«Desde el sábado por la noche su firma está estampada en el lomo de un misil norteamericano Tomahawk, ese icono de la posmodernidad que simboliza la guerra teledirigida. Los Tomahawk se estrenaron en la guerra del Golfo de 1991. Felipe González estampó su firma en uno de ellos. Doce años después, tras el diabólico trance del 11-S, llegó la hora de la invasión de Irak y a José María Aznar le pareció poco poner su nombre con un rotulador en uno de los cohetes que iban a iluminar las noches de Bagdad.»
Zaatero triunfó con dos banderas: el “No a la guerra” y el retorno a la vieja Europa: la paz como eficaz sentimiento de agregación popular y el reconocimiento de la centralidad francoalemana como estrategia de poder. Estos dos vectores están hoy alterados. La crisis económica está subordinando a España a un dictado alemán cada vez más descarnado, y la fenomenal crisis en el norte de África ofrece a Francia la preciosa oportunidad de recuperar capitalidad política y diplomática. Son las dos caras del Directorio Europeo: los alemanes dirigen la economía con mano de hierro y los franceses intentarán liderar el Mediterráneo (LA VANGUARDIA) EL PAÍS.- Los líderes europeos no han mencionado en las últimas semanas ni las políticas de crecimiento económico ni las fórmulas para combatir un desempleo que afecta a 23 millones de ciudadanos de la zona. Como escribía el filósofo José Luis Pardo en estas mismas páginas todo indica que quienes comenzamos nuestra vida en aquella larga noche del franquismo y vivimos con despreocupación la llegada de la democracia terminaremos nuestros días con gobierno económico de la UE pero también con pensiones recortadas, sueldos congelados, empleos precarios, derechos disminuidos y unos servicios públicos deteriorados y debilitados. Esta Europa no es la utopía factible que soñamos. EL MUNDO.- Cualquier observador imparcial del debate de ayer en el Congreso podría sacar la impresión de que ni Zapatero ni Rajoy quisieron entrar en los temas de fondo y que se limitaron a escenificar un acuerdo que les interesaba a los dos. Zapatero tenía interés en obtener un refrendo masivo del Congreso para apagar los ecos de cualquier polémica sobre la intervención en Libia, como así sucedió, y Rajoy quería demostrar que es un hombre de Estado que no tiene inconveniente en apoyar las iniciativas del Gobierno cuando se trata de un asunto no partidista. En este contexto, Zapatero renunció a marcar las diferencias del ataque a Gadafi respecto a la intervención aliada en Irak y Rajoy desistió también de poner en evidencia las posibles similitudes que podrían haber apurado al líder del PSOE Opinión. La Vanguardia Sacarina, mucha sacarina Enric Juliana José Luis Rodríguez Zapatero quiere proteger su flanco izquierdo de los embates de la cruda realidad. Desde el sábado por la noche su firma está estampada en el lomo de un misil norteamericano Tomahawk, ese icono de la posmodernidad que simboliza la guerra teledirigida. El cohete de largo alcance Tomahawk, nombre del hacha de guerra de los indios algonquinos, es uno de los grandes signos de nuestro tiempo. Distancia. Potencia. Puntería. Los Tomahawk se estrenaron en la guerra del Golfo de 1991. En aquella gran fiesta de bodas de la artillería con la electrónica se llegaron a disparar hasta 288 misiles de crucero, con un coste aproximado de 569.000 dólares por unidad. Una excelente facturación para las empresas General Dinamics (autora del diseño original), Raytheon y McDonell Douglas. Felipe González estampó su firma en uno de ellos (simbólicamente, se entiende). Doce años después, tras el diabólico trance del 11-S, llegó la hora de la invasión de Iraq y a José María Aznar le pareció poco poner su nombre con un rotulador en uno de los cohetes que iban a iluminar las noches de Bagdad. El presidente español tenía en aquellos momentos una visión. Una visión digna de Felipe II, que no supo explicar muy bien. A ojos de millones de españoles, Aznar quiso emular la escena final de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. Aquella escena de la película de Stanley Kubrick, en la que Peter Sellers, ido de este mundo, salta a lomos de la bomba y la cabalga rumbo a Moscú. Aznar no estaba loco. Tenía una estrategia. Una estrategia muy ambiciosa. Quería modificar la posición de España en el tablero europeo mediante una alianza preferente con Estados Unidos y Gran Bretaña que aminoraba la centralidad de Francia y difuminaba la dimensión carolingia de la Unión Europea (la vieja Europa, en palabras del ex secretario norteamericano de Defensa Donald Rumsfeld). La inesperada derrota del Partido Popular en marzo del 2004, tras los atentados de Madrid, significó el fin de una estrategia