Marine Le Pen, condenada por corrupción e inhabilitada durante cinco años

Le Pen: ultra corrupta… y ultra condenada

Ninguna sorpresa en comprobar -con hechos firmemente probados- la corrupción de la extrema derecha francesa. Pero sin embargo, es imprescindible hacer una lectura política de una sentencia que supone un seísmo en la política gala.

La justicia francesa ha condenado a la líder de la ultraderecha, Marine Le Pen, a cuatro años de cárcel por malversación de fondos, y a inhabilitación durante el próximo lustro, frustrando las ambiciones de la ultra para las presidenciales de 2027.

Un terremoto político de primera magnitud en el país galo, que se produce en un momento de fuertes convulsiones mundiales, con una Europa y una Francia conmocionadas entre la guerra comercial y las imposiciones militares que vienen de EEUU, y la amenaza de Rusia. ¿Es posible entender la defenestración de Le Pen -doblemente cercana a Trump y a Putin- al margen de esto?

Vasco Gargalo (Portugal)

Marine Le Pen esperaba, nerviosa, el veredicto. Cuando su abogado le susurró algo al oído, la líder ultraderechista agarró su bolso y se marchó apresuradamente, y visiblemente afectada, de la sala. No quería escuchar de boca del Tribunal la sentencia que la condenaba, junto a otros eurodiputados de Reagrupamiento Nacional, a cuatro años de cárcel -dos en firme con un brazalete electrónico-, a una multa de 100.000 euros y a inhabilitación política de cinco años por haber malversado más de 4 millones de euros, procedentes de la UE para financiar su propio partido.

La inhabilitación de cinco años sólo afecta a futuros cargos públicos, y no a su actual cargo de diputada en la Asamblea Nacional, que seguirá conservando. Pero trunca por completo sus aspiraciones de ganar las elecciones presidenciales de 2027, donde las encuestas le daban como la opción más votada, de nuevo contra un Macron cada vez más denostado.

El veredicto muestra las vergüenzas corruptas de una ultraderecha francesa que se presenta a sí misma como el azote contra los privilegios del establishment. La sentencia demuestra que aunque no haya habido un “enriquecimiento personal”, la malversación de fondos procedentes de Bruselas se produjo para beneficio del “confort de los dirigentes del partido”.

Por supuesto, Marine Le Pen ha anunciado que va a recurrir su sentencia y habrá que ver como se resuelven sus recursos. De momento, su delfín y presidente del partido, el joven Jordan Bardella, de 29 años, pasaría a ser el presunto candidato, pero pocos confían en que tenga el mismo tirón electoral.

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Consternación de los ultras… desde Washington a Moscú.

La reacción de toda la ultraderecha mundial no se ha hecho esperar. Líderes ultras como el húngaro Viktor Orbán o la italiana Giorgia Meloni han puesto el grito en el cielo, hablando de «complot», lo mismo que Vox en España. Elon Musk también ha clamado contra la sentencia, acusando a «la izquierda radical» -(sí, así llama al gobierno de Macron)- de «abusar del sistema judicial para encarcelar a sus oponentes”.

En el colmo del cinismo, en Rusia, un país donde te detienen sólo por hablar de la guerra de Ucrania en público o en redes, las autoridades del Kremlin han denunciado -refiriéndose evidentemente a la condena de Le Pen- que «cada vez más capitales europeas siguen el camino de la violación de las normas democráticas”.

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El contexto

Más allá de las teorías conspiranoicas de una extrema derecha que dice estar contra el establishment cuando forma parte de él, es imprescindible hacer una lectura política de una sentencia que supone un seísmo en la política francesa. Dos cosas se pueden considerar.

Primero: los hechos por los que se condena a Le Pen y a ocho dirigentes de RN están sobradamente probados. ¿Alguna sorpresa en comprobar la corrupción de la extrema derecha?

Segundo: el terremoto de la sentencia no es nada comparado con lo que supondría para Francia y la Unión Europea que la ultraderecha de Le Pen -con fuertes vínculos tanto con el trumpismo en EEUU como con la Rusia de Putin- se hiciera con las riendas del Eliseo. En un momento donde Francia y Europa están -de diferente manera- amenazados por los proyectos de Washington y Moscú, la clase dominante francesa, y sus aparatos de Estado necesitan conjurar esta eventualidad. No es posible valorar esta sentencia, por otra parte tranquilizadora para cualquier demócrata y antifascista, al margen de este marco.

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