“El nuevo paradigma no es el emprendimiento. Sigue siendo el trabajo, el trabajo asalariado”, clamaba hace una semana Ignacio Fernández Toxo, el secretario general de CC OO. La última remesa de datos de la contabilidad nacional, suministrada ayer por el Instituto Nacional de Estadística, explica el tono reivindicativo del dirigente sindical. Porque, por primera vez, las remuneraciones de los asalariados han dejado de llevarse el mayor trozo en el reparto de la tarta de la riqueza.
En el trimestre final de 2012 se produjo un relevo largamente anunciado: las rentas salariales se quedaron con el 44,24% del valor añadido generado por la economía española, mientras que los excedentes brutos de explotación —que incluyen los beneficios empresariales, pero también las rentas de los trabajadores autónomos, el dinero ahorrado por las compañías para invertir o los intereses generados por el capital—, llegaban al 46,16%. Los impuestos sobre la producción, con una cuota del 9,6%, completa está distribución del producto interior bruto (PIB).
El peso creciente del empleo autónomo frente al trabajo asalariado y la presión a la baja sobre los sueldos (en contraste con el alza de los beneficios empresariales) explican una tendencia que arrancó en los años noventa del siglo pasado. De hecho, el INE ya dio por hecho que el relevo se produjo a finales de 2011, aunque luego revisó los datos.
El desplome de la remuneración de los asalariados en los últimos meses (retroceden un 8,5% en el último año) se combina ahora con el avance de los excedentes empresariales (1,4% más) para dar el empujón final.