española de reconfiguración de las alianzas europeas que tardará años en volver a ser posible. Zapatero triunfó con dos banderas: el “No a la guerra” y el retorno a la vieja Europa: la paz como eficaz sentimiento de agregación popular y el reconocimiento de la centralidad francoalemana como estrategia de poder. Estos dos vectores están hoy alterados. La crisis económica está subordinando a España a un dictado alemán cada vez más descarnado, y la fenomenal crisis en el norte de África ofrece a Francia la preciosa oportunidad de recuperar capitalidad política y diplomática. Son las dos caras del Directorio Europeo: los alemanes dirigen la economía con mano de hierro y los franceses intentarán liderar el Mediterráneo (de ahí los líos de estos días en la coalición). Zapatero ha tenido que firmar su Tomahawk un año después de que Carme Chacón cancelara, por razones presupuestarias, la compra de 25 misiles algonquinos al Pentágono. España, no lo olvidemos, se halla en estado de emergencia económica. Y el presidente sabe que el flanco izquierdo –el voto ideológico– es la última esperanza que le queda al PSOE, ya que la fuga de votos por el centro es muy difícil de contener. Por ello, Zapatero salió ayer en tromba contra Izquierda Unida y le está echando toda la sacarina que puede al amargo café que viene de Libia. LA VANGUARDIA. 23-3-2011 Opinión. El País Europa, utopía demediada Joaquín Estefanía Las potencias del antiguo orden geopolítico salen a distinto ritmo y en diferentes condiciones de la larga crisis de los últimos tres años. EE UU crece pero todavía no crea los puestos de trabajo suficientes para volver al pleno empleo; Japón ha de reconstruirse de su terrible terremoto, del desastre nuclear y, más allá, de sus décadas perdidas. Y la UE trata de reinventarse para llegar a ser una unión económica. Esta semana es decisiva para que Europa avance en esa dirección. Comienza con una reunión del Eurogrupo y finaliza con la cumbre de jefes de Gobierno de los Veintisiete. En la primera se han de dirimir los detalles de lo que tres días después aprobará el Consejo Europeo. Entonces solo faltará, para algunas de las medidas más significativas, el visto bueno del Parlamento Europeo. Las reglas del juego del gobierno económico de la UE estarán en funcionamiento en junio. Se habrá cumplido así el calendario que se fijó en octubre, en la reunión bilateral de Merkel y Sarkozy en Deauville, cuando se juramentaron para que, una vez más, el directorio franco-alemán, esta vez comandado por dos políticos conservadores, sacase de la intemperie a una UE asediada por los ataques especulativos sobre el euro, remendase la unión monetaria y diese pasos decisivos hacia una determinada forma de concebir la unión económica. Básicamente, lo que se va a acordar en el Consejo Europeo es una reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) en el sentido de una acentuación de la estabilidad (el déficit público de cada uno de los países no sobrepasará el 3% del PIB so pena de sanciones monetarias que, paradójicamente, abundarían en ese mismo déficit; y la deuda pública que exceda el 60% del PIB deberá reducirse a un ritmo anual de al menos la veinteava parte de su cuantía). Esta reforma va en la misma dirección de los anteriores intentos: reforzamiento obsesivo de la estabilidad (que violentaron cuando quisieron los países que hoy la proponen) y olvido del concepto del crecimiento económico, al que consideran una mera consecuencia automática del ajuste, pese a que la historia reciente ha demostrado suficientemente que ello no es así. También se reduce la autonomía presupuestaria de los países, una vez perdida la soberanía monetaria. Ni se ha ampliado el presupuesto de la UE ni se ha llegado a una armonización fiscal (más allá de determinar la base impositiva, que no la cuota, del impuesto de sociedades), pero los Gobiernos habrán de pasar sus Presupuestos nacionales por el cedazo de la Comisión antes de llevarlos a los respectivos Parlamentos. Un control ex ante, que devalúa la opinión de sus diputados. ¿Qué ocurriría en caso de que éstos expresasen una diferencia sustantiva con los comisarios y sus equipos técnicos?; ¿qué prevalencia le queda a la democracia representativa directa en el caso del instrumento más importante de la política económica de un país? A cambio del Pacto del Euro, que marca las tendencias en la indexación de los salarios, la centralización de la negociación colectiva, la limitación por ley de los déficits, la edad en la jubilación,… se amplía la cuantía del fondo de rescate de los países con problemas -y de su heredero a partir de junio de 2013, el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera- y se