De nuevo los inmigrantes. Los saltadores de vallas enjaezadas con cuchillas. Y, al fondo, el tocomocho Atlántico de un Gobierno que toma la mentira como chek point para justificar el pasote de sus centinelas. Carguen, apunten, fuego. Merecemos algún ministerio que no nos mienta. Uno solo.
Antes fue el haloperidol (lírico Aznar), que amordazaba al negro en un dulce sueño. Luego el cupo de detenciones (gendarme Rubalcaba), tan socialista. Ahora, el pelotazo de goma (pío Fernandez), tan letal. Qué mas da. Estas gentes abatidas, inquilinos del mundo rechazado, no son censo sino chatarra humana. El País anuncia que hay 30.000 seres esperando el asalto a Ceuta y Melilla. ¡El asalto! ¡Y 30.000! Son muy pocos. Calculo millones, de punta a punta de África. En la desesperación no suelen cuadrar las cuentas, sobre todo para los que pierden.
Esta gente es el alpiste del debate cuando en verdad no hay ganas de debatir nada. Hombres y mujeres de talón amarillo que un día fueron fontaneros de la belle époque, de aquella otra miseria disimulada con grúas de oro. Munición humana lanzada por Marruecos, Libia, Egipto, Túnez, para calibrar el grado de nuestra debilidad. Y, de paso, afearnos como lo que también somos: otra dársena de la indigencia. Un hospicio de racismo, sin más. Pedazo de país esta España.
Algunos saben que el problema de la inmigración consiste en que siga siendo problema. Y la discapacidad del Gobierno (cual sea) es un aval que garantiza el drama. Aquí los negros importan lo justo. Son el bisel marginal de los telediarios, como nosotros somos el reborde pobre y patilludo de la Europa rica. Hablamos de Ceuta y de Melilla porque hemos agotado todos los temas que quedaban (el paro, la corrupción, la evasión fiscal, el cilicio de los impuestos, la verbena de la Monarquía, ETA y sus alrededores…).Entonces es cuando volvemos al negro como tema de portada, disparando sin ley contra los que llegan tarde. En España nunca hemos sabido qué hacer con la miseria de siempre.Ésa que se obstina en vivir sobre sus patitas secas. La que entendemos con el mismo desprecio con que se abre la puerta al cobrador del frac.
A los miles de negros que aguardan como nautas oscuros en la frontera le dicen «alarma social». A un sistema con decenas de políticos imputados por corrupción lo llaman, a secas, democracia. Entre una y otra sólo median, hoy, 15 muertos y unas cuantas pelotas de goma mal mentidas.