Tras conocerse la noticia del fallecimiento de Mijail Gorbachov, una oleada de artículos en periódicos o comentarios en radios y televisiones glosaron su figura, clave en uno de los movimientos tectónicos que más han influido en la configuración del mundo actual: el derrumbe y desaparición de la URSS.
Aclamado por unos y despreciado por algunos -entre ellos el actual presidente ruso, Vladimir Putin-, al referirse a Gorbachov en los grandes medios se ha repetido estos días insistentemente una idea: fue el político que “liquidó el comunismo”.
Estamos ante otra “fake news”. Lo que se derrumbó con la desaparición de la URSS no fue el comunismo, sino uno de los fascismos más criminales que haya conocido la humanidad. Los comunistas de UCE nacimos combatiéndolo, y celebramos junto a millones de revolucionarios de todo el mundo su final.
De 1985 a 1991
El epitafio de una superpotencia
El 11 de marzo de 1985, Mijail Gorbachov es nombrado secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Con ello se erigía en el máximo líder de una superpotencia que en esos momentos desataba una feroz ofensiva en los cinco continentes.
Con 54 años cuando accede a la cúspide del poder, Gorbachov es una excepción en una gerontocracia soviética donde la edad media de los dirigentes supera los ochenta años.
Pronto lanza una política que contrasta con el inmovilismo que había presidido la política soviética en las décadas anteriores. Basada en dos palabras rusas: “perestroika”, que significa reorganización, y “glasnost”, que podemos traducir como transparencia.
La “perestroika” buscaba dinamizar la anquilosada economía soviética, corroída por unos elefantiásicos gastos militares y carcomida por un cáncer burocrático que minaba sus cimientos.
La “glasnost” buscaba suavizar el infame régimen fascista, que ya no era soportado ni por los ciudadanos soviéticos ni por los de los países de Europa oriental sometidos al dominio de Moscú.
Un proyecto político que abre paso a acontecimientos impensables unos años antes.
El 9 de noviembre de 1989 las autoridades de la República Democrática Alemana se ven obligados a declarar el paso libre por el Muro de Berlín. Los ciudadanos alemanes se lanzan a derrumbar el símbolo del fascismo que llevan cuatro décadas soportando.
Moscú había dado el visto bueno a la operación. Y los regímenes fascistas sostenidos por la URSS se desploman como una baraja de naipes, a una velocidad asombrosa.
El 25 de diciembre de 1991 este terremoto alcanza su máxima expresión. El 25 de diciembre de 1991 se declara oficialmente la defunción de la URSS, y Gorbachov dimite como presidente de un país que ya no existe.
La superpotencia que seis años antes amenazaba a todo el planeta implosiona. Estos son los hechos. ¿Pero cuáles son las claves que explican un derrumbe tan acelerado? ¿Y qué papel jugó Gorbachov en ellos?
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La auténtica naturaleza de la URSS
Se decían comunistas, pero eran fascistas
“Gorbachov intentó renovar el comunismo”, “fracaso en sus reformas porque el comunismo no era reformable”, “el final del comunismo en Europa Oriental aceleró su desintegración en la URSS”…
Estas son algunas frases repetidas en los muchos artículos publicados estos días a raíz de la muerte de Gorbachov. Y que insisten en difundir la fake news de identificar a la URSS de mediados de los ochenta con el comunismo.
La verdad no puede estar más lejos de estas palabras. Lo que existía en la URSS en 1985, cuando Gorbachov llega a la cúspide del Kremlin, era lo más antagónico al comunismo. En otras palabras, era capitalismo en su peor versión: la fascista.
La patria de Lenin, el primer país donde el pueblo había tomado el poder, hacia mucho que se había convertido en su contrario. Los logros de la Revolución de Octubre habían sido usurpados por una nueva burguesía: la llamada “nomenklatura”.
Imponían en el interior una feroz dictadura de clase. Ellos, los altos cargos del Estado, disfrutaban de todos los lujos, mientras se condenaba a la miseria a la población. Desde imponentes “dachas” a colecciones de coches de lujo o productos occidentales que adquirían en las “bervozka”, tiendas reservadas solo a ellos.
El sistema imperante en la URSS nada tenía que ver con el socialismo. Era un capitalismo en su versión más reaccionaria, el capitalismo burocrático, un entramado improductivo que solo podía mantenerse saqueando al pueblo ruso, y a todos los que sufrían el dominio soviético.
Para mantener su poder, la “nomenklatura”, la nueva burguesía soviética, imponía un feroz fascismo, solo comparable al del nazismo.
Quien disintiera del poder podía ser enviado a un gulag, uno de los mega campos de concentración donde se hacinaba a los opositores. Ser deportado a Sibería era en muchos casos sinónimo de muerte.
Como todos los fascismos, el soviético disponía de su propia policía política -como la Gestapo en la Alemania hitleriana- para sembrar un clima de terror en la sociedad.
