Celebradas en un escenario convulso, tanto en lo epidemiológico como en lo político, las elecciones vascas y gallegas tienen una gran importancia para el panorama nacional. La inmensa mayoría de los editoriales hablan hoy del «triunfo de la moderación», de la «vuelta a las opciones seguras» y del fin del ciclo político marcado por la irrupción en 2014 de formaciones rupturistas como Podemos o las Mareas. ¿Es esto así o es una lectura engañosamente interesada? ¿Qué nos dicen los datos?
Primera clave. Estas elecciones autonómicas en Euskadi y Galicia no han sido en absoluto unos comicios normales. Han estado marcados por una epidemia de Covid-19 que aunque doblegada, no ha sido vencida, y que de hecho ha rebrotado amenazadoramente tanto en la Mariña lucense como en Ordizia (Guipúzkoa).
De hecho, las elecciones vascas y gallegas tuvieron que ser interrumpidas por la escalada de contagios de marzo, y han sido convocadas en julio tanto por el PNV como por la dirección gallega del PP para amarrar las favorables condiciones en las encuestas, antes de que las inciertas tormentas -sociales y epidemiológicas- del otoño puedan cambiar el tablero. Han forzado la marcha, pero les ha salido bien la jugada.
La segunda clave para leer estas elecciones está en la «cumbre oligárquica» de la CEOE celebrada unas semanas antes. En ella, las cabezas de la clase dominante española han lanzado su «programa de gobierno»: una década de ajustes estructurales, que necesitan de «grandes consensos políticos» para llevarse a cabo. Un programa que difícilmente podría llevar a cabo cabalmente un gobierno PSOE-UP bajo el influjo de las exigencias de la mayoría social progresista.
Es desde las exigencias de esta macrocumbre oligárquica, y desde las orientaciones políticas para hacer avanzar las directrices que emanan de ella, desde las que la mayoría de los medios de comunicación españoles valoran el resultado de las elecciones del 12J.
El doble aspecto de la victoria de Feijóo.
Alberto Núñez Feijóo ha ganado cuatro años de mayoría absoluta en Galicia, el gran feudo territorial de los populares. La lectura que todos los medios hacen de esta victoria, es obviamente, el “él éxito de la moderación” de la línea de Feijóo, contraponiéndola al «fracaso de la estrategia de la crispación de Casado” y sus magros resultados en Euskadi.
Feijóo ha ganado, eso es indudable. Pero su triunfo dista mucho de lo «arrollador» que nos lo pintan. El PP gallego piede 160.000 votos, y los populares no gobierna en seis de los siete ayuntamientos de las ciudades más pobladas.
La victoria del barón gallego tiene un doble aspecto. Por un lado, fortalece el mensaje de “pacto político”, para blindar la ejecución de los futuros “ajustes” por encima de cambios políticos. En la última entrevista concedida en plena campaña, Feijóo lamentaba que en España no exista “una gran coalición como en Alemania”. A pesar de ejecutar fielmente los recortes -por ejemplo en la privatización de la sanidad gallega-, Feijóo sabe “modularlos” para contener la respuesta popular.
Pero los resultados del PP en Galicia también muestran el rechazo a las opciones más agresivas de “gobierno de los recortes”. En Euskadi, donde Casado impuso un giro a la derecha, llamando a los votantes de Vox, el PP ha perdido más de la mitad de los votos. Los resultados de estas elecciones autonómicas han vuelto a demostrar, como sucedió en la doble vuelta de las generales, los límites casi insalvables que enfrenta, por el rechazo que genera, una opción de gobierno nucleada en torno al PP de Pablo Casado.
¿Un castigo al gobierno de coalición?
Otra idea persistente en las tertulias y rotativos, sobre todo alimentada por los nefastos resultados de Podemos en Galicia (donde desaparece junto a En Marea) es la del “fracaso del gobierno de coalición”. ¿Es así?
No es ningún secreto que estas elecciones tienen una importante lectura desde el plano nacional. Son las primeras celebradas acto seguido del duro trance del periodo del Estado de Alarma y de la gravísima crisis económica desencadenada por la Covid-19. Las fuerzas que se sientan en el Consejo de Ministros se enfrentaban a un auténtico plebiscito a su gestión, a los exámenes de julio. Y el resultado ofrece un doble y contradictorio balance.
