¿Un nuevo gendarme norteamericano en el Lejano Oriente?
La arrolladora victoria electoral del primer ministro conservador en Japón, Shinzo Abe, despeja el camino para que pueda acometer su ansiada reforma de la Constitución ‘pacifista’ de 1947, permitiendo que Tokio pueda volver a dotarse de músculo militar. Este nueva dirección estratégica nipona se corresponde plenamente con los intereses norteamericanos de trasladar el grueso de su fuerza a Asia-Pacífico y de fortalecer el cerco militar en torno a China. Las continuas provocaciones de Corea del Norte -lanzando varios misiles sobrevolando Japón en los últimos meses- han actuado de palanca de la vigorosa reelección de Abe y de su impulso militarista.
En 1947, tras su derrota en la II Guerra Mundial -con dos cráteres atómicos aún humeantes de horror radiactivo en Hiroshima y Nagasaki- Japón se transformó en un protectorado de la recién nacida superpotencia norteamericana, y tuvo que aceptar una Carta Magna dictada desde Washington, en cuyo artículo noveno se restringía a Japón para dotarse de un ejército que no fuera más allá de «fuerzas de autodefensa», prohibía a éstas salir de su territorio, y establecía severas trabas a la hora de destinar recursos al sector militar. Tokio quedó condenado a ser en un gusano militar, dependiente de la protección y el tutelaje del Pentágono.
Ahora, la misma superpotencia hegemonista que impuso -por sus propios intereses- una Constitución «pacifista» a Japón, es la que está maniobrando -dentro y fuera del archipiélago- para conseguir que el país del Sol Naciente vuelva a dotarse de un poderoso músculo militar, destinando ingentes recursos de su potente economía a crear un moderno y sofisticado ejército. El ministerio de Defensa japonés lleva aumentando año tras año su gasto, y lo ha disparado para 2018, presupuestando un máximo histórico de 48.600 millones de dólares. Este nuevo vector político-militar de Japón se corresponde al 100% con los planes del Pentágono a la hora de completar el cerco a su principal rival geoestratégico: China. Es la intervención norteamericana la que está impulsando el encuadramiento de Japón en los planes hegemonistas.
El primer ministro japonés, Shinzo Abe del Partido Liberal Demócrata (PLD), lleva tiempo insistiendo en sus pretensiones de reforma constitucional para eliminar el noveno artículo. Hasta ahora se le había opuesto una buena parte de la opinión pública y de la oposición política, liderada hasta hace no mucho por el Partido Democrático de Japón (PD). Dos cadenas de acontecimientos -internos y externos- han permitido a Abe lanzarse a la arriesgada maniobra de adelantar las elecciones 14 meses el pasado 28 de septiembre, cuando a principios del verano el líder liberal había alcanzado mínimos de popularidad en las encuestas (menos del 30% de aceptación).
La primera es el terremoto político que supuso la ruptura y desaparición de su principal fuerza opositora (el PD), que llegó a gobernar de 2009 a 2012. Aunque la rama mayoritaria de su escisión -el Partido Constitucional Democrático de Japón (PCDJ) de Yukio Edano- se han radicalizado en su ferviente defensa de la Constitución pacifista, no han logrado cosechar más que un pírrico resultado, al igual que el resto de la oposición. Abe se ha hecho con el 80% de los escaños de unas elecciones en las que sin embargo, apenas ha participado el 53,6% del censo.
El segundo y más poderoso factor ha venido del incendiario e insensato régimen de Pyongyang. El lanzamiento por parte de Corea del Norte en los últimos meses, de varios misiles de largo alcance sobrevolando la isla septentrional de Hokkaido, han actuado de poderosa palanca en la opinión pública japonesa, permitiendo que avanzaran las voces que insistían que el país «no podía seguir permitiéndose el lujo de tener una constitución pacifista».
En ambos casos es preciso investigar el papel de EEUU, maniobrando dentro de un régimen político japonés troquelado desde 1947 y cuyos aparatos de Estado tienen numerosos resortes vinculados orgánicamente a Washington; o tensando con más provocaciones militares al -ya suficientemente pirómano- régimen de Kim Jong-un, en una espiral de bravatas, lanzamientos, pruebas nucleares y maniobras conjuntas con Seúl que sólo sirven para acelerar la militarización de la zona. Y por lo visto, también para poner votos en las urnas japonesas en favor de un dirigente, Shinzo Abe, que mantiene un excelente trato con el presidente Donald Trump.
Claro está que el sector de la clase dominante nipona que respalda a Abe también tiene intereses propios que defender alimentando la confrontación con China, como la disputa territorial del archipiélago bajo administración nipona conocidas como Diaoyu en mandarín y Senkaku en japonés. En el plano económico, la contundente mayoría parlamentaria de Abe le permitirá culminar un draconiano plan de reformas estructurales de corte neoliberal y promonopolista, altamente impopulares. Sin embargo, la existencia de fuerzas políticas oligárquicas totalmente opuestas a esta política internacional y belicista, demuestran que no hay unanimidad en la clase dominante nipona.
“Lo importante es demostrar a China que Japón y EE UU mantienen una relación estrecha y que no hay una separación que ella pueda aprovechar”, dijo Shinzo Abe hace pocos meses. “Tal y como lo ve Abe, llevarse bien con Trump es cuestión de vida o muerte para Japón”, aseguran varios analistas internacionales. ¿Estamos asistiendo a un primer paso para que Japón se convierta en un nuevo gendarme militar de los intereses norteamericanos en Asia-Pacífico?