mejora su flexibilidad: ambos fondos podrán intervenir, excepcionalmente, en el mercado primario dentro de un programa de condicionalidad política, y los países con problemas podrán emitir deuda, que será comprada por sus socios directamente, sin tener que pagar tipos de intereses desorbitados. Los líderes europeos no han mencionado en las últimas semanas ni las políticas de crecimiento económico ni las fórmulas para combatir un desempleo que afecta a 23 millones de ciudadanos de la zona. Como escribía el filósofo José Luis Pardo en estas mismas páginas ("Días de invierno", EL PAÍS de 19 de marzo) todo indica que quienes comenzamos nuestra vida en aquella larga noche del franquismo y vivimos con despreocupación la llegada de la democracia terminaremos nuestros días con gobierno económico de la UE pero también con pensiones recortadas, sueldos congelados, empleos precarios, derechos disminuidos y unos servicios públicos deteriorados y debilitados. Esta Europa no es la utopía factible que soñamos. EL PAÍS. 23-3-2011 Editorial. El Mundo Rajoy sacude con guante blanco a Zapatero CUALQUIER observador imparcial del debate de ayer en el Congreso podría sacar la impresión de que ni Zapatero ni Rajoy quisieron entrar en los temas de fondo y que se limitaron a escenificar un acuerdo que les interesaba a los dos. En definitiva y por utilizar un símil del boxeo, que hubo tongo. Zapatero tenía interés en obtener un refrendo masivo del Congreso para apagar los ecos de cualquier polémica sobre la intervención en Libia, como así sucedió, y Rajoy quería demostrar que es un hombre de Estado que no tiene inconveniente en apoyar las iniciativas del Gobierno cuando se trata de un asunto no partidista. En este contexto, Zapatero renunció a marcar las diferencias del ataque a Gadafi respecto a la intervención aliada en Irak y Rajoy desistió también de poner en evidencia las posibles similitudes que podrían haber apurado al líder del PSOE. Fue una especie de acuerdo tácito para no hacer sangre, aunque en ambos discursos latió siempre el trasfondo de lo ocurrido en Irak en 2003. Ésta fue la razón por la que Zapatero se refirió una y otra vez a la Resolución de la ONU, subrayando de forma expresa e insistente que el Gobierno respetará la literalidad de ese mandato, una manera de decir que la invasión de Irak se hizo sin respaldo legal. En consecuencia, Zapatero afirmó que la intervención tiene un carácter «humanitario» y que la coalición no se plantea derrocar al dictador, lo que contradice la declaración de la UE en la última cumbre de Bruselas, hace diez días, y sus propias palabras junto a Ban Ki-moon. Rajoy estuvo suave en las formas, pero duro en el fondo. Lanzó el mensaje de que su partido no va a aprovechar la ocasión para desgastar al Gobierno, recordando que Zapatero no tuvo el mismo comportamiento cuando Aznar envió tropas a Irak tras el ataque aliado. Nosotros no somos como ustedes, vino a decir Rajoy en diversas alusiones en las que aseguró que el PP «no va a estorbar» ahora al Gobierno y que no le va a pasar factura por el pasado. «En lo que nosotros dependa, nadie tendrá ocasión de pensar que la posición de los españoles en el mundo sea inestable, nuestra lealtad pendular y que la palabra de los españoles es oportunista», afirmó. Una sutil manera de reprochar a Zapatero que el comportamiento del PSOE fue «inestable, pendular y oportunista» cuando estaba en la oposición. Lo cierto es que el Gobierno de Aznar, tan criticado por el PSOE y el resto de la izquierda, envió tropas a Irak en 2003 cuando ya había acabado el conflicto y la ONU había aprobado una resolución, mientras que Zapatero no ha dudado en dar luz verde a una operación que supone de hecho una declaración de guerra. Rajoy podía haber ido mucho más lejos al utilizar políticamente esta contradicción, podía haber preguntado dónde están ahora los artistas y los intelectuales que se opusieron a la intervención en Irak, podía haber interpelado a Zapatero sobre dónde quedan los argumentos morales que justificaban su pacifismo a ultranza y podía haber planteado por qué se ha atacado a Gadafi y no se hizo nada en Darfur cuando morían cientos de miles de personas. Pero el dirigente del PP prefirió no hacer sangre, decir las cosas a su manera y apoyar una intervención cuyo objetivo y cuyos medios siguen sin estar claros. Puestos a hacer algún reproche al presidente del Gobierno y al líder de la oposición, podríamos decir que les faltó pedagogía en unos discursos plagados de mensajes subterráneos y de sobreentendidos difícilmente comprensibles para los ciudadanos, que, tras el debate de ayer, siguen sin saber cuál es el objetivo de nuestras fuerzas en Libia. EL MUNDO. 23-3-2011