En primer lugar el PSOE, la fuerza que encabeza el gobierno, ha resistido en unas condiciones extremadamente difíciles. En dos territorios donde partía de una situación más débil que en otras comunidades -el PSOE era la tercera fuerza en Galicia y la cuarta en Euskadi-. Y enfrentando, desde el inicio de la pandemia, una feroz campaña de ataques. Quienes todavía buscan derrocar al actual gobierno perseguían una debacle del PSOE que no se ha producido.
En segundo lugar, el hundimiento de Unidas Podemos es incluso mayor del esperado. En Euskadi, donde llegó a ser la fuerza más votada en las generales de 2015 y 2016, ha perdido el 55% de los votos. Y en Galicia, ha pasado de tener 14 diputados a quedar fuera del parlamento.
Mención especial merece la implosión de En Marea. Hace escasos meses presidía tres de las principales ciudades gallegas -A Coruña, Santiago y Ferrol- junto a 22 alcaldías más, y encabezaba en el parlamento la oposición a Feijóo… ahora ha quedado reducido a poco más de 2.000 votos.
Han influido las disputas internas. Pero esta no puede ser la única razón. En Euskadi o en Galicia, Podemos ha adoptado un discurso que ha conciliado, o participado, con la disgregación. Y que ha recibido el rechazo de una parte del electorado tradicional de izquierdas.
El hundimiento de Unidas Podemos en Galicia y en Euskadi es una mala noticia. Dará alas y munición de grueso calibre a las fuerzas oligárquicas que aspiran a desalojar a Unidas Podemos del gobierno, o a limitar al máximo su influencia. O aquellos que, como Merkel, «no admiten ministros comunistas en España”.
¿Dejó de soplar el viento popular?
Otra idea persistente es la que trata de convencernos que la debacle de Podemos indica que “la nueva política ha fracasado”, que “se ha vuelto a votar lo mismo que antes”, y que se ha “cerrado el ciclo político abierto en 2014”.
Ese “ciclo politico” supuso la quiebra del viejo bipartidismo, y la irrupción de una mayoría progresista con una influencia en ayuntamientos o parlamentos autonómicos y nacionales antes desconocida. Y que ha dificultado la ejecución del “programa de los recortes” o incluso revertido algunos, como la reforma de las pensiones de 2013.
Pero ese «muerto» que intentan enterrar… está muy vivo.
La mayoría progresista ha vuelto a ejercer una influencia que se ha manifestado en todas las fuerzas políticas. En el PSOE afianzando un “suelo” incluso en las peores condiciones; en fuerzas como el BNG disparando sus resultados cuando han colocado en primer plano un discurso de izquierdas, o incluso en el PP forzando a Feijóo a exhibir su “moderación” como contrapeso a Casado.
Y ha vuelto a demostrarse que existe una mayoría incompatible con la “década de recortes” que se nos pretende imponer. En Galicia y en Euskadi el 48%y el 51% de los votos han ido a parar a candidaturas que, a pesar de sus enormes diferencias, han hecho campaña basándose en el rechazo a los recortes.
¿Victoria del nacionalismo?
La última, pero no menos tóxica, andanada de propaganda, es la que trata de vendernos la «victoria total del nacionalismo». Y nadie puede negar el avance de fuerzas como el PNV, Bildu o el BNG, nacionalistas o -las dos últimas- abiertamente independentistas. Pero miremos con lupa.
El fortalecimiento del PNV en Euskadi, que ha pasado de 28 a 31 escaños, es presentado como la expresión de “una fuerza hegemónica capaz de abarcarlo todo”. En realidad, el PNV ha obtenido 48.000 votos menos que hace cuatro años, y 50.000 menos que en 2009, antes de la ejecución de los recortes. La “fuerza hegemónica” solo representa actualmente el 20,3% del censo, o lo que es lo mismo, solo uno de cada cinco vascos ha votado al PNV.
Sucede lo mismo con Bildu. Se afirma que con sus resultados “ha roto el techo de la izquierda abertzale”… pero ha obtenido casi 30.000 votos menos que en 2012, una cantidad apreciable en Euskadi.
Frente a la visión de un “arrollador avance del nacionalismo”, la suma de PNV y Bildu ha obtenido 25.000 votos menos que hace cuatro años, y 60.000 menos que en 2012.
