cancelar la hipoteca y pagar la universidad de sus hijos hasta que se graduaron y continua una relación armoniosa con ese patrón, que no es otro que el Río Porce, que nunca le ha negado un poco de oro para sobrevivir dignamente.Esta historia se repite por miles en el cañón del Río Porce en Antioquia y por centenares de miles por todo el territorio nacional. Pero ahora esos rogelios se enfrentan a una especie de nueva reestructuración y están amenazados con nuevos despidos masivos o masacres laborales como certeramente las denominan los sindicatos.Esta vez el gobierno de Juan Manuel Santos ha declarado la guerra a los mineros informales como Rogelio, acusándolos de depredadores ambientales, auxiliadores de grupos criminales y miles de pecados más, al punto que ha equiparado su actividad con la de los narcotraficantes. ¿Por qué? se preguntan los rogelios. Ellos saben con certeza que su único delito ha sido hacerle el quite a la pobreza en una actividad durante más de cinco siglos nadie había considerado ilegal y si acaso puede calificarse de informal cuando se desarrolla sin título.En una sociedad como la colombiana, excluyente, desigual como la que más, que le cierra la posibilidad de acceder a un trabajo decente a millones de ciudadanos mientras colma de beneficios y privilegios a un puñado de monopolios nacionales, pero especialmente a los extranjeros, es apenas lógico que cuando un mineral que abunda en nuestro subsuelo o en el lecho de nuestros ríos y quebradas, se cotiza a los precios astronómicos a los que hoy lo hace, los desamparados de siempre lo busquen para no morirse de hambre.«Hoy hay una verdadera avalancha de rogelios sobre nuestros ríos y quebradas»Hoy hay una verdadera avalancha de rogelios sobre nuestros ríos y quebradas, consiguiendo el pan de manera honrada pero desde luego de forma desordenada, sin precauciones suficientes de tipo ambiental o de seguridad social o industrial. En una sociedad democrática, al Estado le corresponde acudir de manera eficiente y vigorosa a educar, organizar, formalizar y apoyar a esos compatriotas para que obtengan su sustento de forma segura y amigable con el medio ambiente.Pero en la Colombia gobernada por vendepatrias que se derriten ante el señor Drummond, los dueños de Pacific Rubiales, la Anglo Gold Ashanti o la Gran Colombian Gold, algunos de los monopolios extranjeros que ya poseen la concesión de la inmensa mayoría de las áreas con potencial aurífero, petrolero o carbonífero, no hay campo para los rogelios. A juicio de Santos Calderón y Cárdenas Santamaría, estos deben ser erradicados como una plaga, mientras a los grandes predadores ambientales se les colma de exenciones tributarias, protección con destacamentos enteros de nuestras fuerzas armadas, amén de todo tipo de gabelas.Pero los rogelios habrán de levantarse con dignidad y valor civil a defender el sagrado derecho al trabajo y sobre todo, a ser tratados como nacionales en su propio territorio. Hoy el gobernó se ve en calzas prietas para materializar la amenaza de llevar a cabo una operación exterminio contra la pequeña y mediana minería informal o de hecho, que es lo único que se le ha ocurrido para atender el asunto. Allí está, como en un crisol una de las más grandes reservas de patriotismo que tiene Colombia y en esos entables están por escribirse hermosas páginas de la historia de la defensa de nuestra soberanía nacional. ¡Que vivan los rogelios!