«Este día ha triunfado la ciudadanía que creyó en la esperanza y venció el miedo. Esta es una victoria de todo el pueblo salvadoreño», afirmó Mauricio Funes al ser elegido el nuevo presidente de El Salvador. Funes, periodista de tan sólo 48 años, era el candidato del FMLN quien con un programa de soberanía nacional ha ganado por primera vez la presidencia para la izquierda en el país más pequeño, más pobre y más violento de Centroamérica: El Salvador.
Este triunfo abre una oortunidad de cambio para El Salvador y para el conjunto de Centroamérica. Con más del 90% de las actas de votación escrutadas, el candidato del FMLN obtuvo el 51.2% de los votos frente a 48.7% que obtenía su rival de derecha, Rodrigo Avila, de Arena (Alianza Republicana Nacionalista). “Me propongo dejar atrás los viejos patrones de la intolerancia y de la exclusión que tanto malestar nos han causado, en su lugar ofrecemos el respeto y la convivencia democrática porque esta patria nos pertenece a todos”, al conocer los resultados. Guatemala, Nicaragua y, en parte, la Honduras de Zelaya, tienen también gobiernos de izquierdas y protagonizan cambios hasta hace poco absolutamente impensables en la troceada Centroamérica. Al mismo tiempo, esta victoria es producto de los vientos de cambio que soplan en la región de la mano de los países del Frente Antihegemonista. Un poder de atracción que ha movilizado a la fuertemente dominada Centroamérica de los EEUU. Pero para acometer el proceso de trasformación en el país, son los viejos fantasmas dentro del Estado a los que más debe temer Funes. Temibles mandos militares –en su mayoría auténticos agentes de la CIA- que siguen ostentando, tras la guerra, un poder omnívoro. Por otra parte, el mayor reto de Funes –sin el cuál ningún progreso del país será posible- es expulsar a los fantasmas que anidan dentro de la izquierda salvadoreña. Que llegó a mantener abyectas posiciones bajo la alargada sombra de la ex URSS. En el caso del El Salvador puede decirse que su historia reciente está más presente que en ningún otro país. Sus fantasmas dominan casi por completo la vida política y social. Es, por ejemplo, el país con mayor tasa de homicidios del mundo. El Salvador y Guatemala tuvieron fuertes movimientos guerrilleros, poco después de la victoria Sandinista en Nicaragua, pero el gobierno de Reagan se encargó de organizar la contra nicaragüense y convertir la guerra sucia en toda la región en una norma sangrienta. El Salvador – su clase política, sus militares y la sociedad en general- está fuertemente marcada por la guerra civil –que dejó 85 mil muertos y un número inestimable de desaparecidos- y la posterior impunidad que reina hasta hoy día. Muy recomendable es la lectura del escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya que retrata el grado de auténtica putrefacción del país. Tras varias dictaduras propiciadas por Washington y 12 años de Guerra Popular Prolongada, hasta 1984 en el país no se convocaron elecciones democráticas. La Guerra Fría, dejó tras de sí una estela de muerte y desolación, una profunda intervención norteamericana, una atomización entre países y una izquierda absolutamente desprestigiada, llevando a los países centroamericanos al fondo de una auténtico “agujero negro”… del que aún no han podido salir. Que de un país de 5.744.133 millones de habitantes, algo así como 2,3 millones hayan tenido que emigrar a los EEUU a trabajar, expresa el grado de atraso y pobreza en el que está hundido El Salvador. El Frente Farabundo Marti para la Liberación Nacional, organización compuesta por cuatro movimientos guerrilleros más el Partido Comunista, firmó acuerdos de paz y pasó a actuar como partido político, hoy tras 16 años obtiene la presidencia. Los fantasmas del pasado reciente del país son un alma. La otra alma, la constituyen los profundos anhelos de trasformación del país que con la elección del Funes se hacen palpables. Es en la fuerza de este brutal y valiente pueblo en el que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional tendrá que apoyarse y al que le tendrá que rendir cuentas para no repetir los errores del pasado.