El PNV va a fortalecer su poder político en Euskadi, y también su influencia en el gobierno central, algo que muchos centros de poder en Madrid celebran, al considerarlo un “dique de contención” frente a medidas excesivamente escoradas a la izquierda. Pero todo esto lo ha logrado sobre la base de trazar una distancia “de fuego” con cualquier tentación de unilateralidad “a la catalana”.
Se afirma que Bildu se ha comido en Euskadi los votos de Podemos. No es verdad. Si ha sucedido en Galicia, donde el crecimiento del BNG se corresponde en gran parte con los votos perdidos por Podemos y En Marea. Pero en Euskadi, Podemos se ha dejado 85.000 votos, mientras Bildu solo ha aumentado en 23.000 los suyos. A pesar de haber eludido en la campaña cualquier mención a la independencia, concentrando su discurso en medidas sociales, o de beneficiarse de una operación de “desmemoria” entre sectores de la juventud que no vivieron el fascismo étnico, Bildu genera un rechazo insalvable en la base de votantes de izquierdas de Podemos.
Como ha dicho perspicazmente el periodista Enric Juliana, la clave del éxito electoral de Bildu y BNG es que «han decidido parecerse a Podemos». Han soslayado su mensaje más independentista para darse un barniz más social, para acentuar más su compromiso en la lucha contra los recortes.
Claro está que este «trasvase» de votos de la mayoría social progresista a estas dos fuerzas independentistas entraña riesgos, en especial en Euskadi.
No es una buena noticia que de los 150 diputados de los parlamentos gallego y vasco, hasta 70, un 47%, estén en manos de fuerzas que, de una u otra forma, alientan la disgregación.
En Euskadi, el PNV y Bildu concentran 53 de los 75 escaños, una holgada mayoría absoluta. No va a traducirse en ninguna “DUI a la vasca”. Pero sí puede abrir la puerta a la aprobación de una reforma del estatuto que incida en “el derecho a decidir”, la bilateralidad o en una unidad más laxa, más débil.
Sobre todo, abre nuevas puertas a las maniobras de los centros de poder internacionales para degradar la vida política española, a crear nuevos frentes por la división y el enfrentamiento. Cuando esos centros de poder buscan forzar las costuras de la unidad, o crear nuevos desgarros, siempre es con un interés: hacer avanzar su proyecto de saqueo.
Sabemos por experiencia que la degradación es la palanca para imponernos nuevos recortes. Y -como sucedió en 2012, donde “coincidieron” la imposición de un draconiano rescate a España y la apertura del “procés”- hurgar en las heridas contra la unidad puede ser una herramienta para vencer las resistencias a un nuevo salto en el saqueo.
Dani dice:
No habláis de vuestra candidatura. Enhorabuena por haber sacado los mismo escaños que Podemos en Galicia. Jeje. Dicho esto, creo que vuestra alternativa es algo mejor que la de podemos pero al ser irrelevantes, no vale para nada. Lástima. Podemos puede ser que sea mala noticia que baje…no lo sé. Si aparece una alternativa claramente de izquierdas, comunista, que no transija con nacionalismos, que de verdad meta mano a los bancos, que de verdad sea feminista y no se apunte a la teoría queer, etc. quizá será para mejor.
Paco Alemán dice:
Efectivamente, no lo hacen. Han perdido más votos que ninguna otra fuerza política en Euskadi y se mantienen en silencio. Siempre valoran sus propios resultados… pero no esta vez. Demasiado malos para reconocerlo. No les he visto jamás hacer una autocrítica pública. De ningún tema.
chaso dice:
pues parece mentira que habiendo sido tu militante y responsable te presentes como un anónimo. Siempre han presentado valoración de los resultados con su autocrítica pública. lo q haces esta muy feo…ni que fueras un extraño, reaccionario y enemigo…cosa q no creo…quizá demasiado centrado en tu ombligo y despreciando una linea con un valor excelente.decir q son malos los resultados es hablar con mucho runa guardada y estar muy al margen de la realida y la practica colectiva y de clase. Salut i força al canut
Paco Alemán dice:
«Siempre han presentado valoración de los resultados con su autocrítica pública.»
Te reto a colocar como respuesta a mi comentario una ‘valoración de los resultados con su autocrítica pública’, valiente anónimo, que a diferencia de mí, que siempre firmo con mi nombre, tú no das la cara. Si es pública, está disponible para ser puesta aquí y citada.
No hay ninguna. En ninguna parte.