La transformación de la URSS en un país capitalista creó un monstruo: una superpotencia dispuesta cualquier cosa para disputarle la hegemonía mundial a EEUU.
Los nuevos zares emprendieron una enloquecida carrera armamentística, destinando a gastos militares hasta el 25% del PIB, un porcentaje cuatro veces superior al de EEUU.
Decretaron que podían invadir y ocupar cualquier país del mundo. Lo hicieron en 1968 en Checoslovaquia, y en 1979 en Afganistán. Sembraron Europa Oriental de misiles nucleares, que apuntaban a las principales ciudades europeas, también las españolas. Formaron una “internacional terrorista”, respaldando a grupos como ETA. E impulsaron golpes de Estado, genocidios y regímenes fascistas en Europa, Asia, África… para convertir esos países en colonias soviéticas.
Esto es lo que existía en la URSS. Capitalismo, fascismo e imperialismo. Se decían comunistas, pero eran fascistas.
Lo que existía en la URSS en 1985, era capitalismo en su peor versión: la fascista.
Los nuevos zares de la “nomenklatura”, felizmente enviados al basurero de la historia, se disfrazaban bajo la bandera roja para justificar sus crímenes y confundir a los pueblos.
Y ahora, aprovechando el fallecimiento de Gorbachov, se nos presenta una historia falseada, que identifica el comunismo con el fascismo soviético.
No. La revolución es lo más antagónico al gulag y las invasiones. Esos crímenes son suyos, del capitalismo y del imperialismo.
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Extraños colaboradores
Cuando desde EEUU y los principales altavoces de las grandes burguesías del planeta se intenta aprovechar la muerte de Gorbachov para volver a identificar la bandera roja con el fascismo soviético, se encuentran con algunos sorprendentes colaboradores.
Son aquellos sectores de la izquierda que hoy siguen empeñándose en difundir una inexplicable “nostalgia” de la URSS. Compartiendo con Putin la valoración de que la desaparición de la superpotencia soviética fue “un desastre geopolítico”.
Se niegan a denunciar que lo que había en la URSS era sencillamente fascismo. E insisten en plantear que la URSS era “un contrapeso a EEUU” gracias al cuya existencia pudieron conseguirse conquistas sociales.
Hay sectores de la izquierda que hoy siguen empeñándose en difundir una inexplicable “nostalgia” de la URSS. Compartiendo con Putin la valoración de que la desaparición de la superpotencia soviética fue “un desastre geopolítico”.
No es verdad. La URSS era una superpotencia cuyo único propósito era imponer su dominio sobre el planeta. Su desaparición no solo nos libró de un repugnante fascismo. Se consiguió gracias a la lucha de los pueblos que lucharon contra su dominio. Y su desaparición ha sido una de las mejores noticias para la causa de los pueblos en las últimas décadas.
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El papel de Gorbachov
Criado en las entrañas del monstruo
Se ha mitificado la figura de Gorbachov, presentándolo como “un demócrata que contribuyó a la desaparición del totalitarismo soviético”. Si eso hubiera sido verdad, jamás habría alcanzado el máximo poder posible en el seno de la nomenklatura.
Gorbachov formaba parte del monstruo, el fascismo soviético, y se crio en sus entrañas. Su mentor político, Yuri Andropov, antes de ser Secretario General del PCUS, dirigió la KGB, la sanguinaria policía política, desde 1967 a 1982, los momentos más duros del fascismo en la URSS.
El proyecto de Gorbachov no era el de un demócrata. Representaba la alternativa de los sectores más dinámicos de la nomenklatura soviética ante el callejón sin salida en que se encontraba la URSS a mediados de los ochenta.
La voracidad de la superpotencia soviética estaba muy por encima de su capacidad. El capitalismo burocrático hacia aguas por todos lados. Y la lucha de los pueblos, en la URSS y en los países dominados por Moscú, era cada vez mayor.
Sectores de la nomenklatura, los representados por Gorbachov, son conscientes de la hecatombe del capitalismo burocrático y la necesidad de drásticas reformas. Moscú ya no puede mantener la gigantesca inversión necesaria para competir con la “Guerra de las galaxias”, el proyecto de alta tecnología militar impulsado por EEUU. Es este el corazón de la “perestroika”.
Y las reformas económicas exigen reformas políticas, medidas de liberalización del férreo fascismo impuesto en la URSS, que la misma población soviética ya no está dispuesta a seguir aguantando. Esta es la razón de la “glasnost”.
Estos sectores de la nomenklatura buscaban continuar su proyecto imperialista, el dominio sobre Europa -la “casa común”, en palabras de Gorbachov, donde Moscú sería el “gran casero”- bajo unas formas más viables que las de la época anterior.
Ante el proyecto representado por Gorbachov se levantaron los sectores de la burguesía soviética más ligados al entramado burocrático, y por ello más reaccionarios. Las reformas económicas significaban literalmente su desaparición. Son los que están detrás de los golpes de 1991 y 1993 -un desesperado intento de mantener sin cambios el status quo soviético-, provocando una batalla a vida o muerte en las más altas esferas de la nomenklatura que condujo a la implosión de la URSS.
