De forma totalmente inesperada, el plebiscito celebrado en Colombia para ratificar los acuerdos de paz de La Habana entre Gobierno y FARC se ha saldado con un resultado en contra. El No (50,21%) se ha impuesto a los partidarios de los acuerdos (49,78%) por apenas 54.000 votos. Pero el dato más significativo es la altísima abstención: un 63% de los colombianos no ha acudido a decidir en las urnas sobre un tema tan importante. ¿Por qué?
El No a los acuerdos de La Habana (50,21%; 6,43 millones) se impuso con escaso margen al Sí (49,78%; 6,37 millones). Aunque esto no significa el fin del armisticio -el gobierno de Santos, que ha recibido el Nobel de la Paz para respaldar el proceso de paz, y FARC se han comprometido inmediatamente a prorrogar el alto el fuego y a renegociar con los detractores del acuerdo una nueva formulación del tratado de paz- es evidente que se trata de un revés. El resultado también es muy diferente según las zonas de Colombia. En las grandes ciudades y las provincias menos castigadas históricamente por el conflicto con las FARC, tiene ventaja el No . En las zonas rurales, sobretodo en las que más han sufrido la lacra de la violencia, gana el Sí. «A pesar del revés, el proceso de paz en Colombia va a retroceder ni a detenerse»
Lo significativo no es el “triunfo” por la mínima del No. Apenas un 18% de los colombianos han sido encuadrados por una opción que encabeza el expresidente Alvaro Uribe, un tenebroso oligarca ligado a las ramas más ultras del paramilitarismo fascista y a los sectores más belicistas y agresivos del hegemonismo norteamericano, nucleados durante su mandato (2002-2010) en torno a la línea Bush. La cuestión es por qué la opción del Sí -que las encuestas vaticinaban como clara favorita- y que cuenta con el respaldo tanto de la izquierda colombiana como de los sectores oligárquicos vinculados a la actual Casa Blanca se ha desinflado hasta quedar por debajo.
¿Por qué la mayoría del pueblo colombiano ha hecho el vacío (con la abstención) a unos acuerdos que tratan de enterrar una guerra de más de 50 años, que ha dejado más de 200.000 muertos, 7 millones de desplazados y 80.000 desaparecidos?.
Es cierto que el referéndum ha estado enormemente polarizado. Es cierto que los uribistas han hecho una campaña demagógica y tramposa, cuyo centro era sustraer el debate sobre el contenido de los acuerdos, y apelar al miedo y la indignación contra la sangrienta trayectoria de las FARC. “Queríamos que la gente saliera a votar verraca (furiosa)”, reconoció desvergonzadamente el director de la campaña por el No. Es cierto que detrás de mantener a Colombia en el conflicto hay poderosos intereses: la guerrilla y el narcotráfico han sido la excusa perfecta para que Washington interviniera durante décadas en el país, enviando miles de militares o agentes de la CIA y la DEA para formar y troquelar los aparatos del Estado colombiano.
Pero el hegemonismo actúa sobre las contradicciones existentes, no las crea de la nada. Y lo cierto es que las heridas de la guerra en Colombia son profundas y supuran mucho dolor. Si el ejército y los paramilites han cometido atrocidades contra la población, también lo han hecho las FARC. Por eso partes del acuerdo de La Habana como la amnistía total o los privilegios políticos de los guerrilleros, así como los subsidios para reintegrarlos en la vida civil, no parecen haber sido asimilados por una parte de la sociedad civil. La propaganda reaccionaria de Uribe ha tocado fibras sensibles, desmovilizando a una porción de los potenciales votantes del Sí (la opción que todas las encuestas daban por favorita) hacia la abstención.
Pero a pesar del revés, el proceso de paz en Colombia va a retroceder ni a detenerse. No sólo está respaldado por toda la izquierda del continente, como quedó reflejado en el III Encuentro Latinoamericano Progresista, celebrado en Ecuador con más de 90 organizaciones antihegemonistas de toda America Latina, y que apoyó sin fisuras los acuerdos de La Habana. La concesión del Nobel de la Paz al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, indica que la línea del hegemonismo que ocupa actualmente el despacho oval sí estan interesada en desactivar la guerra en Colombia. Su nueva estrategia continental, basada en ‘golpes blandos’ para derribar a gobiernos desobedientes, no casa bien con el mantenimiento del conflicto armado colombiano.
Miles de colombianos han salido a las calles para exigir que el proceso de paz siga adelante, y la otra guerrilla que opera en la selva -el ELN- ha anunciado que también quiere negociar con el gobierno para deponer las armas. La Paz en Colombia no está derrotada todavía.