Para usted y para mí, para la inmensa mayoría de la humanidad, la vacuna contra la Covid-19 representa la esperanza de alcanzar la inmunidad colectiva y de que un día esta pandemia acabe de una vez. Pero en la arena internacional, las vacunas son mucho más. Son poder. Son llaves para las puertas de la diplomacia y la influencia geopolítica.
Así se ha puesto de manifiesto en una reunión virtual de los líderes del G7 -la primera a la que asiste telemáticamente el nuevo presidente norteamericano Joe Biden- en la que entre los temas tratados ha estado cómo las potencias occidentales deben contrarrestar la «diplomacia de las vacunas» de China y Rusia, dos países que, ante el acaparamiento de dosis por parte de Occidente, están ofreciendo sus preparados a decenas de países del segundo y tercer mundo.
En una reunión telemática de los líderes del G7 en medio de la pandemia, las vacunas tenían que estar encima de la mesa. Así que cuando Boris Johnson, que ejercía de anfitrión, afirmó que Reino Unido donaría el excedente de su suministro de vacunas al programa Covax, de ayuda a los países de desarrollo y auspiciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), parecía el súmmum de la generosidad. Pero entonces intervino Emmanuel Macron para decir que no era suficiente, y que proponía que todos los países ricos deberían enviar entre un 4 y un 5% de sus actuales suministros a las naciones más necesitadas.
¿Un ataque de filantropía aguda? ¿Los representantes de las plutocracias más poderosas del mundo preocupándose por los países pobres? Nada de eso. Las verdaderas razones de proponer estas donaciones ya las había revelado Macron en una entrevista al ‘Financial Times’, una de las biblias de las aristocracias financieras del planeta. «Estamos viviendo una aceleración sin precedentes de la desigualdad global y también es políticamente insostenible porque está allanando el camino para una guerra de influencia sobre las vacunas. Pueden ver la estrategia china y rusa», declaró el francés.
El hecho es que el retraso o la tacañería a la hora de suministrar vacunas al resto del mundo, ha creado un boquete por el cual se está colando la influencia de los dos principales enemigos del nuevo «multilateralismo hegemonista» que propone Joe Biden: China y Rusia. Algo harto inconveniente para Washington y sus aliados del G7.
La dimensión geopolítica de las vacunas
Con 112 millones de contagios (22 millones de ellos activos), la pandemia del coronavirus se ha cobrado ya 2,4 millones de muertos en todo el mundo. Las ansiadas primeras vacunas ya están aquí, pero apenas se ha vacunado a más de 200.000 personas en todo el globo, y el ritmo de inyecciones es tremendamente desigual.
Como en muchas otras cosas, esta pandemia ha dejado patente su carácter de clase también en la distribución internacional de las vacunas. Mientras las grandes potencias occidentales -EEUU, la UE, junto a Reino Unido, Canadá, Japón y Australia- ya se han asegurado más de 3.000 millones de dosis, 1.200 millones más de las que necesitan para proteger a toda su población con las dos inyecciones, al resto de países de segundo y tercer orden las vacunas no llegan, o llegan con cuentagotas, más aún después de las interrupciones en la cadena de suministro de Pfizer o AstraZeneca. Y propuestas como las de Sudáfrica o India -de que se suspendan todas las patentes de las vacunas, fármacos y tecnología sanitaria y biomédica que tengan que ver con la lucha contra la covid, para posibilitar que cada país pueda fabricarlas de forma autónoma- son desechadas por los intereses monopolistas de la Big Pharma.
Pero también en esto la pandemia ha puesto de relieve un rasgo fundamental de un panorama internacional que camina hacia la multipolaridad. Porque hace no muchos años, sólo las grandes farmacéuticas occidentales habrían tenido la capacidad de desarrollar y producir masivamente vacunas para todo el planeta. Pero les ha salido competencia: las vacunas de China y Rusia.
Aprovechando los retrasos de las vacunas norteamericanas o europeas, Pekín ha firmado contratos de suministros de sus vacunas -Sinopharma o Sinovac- con dos docenas de países, entre ellos Turquía y Hungría (países de la OTAN) o Brasil y Chile, con gobiernos pronorteamericanos. Y las vacunas de Moscú, que aún no ha acabado de inmunizar a toda su población, también se introducen con fuerza en India y sobre todo en América Latina: el laboratorio Gamaleya, que elabora la Sputnik V, ha acordado el envío de 20 millones de dosis a Argentina, 10 millones a Venezuela y 24 millones a México.
Además de a estos países latinoamericanos o Bolivia, Rusia ha colocado la vacuna a una docena de países más, entre ellos Bielorrusia y Serbia (tradicionalmente prorrusos), pero también otros de la órbita de EEUU como Israel o Emiratos Árabes; y tiene preacuerdos con otro medio centenar de naciones. Hasta la canciller alemana Ángela Merkel, enfadada por los retrasos de Pfizer o AstraZéneca, se muestra favorable a comprar vacunas al Kremlin en cuanto estén aprobadas por la Agencia Europea del Medicamento.
El propio nombre elegido por Putin para la primera vacuna rusa no esconde su aspecto geopolítico: Sputnik V (V por Vacuna) evoca al satélite que la URSS puso en órbita en 1957, durante la Guerra Fría, convirtiéndose en el primer país del mundo en lograrlo y superando a EEUU en la carrera espacial.
Una llave de influencia política y comercial
El papel de China en esta pandemia ha buscado, hasta ahora, intentar poner todo de su parte para resolverla lo antes posible. Lo cierto es que aunque la zoonosis -el proceso espontáneo y natural por el cual un virus puede mutar y saltar de los animales al hombre causando una pandemia- puede ocurrir en cualquier parte, todo el mundo asocia la Covid-19 con el epicentro de Wuhan. Pekín busca lavar su imagen, rechazando enérgicamente las acusaciones de «virus chino».
Los científicos chinos se dieron prisa en aislar al SARS-CoV-2, en secuenciar su genoma y en ofrecer su código genético a la comunidad mundial de investigadores, algo que ha permitido obtener la vacuna en tiempo récord. Pekín ha colaborado estrechamente con la OMS, ha ofrecido sus vacunas y fármacos a los países que los precisen, y ha apoyado la liberalización de las patentes demandada por India y Sudáfrica.
Pero además de combatir eficazmente al virus, las vacunas chinas también buscan otros objetivos. Sirven a China para «consolidar los lazos con países estratégicamente importantes y también con los países incluidos en la iniciativa china de La Franja y la Ruta para unir Asia con Europa», y para «ampliar la cuota de mercado de sus productos de vacunación y, con suerte, también utilizar esa diplomacia de las vacunas para ayudar a conseguir otros objetivos económicos», explica Yanzhong Huang, analista sénior de Salud Global, think tank Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
LORF dice:
Excelente artículo, porque no soy nada amante de las redes sociales, pero habría que difundirlo.