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UCE y la denuncia del fascismo soviético
Somos los de “Ni yanquis ni rusos”
Agosto de 1991. Unificación Comunista de España nos concentramos ante la sede de la embajada de la URSS en Madrid. Los sectores más reaccionarios de la nomenklatura habían dado un golpe para intentar perpetuar el fascismo, secuestrando a Gorbachov, entonces presidente de la URSS
Nos concentramos para denunciar el golpe. Al grito de “¡Fascismo no, democracia y libertad para los pueblos de la Unión Soviética!”. Y desplegando una pancarta en la que se leía: “Con PCUS y KGB el fascismo otra vez. Se llaman comunistas, pero son fascistas”.
Nos manifestamos en Madrid y en otras ciudades como Barcelona o Santiago de Compostela.
Era coherente con nuestra trayectoria. En enero de 1980 ya nos concentramos frente a la embajada de la URSS para denunciar la invasión soviética de Afganistán. Ocupamos la portada de El País, con una foto acompañada del siguiente texto: “Manifestación comunista ante la embajada de la URSS en Madrid. Algo más de cincuenta personas se manifestaron ayer ante la embajada de la Unión Soviética en Madrid para protestar por la invasión de Afganistán por sus tropas. La concentración estaba convocada por Unificación Comunista de España (UCE) que se congregó delante del edificio diplomático gritando eslóganes como “Fuera tanques de Afganistán” y “Ni yanquis ni rusos: independencia nacional”. Los manifestantes quemaron una pancarta alusiva a la intervención soviética que llevaba un retrato del líder la URSS, Leónidas Breznev. Según la opinión de uno de los manifestantes, el acto obedeció al deseo de este partido de presionar a los partidos de izquierda españoles para que se pronuncien sobre el ataque soviético”.
UCE nacimos denunciando el fascismo soviético, forma parte de nuestro ADN como comunistas
Esta es una posición tajante desde nuestra misma fundación como partido en 1972. La primera publicación de UCE en enero de ese año ya denunciaba a la URSS como socialfascista y socialimperialista, socialistas de nombre pero fascistas e imperialistas en los hechos.
Somos los que impulsamos en 1980 la campaña para exigir un referéndum contra nuestra entrada en la OTAN bajo la consigna de “Ni yanquis ni rusos”.
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De la Hemeroteca
El peligro de guerra
(Artículo publicado en “Arma del pueblo”, periódico de UCE en abril de 1980)
La invasión de Afganistán por las tropas del socialimperialismo es un hecho extremadamente grave. (…)
Durante años nuestro partido ha advertido de que los factores de guerra, bajo el espejismo de una supuesta distensión, crecían sin cesar. (…)
Nuestro partido ha puesto hincapié en denunciar y aclarar el punto que muchos revolucionarios y muchos obreros tienen parcialmente confuso. Que la URSS actual ya no es un país obrero; que la burguesía burocrática soviética le ha arrancado el poder al proletariado sustituyendo la democracia socialista por un régimen fascista en el interior, y sustituyendo el internacionalismo proletario por una política imperialista hacia el exterior. (…) La URSS es el imperialismo más agresivo y la principal fuente de guerra.
La invasión de Afganistán ha puesto estos hechos aún más en evidencia. Los burócratas de Moscú actúan ya abiertamente con el desenfreno criminal de los yanquis en Vietnam o de Hitler en Polonia. (,,,)
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A 25 años de la caída del Muro de Berlín
(Artículo publicado en De Verdad en noviembre de 2014)
La caída del Muro de Berlín y la posterior desaparición de la URSS alteró radicalmente el mundo tal y como se había conocido hasta entonces. Una superpotencia que durante décadas había estado luchando por el dominio mundial se venía estrepitosamente abajo. (…)
La caída del Muro de Berlín, y la forma tan abrupta e imprevisible como lo hizo, son incomprensibles sin la política establecida por Gorbachov y un núcleo dirigente del PCUS, la nomenklatura soviética, que ya desde mediados de los años 80 son conscientes que la economía soviética está afectada por una profunda necrosis que la conduce al hundimiento a no ser que se tomen medidas rápidas y contundentes.
Medidas económicas que a su vez exigían también medidas de liberalización política. Era necesario abrir el puño de hierro de la dictadura socialfascista en que se había transformado la URSS para que las reformas económicas tuvieran éxito. Nadie pudo prever entonces las consecuencias de esta política, y las reacciones a ella dentro de la misma clase dominante soviética. Y que acabarían con el desmoronamiento de la URSS tras el intento de golpe de Estado del verano de 1991 y su posterior fracaso. De repente, y en el breve transcurso de 2 años -un tiempo ínfimo medido en términos históricos-, el mundo pasaba a enfrentarse a un escenario completamente nuevo y radicalmente distinto al que había imperado durante décadas. (…)