Desde comienzos de año el tono general de los mensajes de los organismos económicos internacionales (y de los políticos) muestra un sesgo pesimista, con renuncia a cualquier alharaca de recuperación. Tanto en el G20 como desde la OCDE y el FMI, que empieza hoy su tradicional reunión de primavera, han emitido avisos sobre el riesgo de una recaída que puede llegar a convertirse en la tercera recesión de la crisis. La economía y el comercio mundial crecen, pero van a menos, los sucesivos pronósticos son cada vez menos pesimistas y las recomendaciones para rectificar la tendencia caen en el vacío.
Desde comienzos de año el tono general de los mensajes de los organismos económicos internacionales (y de los políticos) muestra un sesgo pesimista, con renuncia a cualquier alharaca de recuperación. Tanto en el G20 como desde la OCDE y el FMI, que empieza hoy su tradicional reunión de primavera, han emitido avisos sobre el riesgo de una recaída que puede llegar a convertirse en la tercera recesión de la crisis. La economía y el comercio mundial crecen, pero van a menos, los sucesivos pronósticos son cada vez menos pesimistas y las recomendaciones para rectificar la tendencia caen en el vacío.
La Reserva Federal ha decidido tomarse con calma el programa de subida de tipos que hace seis meses apuntaba a un cuarto de punto por trimestre, y ahora no está claro que ni siquiera sea un cuarto por semestre. En la FED temen que la recuperación norteamericana sea más débil de lo que aparenta y también que cualquier cambio en la estrategia monetaria del dólar produzca efectos negativos no deseados en otras economías. La globalización y el efecto mariposa ya no son una brillante teoría, más bien una amenaza inminente.
Desde las palancas monetarias que controlan los bancos centrales, cada vez más coordinados entre sí, con más independencia política, no se puede hacer mucho más, ni siquiera poco más, para reactivar las economías. La clave ahora radica en los gobiernos, especialmente los de los países menos afectados por la recesión (es el caso de Alemania) que disponen de margen para estimular la demanda y el comercio. Temen que cualquier política expansiva amenace sus equilibrios internos, en concreto la estabilidad de los precios; un temor ancestral y paralizante.
La Comisión Europea pretende promover inversiones para reactivar las economías, el llamado Plan Juncker trata de movilizar recursos para desplegar programas calificados como adecuados para reactivar; pero los resultados son discretos, demasiado lentos y limitados como para alcanzar los objetivos previstos. El sistema financiero sigue formando parte del problema, los bancos prestan, aun mantienen carteras de fallidos y morosos que amenazan su solvencia y no encuentran inversiones aconsejables. Mientras tanto la deuda privada desciende desde hace un par de años, pero sigue siendo demasiado alta; y la deuda pública no deja de crecer, sin que ello signifique inversión productiva.
En ese panorama la economía española muestra algunos sesgos diferenciados, crece más que la media, sus exportaciones van mejor que la media, pero ni la deuda ni el déficit rectifican unos datos que figuran entre los peores del mundo. España necesita rectificar su política económica, trazar objetivos creíbles y aplicarse para alcanzarlos; pero este tema no forma parte de la agenda política, todo lo contrario, hay déficit de diagnósticos y carencia de políticas verosímiles. Los recados del FMI advierten de frío ambiental para las economías, pero en España la sensación térmica de los que deciden es de una confortable primavera. Los riesgos de un frenazo a la vuelta del verano, cuando acabe el viento de cola del turismo y los beneficios del abaratamiento del precio del petróleo podemos darnos de bruces con otro parón que puede acabar en recesión. Claro que aquí ahora las preocupaciones son otras.